TRAGALUNAS
DUNIA
SANCHEZ
La ola venia y
tragalunas en la noche estrellada la recogía en su cesta de mimbre. Ahí,
quedaban aquello que sería su salvación en el transcurso de las noches, de los
días. Miraba aquellos peces como amantes de su vida y una cierta y concienzuda
lástima se clavaba en su vientre. La ola se iba y Tragalunas arrojaba los peses
a esa marea repetitiva. Pensativo, con la tranquilidad de que seguirían
viviendo en su mundo. Un mundo hospedado por el misterio y el resonar de las
olas. Sabía, Tragalunas, que no comería cuando amaneciera, que no iría al
mercado a vender sus presas, pero era feliz. Sí, con una felicidad que exaltaba
sus sentidos. Tragalunas, contemplativo, miraba el universo y sabía que algún
día sus amigos los peces se lo agradecerían. Caminó por la orilla admirando el
faro de la isla, el sonido de los barcos que venían y se iban y una inspiración
lo hizo vagar todo el nocturno hasta que los primeros rayos solares incidieran
en sus ojos, en sus ojos claros. Y no lo acompañaba la tristeza, estaba solo,
sin la sonoridad de una llamada, de un saludo , consumido en su felicidad y así
se sentía grande, se sentía bello. La ola venía y Tragalunas , cansado, quiso
sentarse. Fue a esa bar de la rutina y le sirvieron un café gratis. Fue a esa
floristería de su paso y le regalaron una rosa blanca. Fue a ese parque no
lejos de la playa donde el realizaba su faena y bebió de su fuente.
Inmediatamente mariposas se posaron sobre sus hombros, sus hombros felices.
Tragalunas en ese instante sintió que no era parte de este mundo, de esta
atmósfera, de ese vientecillo que silbaba flojo. Tragalunas comprendió que otros
lo esperaban, más allá de los astros, de estas tierras, donde la ola venía y se
iba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario