LOS INDIANOS CATALANES EN EL
IMPERIO NEGRERO ESPAÑOL
POR ALBERT PORTILLO
La emisión del documental de TV3 Negrers. La Catalunya esclavista desató la tormenta perfecta para que todos los tabúes sobre la acumulación primitiva de capital en Catalunya salten por los aires. La apertura de este debate, que ha llegado para quedarse, ha generado una conmovedora actitud defensiva en el espectro conservador; basta con oír al periodista Jordi Basté despavorido ante los ataques a los intocables de la Barcelona modernista (RAC1, 23/02/2023).
No
por esperada fue menos virulenta una reacción que pretendió sofocar el debate
con ridiculizaciones ad hoc. Más sorprendente ha sido la
estupefacción de una parte de la izquierda que ha llegado a tildar de “importación
de los campus norteamericanos” la participación de la burguesía catalana en el
tráfico de esclavos o minimizando su centralidad en la acumulación primitiva de
capital.
Lo
cierto es que las investigaciones históricas más recientes permiten afirmar que
el alcance del tráfico de esclavos no sólo fue absolutamente determinante para
la formación de la burguesía catalana y española, sino que también lo fue para
la industrialización. Del tráfico de esclavos y de la mano de obra esclava en
las plantaciones cubanas brotaron fortunas fabulosas que a finales del XIX
migraron a Barcelona para invertirse en grandes fábricas y empresas
inmobiliarias especulativas que cambiaron el aspecto de la ciudad.
«La
esclavitud directa es el eje central de nuestra industrialización en la misma
medida que la maquinaria, crédito, etc. Sin la esclavitud no se obtiene
algodón, sin algodón no existe industria moderna. La esclavitud es lo que ha
dado valor a las colonias; las colonias son las que han creado el comercio
mundial; el comercio mundial es la condición necesaria para la maquinaria
industrial a gran escala» (Marx, 1972: 21).
De
tal modo que el hilo conductor que Marx vio con total claridad en la economía
política del Imperio Británico aparece también aquí, desde las calles
señoriales del Passeig de Gràcia hasta las fábricas tenebrosas
del Vapor Vell de Sants o de l’España Industrial.
Y
con la migración de capitales ensangrentados aparecía, de rebote, una burguesía
feroz acostumbrada a dirigir la mano de obra con el látigo esclavista y con un
despotismo absoluto que los convertía en virreyes de las fábricas
metropolitanas, tal y como habían aprendido en las plantaciones coloniales.
Como había visto agudamente el crítico de la economía política burguesa en un
famoso capítulo sobre la acumulación originaria: “En general, la esclavitud
encubierta de los obreros asalariados en Europa exigía, como pedestal, la
esclavitud sans phrase [desembozada] en el Nuevo Mundo” (Marx,
1975: 949)
No
podía ser de otra forma, dada “una cadena de producción en la que la disciplina
por medio de la violencia era la norma que hacía funcionar el sistema”
(Piqueras, 2021: 21). Una mentalidad burguesa formada por la experiencia de
haberse enriquecido por medio de un auténtico “Imperio Negrero Español”, como
lo ha llamado José Antonio Piqueras (Piqueras 2021: 43).
Por
eso, cuando nos adentramos en la acumulación de capital catalana y española
rompemos uno de los principales mitos de la burguesía según el cual la
industrialización habría sido fruto del propio ahorro, del acierto inversor y
la predisposición para negocios bienaventurados en las Américas. Puesto que un
cálculo a la baja sobre los beneficios del tráfico de esclavos español entre
1821 y 1867 lanza una estimación de 58 millones de dólares por 443.000
africanos deportados que podría ser de 130 millones de dólares según aquellos
que computan 700.000 personas esclavizadas (Piqueras, 2011: 111).
Es
decir, se mire como se mire, “España fue un actor histórico relevante tanto en
relación con el tráfico de esclavos como en relación a la esclavitud colonial,
en sus dominios americanos” (Rodrigo y Alharilla, 2022: 8), como ha concluido
Martín Rodrigo. Un actor, España, del que Oriol Junqueras ya dijo que “los
comerciales catalanes eran los máximos beneficiarios del sistema colonial
español (…) desde principios del siglo XIX, la vieja clase dirigente cubana
tuvo que recurrir a comerciantes hispánicos –muchos de ellos catalanes– para
mantener el suministro de esclavos” (Junqueras, 2018: 62)
Detrás,
pues, del simpático término de indiano radica el secreto vergonzante
innombrable, como ha señalado uno de los máximos especialistas en la materia,
el ya citado Piqueras: “El negrero es la representación más acabada del indiano
al personificar como nadie el triunfo económico y el reconocimiento social, ya
que la magnitud de los capitales reunidos raramente admite comparación”
(Piqueras, 2021: 27).
Esta
burguesía, premiada con títulos nobiliarios por la monarquía, encontrará
sistemáticamente el apoyo de ésta para sus affaires desde el
principio, con la cédula real del 28 de febrero de 1789 por la que Carlos IV
liberalizaba el tráfico de esclavos. Las consecuencias de este apoyo estatal al
negocio resultarán en que el 50% de los esclavos introducidos en la América
española lo serán entre 1790 y 1867. Y del fruto de esta “deportación
continuada y masiva” (Piqueras, 2021: 19) resulta un juicio inequívoco: “el
trabajo forzado constituía una de las bases sobre las que se edificaba el
capital industrial y financiero de la misma forma que había sido un apoyo
fundamental en la primera acumulación a gran escala, comercial y dineraria”
(Piqueras, 2021: 43).
¿Cuál
fue la participación catalana? Pues las estimaciones más bajas indican que para
el período de 1815-1820 un 21,7% de los barcos negreros responsables del
tráfico de esclavos con Cuba eran catalanes. Si miramos los años 1821-1845
resulta que del total de barcos negreros capturados y juzgados por el tribunal
de Sierra Leona, el 23% eran catalanes (Piqueras, 2021: 71).
Esta
participación no quedaba enmarcada sólo en el tráfico, sino que también se
incorporaba ávidamente a la propiedad de las plantaciones. Tal y como hará
patente Pedro de Sotolongo, delegado de los grandes plantadores en Cuba, al
recibir los refuerzos paramilitares, los pelayos, como los
calificaba la prensa negrera, enviados desde Barcelona en 1869: “¿sabéis qué
guarismo representan en Cuba las fortunas de los catalanes residentes aquí y
ausentes hoy en Cataluña? Si posible fuera presentarlos serían asombrosos. Pues
si una parte muy considerable de las riquezas de Cuba es propiedad de Cataluña,
he ahí vuestro derecho a ser bien recibidos” (Maluquer, 1976: 46 y ss.).
No
por casualidad el reformista José Manuel Mestre había descrito algunos años
antes al ex secretario del Gobierno Superior de Cuba la existencia de un
“omnipotente partido catalán” capaz de poner y sacar a capitanes generales. En
el caso de la metrópoli, el omnipotente partido era capaz de asesinar a
presidentes, Joan Prim, de derribar a monarquías, Amadeo de Saboya, y de tumbar
al primer régimen democrático y popular, la Primera República. Ciertamente, la
llamada revolución gloriosa de 1868 logró iluminar de forma fehaciente este
secreto atronador, de tal modo que “el orden colonial quedaba revelado a ojos
de propios y extraños con total claridad” (Piqueras, 2011: 237).
Por
estos motivos, el movimiento obrero catalán combatía frontalmente “la
esclavocracia”, como denunciaba la prensa satírica republicana a la burguesía
monárquica. Un término que inspiró al gran historiador cubano Manuel Moreno
Fraginals cuando lo llamaba, en relación con uno de los grandes negocios
esclavistas, “sacarocracia”.
El árbol de la libertad de los negros: jacobinismo
contra esclavismo
Junio
de 1802, el genial militar que ha conducido a la proclamación de la Primera
República negra de América es arrestado a traición por Napoleón, pero en una
sola frase Toussaint L’Ouverture hace retumbar los miedos de la
contrarrevolución:
“En
me renversant, on n’a abattu à Saint-Domingue que le tronc de l’arbre de la
liberté des Noirs; il repoussera par les racines, parce qu’elles sont profondes
et nombreuses” [Derrocándome, sólo han talado el tronco del árbol de la
libertad de los negros; volverá a brotar de las raíces, porque son profundas y
numerosas] (Marius, 2002: 69).
Llevaba
así hasta sus últimas consecuencias la premonición de Danton cuando la
Convención Jacobina inicia la fase más espectacular de la Revolución Francesa.
Una fase que se estrena con el decreto de abolición sin indemnización de la
esclavitud en las colonias. Danton escribe el 4 de febrero –pluvioso en el
calendario republicano– de 1794: “En jetant la liberté dans le nouveau monde,
elle y portera des fruits abondants, elle y poussera des racines profondes”
[Llevando la libertad al nuevo mundo, traerá frutos abudantes y hará brotar
raíces profundas] (Marius, 2002: 68).
Unas
raíces y unos frutos que comparten una misma savia jacobina regada con la
alianza de los sans-culottes parisinos con los esclavos de
Haití y Santo Domingo o, como dejara dicho el gran historiador C. L. R. James,
“lo que las masas de Haití comienzan, las masas de París terminan” (James,
2022).
La
concepción republicana de la fraternidad, que los jacobinos negros defenderán a
ultranza, tendrá un eco abolicionista en las colonias y, al mismo tiempo,
marcará uno de los combates más intensos de los jacobinos blancos en Francia.
Ya que tanto en la Primera República Francesa (1792) como en la Segunda de 1848
el esclavismo y el antiesclavismo serán las consignas de batalla de la reacción
y la revolución, en el agudo análisis de un observador alemán bastante barbudo:
«Bonaparte,
que había subido al poder, halagando los más bajos instintos de los hombres, no
puede mantenerse en él más que comprando día tras día a nuevos cómplices. Así,
con la renovación de la trata de esclavos no ha restaurado sólo la esclavitud,
sino que ha ganado a su causa a los plantadores. Cuanto hace degradar la
conciencia de la nación es para él una nueva garantía de poder. Hacer de los
franceses una nación que se entregue a la trata de esclavos será el medio más
seguro de esclavizar a Francia, la cual, cuando fue ella misma, tuvo la
valentía de proclamar ante la faz del del mundo entero: ¡Que perezcan las colonias,
pero que vivan los principios! Una cosa al menos ha cumplido Bonaparte. La
trata de esclavos se ha convertido en el grito de batalla entre los campos
imperial y republicano. Si hoy la República Francesa se restaura, mañana España
se verá obligada a abandonar el infame tráfico» (Marx, 1971:
100).
“El
grito de batalla entre los campos imperial y republicano”… Y si esta dinámica
de feroz lucha de clases espolea a las Repúblicas de Francia no es menos cierto
que la reencontramos con la misma intensidad en la Primera República española.
La diferencia estriba en que la historiografía marxista y republicana francesa
nos lleva décadas de ventaja en el estudio del republicanismo antiesclavista.
Pero esto no significa que en Catalunya no haya existido un movimiento popular
equiparable contra los traficantes de carne humana. Si los esclavistas se
organizaban en lobbies, como el de Barcelona presidido por el inefable Joan
Güell y Ferrer y Antonio López y López, los republicanos sacan a 14.000
manifestantes contra estos (Janué, 2022: 136). Pero es que las conspiraciones
de los primeros serán las que harán caer la monarquía democrática mientras que
el empuje de los segundos llevará a que la República se estrene con la
abolición de la esclavitud en Puerto Rico. Desde las páginas de El
Estado Catalán un joven Valentí Almirall marcará el tono intransigente
que siempre ha caracterizado al jacobinismo autóctono:
«Si
para conservar las Antillas debemos conservar la esclavitud; si de la
integridad del territorio es condición precisa que se haga de los hombres
cosas, que el látigo se levante por el hombre contra el hombre, que se pierdan
las Antillas y que se resquebraje esa integridad» (Almirall, 1873: 1).
Así
pues, pensar que el antiesclavismo es una moda importada de los campus
norteamericanos, aparte de ser falso, es más bien propio de una forma de pensar
en todo caso ajena a la republicana.
También,
insistir en la matraca de que el tráfico de esclavos y las plantaciones
coloniales no tuvieron ningún peso en la acumulación de capitales no sólo es
una hipocresía, ya refutada, sino que ignora que la prepotencia de la burguesía
esclavista llegaba al punto de edificar palacetes de estilo hacienda colonial
con plantas de algodón esculpidas en la entrada, tal y como hizo Gaudí para los
Güell en la mansión de Pedralbes.
Y
más aún, como señaló Oriol Junqueras en Els catalans i Cuba (1998),
los apellidos de esta burguesía resuenan en todos y cada uno de los golpes de
Estado que desde 1874 hasta 1936, pasando por 1923, se han hecho contra toda
revolución democrática y popular.
«Al
llegar a cierto punto uno deja de defender cierta concepción de la historia
para defender la historia misma”, y esto que dijo Edward Palmer Thompson para
el movimiento obrero inglés nos vale para no confundir la historia de los
carniceros de humanos con la nuestra. Dicho con las palabras que citaba un
espantado Jordi Basté en la emisora de radio RAC1: “Debemos
cargarnos Gaudí, los Güell, el cancionero colonial, todos los pilares
simbólicos de la marca Catalunya y también de la marca Barcelona”. Una
declaración que tiene la virtud de delimitar campos y comenzar a abordar la
tarea de la reparación de los mayores agravios imperialistas con el mismo
empeño reclamado por Francia Márquez, la vicepresidenta colombiana, en el Forum
Permanente de Afrodescendientes de la ONU, donde reclamó “acciones reales y
concretas de reparación histórica”» (1).
Albert Portillo es
politólogo y miembro de la redacción de Debats pel demà.
Referencias
Almirall,
Valentí (1873) “La cuestión de Cuba”, El Estado Catalán. Diario
Republicano, Democrático, Federalista.
James,
Cyril Lionel Robert (2022) Los jacobinos negros. Toussaint L’Ouverture
y la Revolución de Haití. Iruñea: Katakrak.
Janué,
Marició (2002) Els polítics en temps de revolució. La vida política a
Barcelona durant el Sexenni revolucionari. Vic: Eumo Editorial.
Junqueras,
Oriol (1998) Els catalans i Cuba. Barcelona: Pòrtic.
Maluquer
de Motes, Jordi (1976) “La burguesía catalana y la esclavitud en Cuba: política
y producción”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí (3a
época).
Marius-Hatchi,
Fabien (2002) “La Révolution caribéenne comme ultime rempart du droit naturel”,
en Florence Gauthier (ed.), Périssent les colonies plutôt qu’un
principe! Contributions à l’histoire de l’abolition de l’esclavage, 1789-1804. Paris:
Société des études robespierristes.
Marx,
Karl (1971 [1858]) “El gobierno británico y la trata de esclavos”.
Londres: New York Daily Tribune, 18/06, en Marx y Engels, Acerca
del colonialismo, Progreso, Moscú, pp. 96-101. Accesible en
https://proletarios.org/books/Marx-Engels-Acerca_del_colonialismo.pdf.
(1972)
“The Life-Destroying Toil of Slaves”, en Padover, S. (ed.). The Karl
Marx Library, Vol. II: On America and the Civil War. Nueva York:
McGraw-Hill.
(1975
[1867]) El Capital, Capítulo XXIV: La llamada acumulación
originaria, I, 3. Madrid: Siglo XXI.
Piqueras,
José Antonio (2021) Negreros: Españoles en el tráfico y en los
capitales esclavistas. Madrid: Libros de la Catarata.
(2011) La
esclavitud en las Españas. Madrid: Libros de la Catarata.
Rodrigo
y Alharilla, Martín (ed.) (2022) Del olvido a la memoria. La esclavitud
en la España contemporánea. Barcelona: Icaria.
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