NI OLVIDO, NI PERDÓN
Carolina
Vásquez Araya
Para mí, el 8 de marzo no es un día de saludos y parabienes. Es un día para conmemorar una de las tragedias más crueles e impactantes ocurridas en nuestro continente: la condena a muerte de 56 niñas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción, en Guatemala, perpetrada por el Estado guatemalteco bajo la presidencia de Jimmy Morales, quien dio directamente la orden de mantenerlas encerradas y de ese modo las condenó a una muerte atroz, quemadas vivas.
Ese día, el Congreso permaneció en silencio. También la Corte Suprema de Justicia, la Policía y el Ministerio Público. Todos cómplices de un acto incalificable. Las pantallas de televisión lo mostraron todo en detalle pero, hasta la fecha, los culpables han escapado a la acción de la justicia, comenzando por el ex mandatario.
Durante los días
subsiguientes, los comentarios se dividían entre quienes experimentaban el
horror por la tragedia y quienes, haciendo eco de los prejuicios atávicos de
una sociedad dividida, culparon a las víctimas por su propio holocausto.
Esas niñas, como
había denunciado la periodista Mariela Castañón en detallados reportajes en el
diario La Hora, eran víctimas de abusos en una institución administrada por la
Secretaría de Bienestar Social de la Presidencia de Guatemala, cuya misión es
proteger a niños y adolescentes de una situación de maltrato y abandono.
En denuncias
posteriores, se comprobó que las niñas eran violadas y sufrían castigos
extremos, además de privación de alimentos y atención en salud y educación.
También se denunció que ese centro se había transformado en un sitio de tráfico
sexual, en donde las internas eran sometidas a la prostitución y el silencio.
Esto sucedió un 8
de marzo y no podemos olvidarlo. Ese día 41 niñas murieron calcinadas y apenas
15 sobrevivieron, si acaso se puede llamar supervivencia a la condena de vivir
cubierta de quemaduras y con graves consecuencias físicas y psicológicas y
quienes, como colofón al abuso sufrido, han recibido amenazas para impedir que hablen
sobre los verdaderos hechos que las llevaron a protestar.
El 8 de marzo no es
un día de felicitaciones ni mensajes edulcorados. Es una fecha para recordar
cuánto camino falta para alcanzar la igualdad de derechos, para detener el
abuso contra mujeres, adolescentes y niñas en un marco de sociedades
patriarcales indiferentes a su situación de inequidad. El 8 de marzo es un día
para avergonzarnos por nuestra sumisión ante un sistema patriarcal, retrógrado
y perverso.
Es hora de asumir
nuestra responsabilidad en este escenario de injusticia y luchar contra la
falta de sensibilidad humana de quienes, desde el poder, permiten tragedias
como esta.
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