¿SOMOS VOTANTES O 'HOOLIGANS'?
JUAN
TORTOSA
Alberto
Núñez Feijóo en El Hormiguero
Les importa un pimiento el programa electoral, les da igual que mientan, que roben, que crispen, que odien... son lo suyos y punto. En materia de gustos políticos y, por tanto del color de la papeleta a introducir en las urnas, el personal parece haber decidido comportarse como los hinchas de los equipos de fútbol y no hay nada más que hablar: serán unos hijos de puta, pero son nuestros hijos de puta. Esa es la actitud. Censura cero, crítica cero, cuestionamiento cero.
Resultaría infantil y bastante inexacto atribuir a estas alturas las intenciones de voto que reflejan las encuestas a la capacidad de influir en el ánimo ciudadano que pueden tener los medios de comunicación. Ha de haber algo más, aunque parece que desde las izquierdas no se acaba de dar con la tecla, para que una mayoría del común de los mortales en este país se muestre dispuesta a comprar una mercancía tan defectuosa como Alberto Núñez Feijóo o una amenaza tan flagrante para nuestra convivencia en paz como Santiago Abascal.
Tengo la impresión,
por no decir la certeza, de que los argumentos que exponen a diario los
políticos para conseguir el voto influyen ya muy poco en el ánimo de los
presuntos votantes. Las ventajas ciudadanas obtenidas merced a la gestión del
gobierno de coalición importan un comino a quienes tienen pensado votar derecha
ultra o ultraderecha. Son hinchas antes que ciudadanos.
Los bolos de los
políticos vagando de tele en tele no cambian el voto de nadie, a lo sumo
afianzan las adhesiones inquebrantables de esta ciudadanía-hooligan en la que
nos hemos convertido. Los debates puede que sí influyan, y por eso huye de
ellos como de la peste ese mediocre gallego que, con su llegada a la
presidencia del PP, es la prueba más irrefutable de la veracidad del principio
de Peter.
Estoy rodeado de
personas LGTBI que, tras celebrar estos días la fiesta del Orgullo con todas
sus ganas y mejor disposición, piensan en cambio votar PP el día 23 o, lo que
es peor, a Vox. Conozco pensionistas y jóvenes cuya vida no puede ser ya más
precaria que no piensan ir a votar o que, si lo hacen, optarán por las
derechas. No alcanzo a acabar de entender qué demonios nos ha pasado. Suele
decirse que el estómago y el bolsillo son factores clave para decidir el voto.
En las pasadas municipales parece que esta máxima no se cumplió: fueron más
bien las emociones las que llevaron a mucha gente a votar contra lo que podía convenir
a sus intereses
Esa olla a presión
generadora de odio llamada Madrid ha conseguido colocar en el imaginario
colectivo, entre otras muchas cosas, la desgarradora animadversión contra el
ministerio de Igualdad; si a alguien se le ocurre hablar bien de Pedro Sánchez
lo miran como diciendo de dónde ha salido este; la rabia con las izquierdas y
la condescendencia con las derechas se extiende desde el kilómetro cero hacia
todo un país que, salvo en Euskadi, Catalunya y algo en Galicia, consume y
difunde los argumentarios ultras contribuyendo con ello a la progresión
geométrica del rencor y el frentismo.
El Partido Popular
ha decidido cruzar todas las líneas rojas tras las elecciones del 28 de mayo.
Cruzar todas las líneas rojas y proporcionar a Vox pista libre para sus
proclamas antidemocráticas en autonomías como Extremadura, Valencia o Baleares,
comunidad esta última donde presidirán a cambio de acabar con la inmersión
lingüística, con la ley Trans o con las políticas progresistas en materias como
la inmigración o la violencia de género. Ha decidido el PP cruzar todas las
líneas rojas y propiciar gobiernos municipales que se doblan el sueldo a las
primeras de cambio y prohíben representar según que obras de teatro o exhibir
banderas LGTBI
Al mismo tiempo que
las cruza, Feijóo y sus huestes intentan que la provocación no se note, que
tamaños desmanes se perciban lo menos posible hasta conseguir redondear la
faena metiéndonosla doblada en las elecciones generales. Lo están haciendo a la
luz del día y con escaso disimulo, y el personal continúa apostando por el
hooliganismo. Como en el fútbol, que un jugador o un presidente defraude al
fisco, sea un delincuente, incluso vaya a la cárcel da igual. Soy del Barça a
muerte y al Madrid, ni agua. O viceversa.
Es a veces menor la
alegría que les proporciona ganar un partido que el placer que les supone la
derrota y la humillación del adversario. "Quiero que el Barça pierda hasta
en los entrenamientos", suelen vociferar muchos madridistas. Cuando estos
días percibo la animadversión contra Sánchez o contra el proyecto Sumar me
suena a eso mismo. No nos podemos haber vuelto tan locos, ¿verdad? ¿O sí?
Quien quiere quitar
derechos no puede tener más hinchas que quien lucha por conseguirlos. De lo
contrario, paren el bus que me bajo sin esperar a la próxima parada.
J.T.
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