viernes, 31 de marzo de 2023

ANA OBREGÓN Y LA CIGÜEÑA DE MIAMI

 

ANA OBREGÓN Y LA CIGÜEÑA DE MIAMI

Mientras Ana bailaba en las televisiones, en los hospitales se robaban bebés. La lógica de la gestación subrogada es la misma: ricos comprando a mujeres pobres. Ver a Ana Obregón salir en silla de ruedas con la cría entre sus brazos, blanca y radiante, nos sirve para plantearnos muchas cosas.

IRENE ZUGASTI HERVÁS

Era el verano de 1970 y Ana Obregón paseaba la moto que le regalaron por las buenas notas por la Florida, la urbanización de moda al norte de Madrid. Tenía 16 años, y lo tenía todo: juventud, belleza, dinero, poder. Hija del pelotazo inmobiliario que su padre dio con la construcción de La Moraleja, criada al calor del desarrollismo franquista, y con un futuro brillante por delante, los veranos de Anita transcurrían entre Mallorca y El Pardo, entre socialités y herederos del régimen, entre motos y guateques.

 

No muy lejos, también en Madrid, y también en aquel verano de 1970, la hermana sor María Gómez Valbuena recibía en la Clínica Santa Cristina a otras mujeres jóvenes, algunas tan jóvenes como Ana. Allí, tras anestesiarlas, se les conducía a un parto y, bajo engaños y amenazas, se les arrebataba su bebé para dárselo a las familias que esperaban, en una lista de espera plagada de buenos apellidos, para quedárselos como propios. Familias decentes, afines al régimen, familias devotas, familias como Dios mandaba. Muchas de ellas fingían un embarazo, se encerraban en sus casas de verano durante meses, y después enseñaban orgullosas  al mundo sus retoños. Mientras, las otras, las robadas, las violentadas, las víctimas, retomaban su vida con la carga de la vergüenza, o del miedo, o del recelo sobre si, de verdad, su niña muerta estaba enterrada en aquella cajita que no le dejaron tocar.

 

Mientras Ana ya bailaba en nuestras televisiones, en las maternidades de todo el país se continuaba robando los bebés a las pobres

Se calcula que casi 300.000 niños y niñas fueron robados en la segunda mitad del siglo XX en España: un negocio insaciable que comenzó bien pronto, durante la guerra, como castigo político a las vencidas, y que se extendió hasta bien entrada la democracia. Mientras Ana ya bailaba en nuestras televisiones, en las maternidades de todo el país se continuaba robando los bebés a las pobres, a las solteras, a las putas, a las locas, a las indecentes, a las violadas, a las desesperadas, a través de complejos entramados de poder eclesiástico y político.

 

Paco Lobatón

 

En los años 70, a las niñas como Ana, las monjas como sor María les contaban en el cole que los bebés venían de París. Hoy siguen llegando de muy lejos: vienen de Kiev o de Quebec, de Kenia, de Georgia, o, como la bebé que acaba de comprarse Ana, desde el mismísimo Miami.

 

La lógica, sin embargo, es muy parecida a la de entonces, una lógica aplastante: se trata de ricos comprando mujeres pobres, poniendo sus cuerpos al servicio de sus deseos. Para mí —y aunque sé que diciendo esto muchas dejarán de leer aquí— la misma que responde a la prostitución. Pero si antes muchas de esas familias compradoras de seres humanos escondían con pudor el delito —porque secuestrar y robar es un delito— hoy lo exhiben con orgullo: Bosé, Kardashian, Elon Musk, Javier Cámara, Ricky Martin, la Baronesa Thyssen, Priyanka Chopra, Paris Hilton, Cristiano Ronaldo, por ejemplo. Jóvenes y no tan jóvenes. Fértiles o estériles. Hetero o LGBTIQ. En pareja o en soltería. No hay estereotipos ni falta que hace. Lo único que tienen en común es el privilegio de poder hacerlo.

 

Ahora se le llama “gestación subrogada” y la legitiman legiones de celebridades y de otros muchos miles de anónimos no tan célebres —recordemos esas familias españolas que quedaron atrapadas en Kiev en 2019, por no poder filiar a los bebés comprados, cuando la guerra en Ucrania no era trending topic—. Se legitima, por ejemplo, con la excusa de la infertilidad, esa que tanto preocupa a Tamames. Se legitima por la libre elección que tienen las mujeres a ser explotadas, si así lo desean, pariendo hijos para otras. Se legitima porque hay unas cuantas, pocas, que lo hacen por altruismo. Se legitima porque empieza a ser habitual: “Tengo unos vecinos que no podían tener hijos y se trajeron uno de Estados Unidos, y fíjate, hasta se hacen videollamadas con la gestante, qué buen rollo”. Se legitima en nombre de la autonomía de los cuerpos y de la libertad de las personas, en un giro argumental que coloca la palabra libertad más cerca de las cañas de Ayuso que de la revolución feminista, pero que cuela.

 

Ver a Ana Obregón salir en silla de ruedas con la cría entre sus brazos, blanca y radiante, y la mirada perdida nos sirve para plantearnos muchas cosas. No solo la gestación subrogada, donde afortunadamente hay un gran consenso entre las feministas —a no ser que seas Villacís— que no se sostiene sin el componente de pobreza, de racialidad, de desigualdad que la sustenta —de hecho, la reciente reforma de la Ley del Aborto reconoce la filiación por esta vía como nula de pleno derecho; y la ley del sí es sí, como una forma de violencia contra las mujeres— sino otras muchas cosas que también son parte del debate feminista y sobre las que es interesante conversar.

 

Por ejemplo, sobre la maternidad como un deseo convertido en derecho. O sobre maternar y cuidar como forma de sentirse plena, de reconstruirse, de completar la vida, de paliar la soledad o el duelo. Podemos conversar sobre por qué adoptar en vez de comprar una cría, como algunos plantean, tampoco es una solución ni una alternativa ni este ni en otros muchos casos. Quizá también sobre por qué la adopción es un tema que llevamos, igual, demasiado tiempo posponiendo debatir.

 

Podemos hablar de dónde quedan los derechos de la infancia en todo esto y de qué identidades construyen estas crianzas y sus consecuencias. Podemos hablar de genes y herencias, de la necesidad de perpetuarse a través de la carne, de por qué ellos, viejos, pueden asumir paternidades igual de disparatadas que la de Obregón sin que pongamos el grito en el cielo. Podemos hablar de cómo las interdependencias construyen redes —más bien cadenas— de desigualdad y explotación de mujeres en todo el mundo, un mundo en el que una joven ucraniana, guapa y rubísima, gesta en medio de una guerra el bebé de una familia de Montecarmelo poniendo su cuerpo, su útero, sus genes, su salud física y mental, garantizando la blanquitud y salubridad del producto.

 

Franco y la fertilidad de Ana son cosa del siglo pasado. Y sin embargo, las lógicas de privilegio e inmunidad, del buen vivir a costa de reventar las vidas y los cuerpos de las de siempre, de las otras, siguen ahí

Un mundo en el que otra mujer en Delhi gestará una cría sin poner ni siquiera sus genes de piel oscura en ello para no ensuciarlo. Un mundo en el que una señora sexagenaria performa la salida de un paritorio en silla de ruedas, o en el que los compradores de bebés se toman fotos con el crío en brazos, recién salido de un vientre caliente, satisfechos de la transacción con final feliz.

 

No se qué es lo que baila Ana, como dice la canción, ni me importa, ni su vida privada, sus anhelos, ni sus decisiones. Pero que no baile a nuestra costa, ni a la de nadie. Contaba Ana en unas memorias que a ella le vino la regla la noche que conoció a Franco, con 16 años; de eso hace, si no calculo mal, 53 años. Ambos, Franco y la fertilidad de Ana, son cosa del siglo pasado. Y sin embargo, las lógicas de privilegio e inmunidad, del buen vivir a costa de reventar las vidas y los cuerpos de las de siempre, de las otras, siguen ahí. Bailando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario