LA BURBUJA INMOBILIARIA A PIE DE CALLE
DAVID BOLLERO
Un activista de STOP Desahucios acude a una protesta el desalojo de una
familia de su vivienda, en Madrid. E.P./Gustavo Valiente
Recientemente hemos visto cómo la banca, como sucede con las empresas energéticas, está registrando beneficios récord. En lo que no se ha puesto tanto énfasis es en cómo sus memorias financieras reflejan que su exposición al ladrillo de riesgo supera los 26.500 millones de euros. La cifra impresiona casi tanto como los sueldos de sus directivos y directivas, pero también nos pone en guardia ante la amenaza de otra burbuja económica: la anterior, con Mariano Rajoy como presidente, nos costó 60.000 millones de dinero público que jamás han devuelto los bancos.
Entidades como Santander,
CaixaBank, BBVA, Unicaja, Sabadell y Bankinter son conscientes del riesgo al
que están expuestos y ya durante 2022 han ido soltando un lastre de casi 6.000
millones de euros, lo que supone reducir su exposición inmobiliaria en un 18%.
Estas medidas no han de llamarnos a engaño: no se ha escarmentado respecto a la
crisis de 2008, pues de haberlo hecho la especulación no camparía a sus anchas
y la banca no habría vivido otra época hipotecaria desaforada. Según el INE, en
2022 se produjeron 649.494 transacciones, esto es, la mayor cifra desde las más
de 775.000 registradas en 2007.
Además, la
exposición tóxica al ladrillo no viene motivada únicamente por las hipotecas
-incluidos los inmuebles adjudicados a una entidad tras el impago de una
deuda-, también por toda la financiación que se ha concedido a los promotores
inmobiliarios, que con la inflación han visto cómo sus proyectos se disparaban
de costes y, en caso de concluirlos, no tienen ya la respuesta esperada en el
mercado por la caída de la demanda.
Tras muchos años de
tipos de interés por los suelos, la venta de casas y firma de hipotecas ha
vivido un repunte entre quienes, al menos, podían pagar la entrada. La realidad
es que ante la pasividad histórica de nuestros gobiernos -incluido el actual,
que en esta materia arrastra los pies-, el mercado del alquiler ha encogido en
cuanto a oferta por la avalancha de pisos turísticos y ha engordado sus
precios, lo que ha propiciado que pese a la especulación resulta más sencillo
afrontar el pago de una letra que de un alquiler.
El quid de la
cuestión es disponer del dinero suficiente para afrontar la entrada. Quienes
pudieron hacerlo, lo hicieron en un momento con tasas de interés cero, pero la
situación ha cambiado con una escala incesante de los tipos de interés. Una
subida, además, que no se va a relajar, tal y como advirtió la semana pasada la
presidenta del Banco Central Europeo (BCE) Christine Lagarde, que no supo
vislumbrar dónde está el techo y, de hecho, este mismo mes alcanzaremos el 3%.
Así las cosas, la
sombra de los retrasos e impagos comienza a alargarse. Sólo en los dos meses
desde que entrara en vigor el Código de Buenas Prácticas, diseñado para ayudar
a las personas cuya situación económica les supera y no alcanzan a pagar la
hipoteca, las solicitudes han superado las 7.000, aunque las entidades no
precisan cuántas de estas peticiones han sido satisfechas. Habrá más, muchas
más que busquen el amparo de este código voluntario. Es lo que les queda, dada
la sistemática violación del derecho constitucional a una vivienda digna y a
que los poderes públicos pongan en marcha los mecanismos necesarios para evitar
la especulación.
Lo vivido en la
anterior crisis y el hecho de que las autoridades hayan exigido a la banca una
mayor prudencia financiera -que ha propiciado que en casos como el Santander
recurran a fondos buitres como Blackstone para liberarse de toxicidad- hace que
el mensaje mayoritario sea positivo, de baja morosidad, espantando fantasmas de
una nueva burbuja inmobiliaria. También en 2008, antes del rescate
multimillonario, se hablaba de que la banca española estaba a prueba de
bombas... pero no.
La burbuja ya se
vive a pie de calle. La bonanza macroeconómica nos sobrevuela demasiado alto a
quienes nos desenvolvemos en la micro y el Gobierno tiene las herramientas
necesarias para asistirnos. No lo hace; la Ley de la Vivienda, la regulación
del alquiler y el coto a los apartamentos turísticos siguen guardadas en un
cajón. El hecho de que mientras se siguen construyendo viviendas a precio de
oro, tan sólo un 18% de las operaciones firmadas en 2022 fueron de obra nueva,
debería hacer pensar a nuestros gobernantes. Miro hoy a Francia, de nuevo
paralizada por las pensiones y me pregunto en qué momento hemos perdido en
España esa capacidad de reacción, en esta y otras cuestiones, cómo es posible
que ante un problema tan crítico como es vivir bajo un techo digno no nos
movilicemos. ¿Tan narcotizados estamos?
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