BRASIL SE NIEGA A PARTICIPAR DE LA GUERRA
Mientras
los países de la UE pugnan por ser quien más material militar envía a Ucrania,
Lula da Silva resiste a las duras presiones de quienes patrocinan el conflicto
armado
ZAINER PIMENTEL
Lula da Silva y Joe Biden, durante la visita del presidente brasileño
al despacho oval del pasado 10 de febrero.
El día 10 de febrero Lula da Silva fue recibido en la Casa Blanca por el presidente Joe Biden con la pompa que se merece un importante líder regional. En pleno despuntar del mundo multipolar, en el que Estados Unidos es el mayor afectado, el presidente de la mayor potencia militar del mundo coincidió con el visitante en aunar fuerzas en la lucha contra la crisis climática, la ultraderecha mundial y por el desarrollo de los derechos humanos. Pero la calurosa reunión quedó empañada por las divergencias evidentes cuando trataron el tema más espinoso: la guerra en Ucrania. Lula da Silva moduló su discurso desde la inicial crítica hacia la escasa disposición del Gobierno de Valodomir Zelenski en la búsqueda de una solución pacífica del conflicto hacia la condena a la invasión rusa del territorio ucraniano. Oficialmente Brasil sigue manteniéndose neutral en el conflicto, abogando por la formación de un grupo de trabajo entre los países que desean el cese del fuego en la zona. El presidente brasileño ya anunció que en su próximo viaje a China, el 28 de marzo, hablará con Xi Jinping sobre el plan de 12 puntos de alto el fuego que ha planteado la diplomacia china.
Tal vez ese no
alineamiento total con las posiciones estadounidenses sea lo que explique la
decepción de la delegación brasileña en Washington. También la promesa de
aportación de apenas 50 millones de dólares al fondo internacional para el
programa de protección y preservación de la Amazonia. Los diplomáticos
brasileños esperaban una suma muy superior por parte del Gobierno
norteamericano a la causa ambiental, defendida a bombo y platillo en los foros
internacionales por personajes como el representante especial para el Clima de
la Administración demócrata, John Kerry, y el exvicepresidente Al Gore. Además,
queda en evidencia el desprecio estadounidense hacia la propuesta estrella de
Brasil, ya que el fondo ha recibido el respaldo económico de países como
Noruega (que desbloqueará 482 millones de dólares) y Alemania (que aportará 200
millones de dólares). Con su exigua contribución, la Administración Biden mandó
un mensaje bien claro al gobierno brasileño: o se alinea primero a los
intereses geopolíticos de Estados Unidos o no hay acuerdo en otras materias
importantes, aunque sean de interés vital para la humanidad, como la emergencia
climática.
Una semana antes de
la visita a Biden, el canciller alemán, Olaf Scholz, ya estuvo en Brasil
presionando al mandatario brasileño para enviar municiones para sus tanques
Leopard 2 en Ucrania. La petición fue tajantemente rechazada. La exigencia del
envío de municiones del maltrecho ejército brasileño a Ucrania parece una
trampa de Occidente para involucrar directamente al país sudamericano en la
contienda bélica. Nadie en su sano juicio podría creer que unas cajas de
municiones del obsoleto ejército de Brasil cambiarían ni en un ápice el curso
de la contienda. Lula da Silva salió más o menos ileso de la visita del
canciller alemán, pero, en la rueda de prensa conjunta tras la reunión, tuvo
que lidiar con un periodista alemán, visiblemente irritado, que le interpelaba
sobre la negativa de Brasil. El presidente explicó pacientemente al informador
alemán que, desde 1870 (fecha del fin de la vergonzosa guerra que enfrentó a
Brasil, Uruguay y Argentina contra Paraguay representando los intereses de la
corona británica), su país no tiene enfrentamientos bélicos directos con
ninguna nación extranjera. Además, dejó claro que Brasil no va tomar parte
directa ni indirectamente en ese conflicto y que la única contienda que en ese
momento le interesa es el combate contra el hambre. Pese a los esfuerzos
pedagógicos del Gobierno de Brasil, las aguas no se calmaron. La semana
posterior a su vuelta de Estados Unidos, Lula da Silva tuvo el disgusto de
saber que la subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos, Victoria Nuland
–veterana diplomática americana, responsable de articular el EuroMaidan, golpe
de Estado de 2014 contra el expresidente ucraniano Viktor Yanukovich–, dijo que
el país sudamericano tendría que “ponerse en el pellejo de Ucrania”. Acto
seguido, el embajador de Japón en Brasilia, Hayashi Teiji, no ocultó a la
prensa brasileña sus conversaciones con círculos políticos cercanos al presidente
Lula para conseguir su apoyo a la causa ucraniana. Por otro lado, el ministro
de Exteriores de Ucrania, Dmitró Kuleba, en una breve reunión con su homólogo
brasileño, Mauro Viera, invitó al presidente de Brasil a conocer las terribles
consecuencias de los bombardeos rusos in loco. El propio Zelenski también llamó
al mandatario brasileño para invitarle a Ucrania. La idea de la diplomacia
ucraniana es sensibilizar al presidente brasileño con un paseo por los sitios
bombardeados por las fuerzas aéreas rusas. La pesada artillería diplomática que
los países occidentales están desplegando en Brasilia y en los foros
internacionales intenta presionar de todas las maneras posibles al Gobierno
brasileño para que tome parte por Ucrania. Es innegable que con un gabinete tan
plural –hay miembros del Gobierno como el ministro de Asuntos Exteriores de
Brasil (el Itamaraty), Mauro Viera– defienden una posición más pragmática con
un mayor acercamiento de Brasil a la posición de Estados Unidos. Es previsible
que las diferentes tratativas del país con sus socios occidentales, tales como
el acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea, tan anhelado por el
nuevo Gobierno, no se cerrarán sin una cesión clara del gobierno brasileño en
el asunto ucraniano. Por otro lado, en la Conferencia de Seguridad de Múnich,
el 18 de febrero, la ministra alemana de Exteriores, Annalena Bearbock,
flanqueada en la mesa por su homólogo americano Antony Blinken y Dmitro Kuleba
en un aviso a los países de Sur Global, como Brasil, Sudáfrica, Indonesia,
Argentina, Pakistán y muchos otros, lanzó la advertencia insistiendo en que la
neutralidad en esa guerra no es una opción; en otras palabras, o están con
nosotros o en contra. Aunque sea muy prepotente por su parte: más del 80% de la
población del planeta vive, en este momento, en la órbita de los países que
permanecen neutrales en esta contienda.
Si bien es verdad
que esas presiones ejercidas sobre el nuevo Gobierno brasileño han modulado
sensiblemente su radical posición inicial e incluso han provocado algún leve
cambio en la posición internacional de la diplomacia brasileña –como fue el
caso del inexplicable voto favorable, el 23 de febrero, del embajador de Brasil
en la resolución no vinculante de la Asamblea de Naciones Unidas hacia la condena
y propuesta de retirada de las tropas rusas de territorio ucraniano–, no se
sabe si el Itamaraty escenificó una rendición a las presiones estadunidenses en
la ONU después de la visita a Biden, o si el voto del día 23 fue parte de una
complicada política pendular de la diplomacia brasileña que intenta buscar el
equilibrio entre las tesis de EEUU/UE y las de China / Rusia. Algunos sectores
críticos temen el voto disonante de Brasil en la ONU y que Estados Unidos esté
llevando a Brasil a un sabotaje a la posición diplomática de los BRICS en la
cuestión ucraniana. Lo concreto es que, a día de hoy, se mantiene el mayor
triunfo brasileño en cuestiones de conflictos bélicos internacionales: su
tradicional neutralidad, que le confiere margen de maniobra para promover su
iniciativa de creación de un grupo formado por naciones que defienden un alto
el fuego entre las partes. Es un hecho que mientras los países de la Unión
Europea se pelean por ser el que envía más material militar a Ucrania, Brasil
se ha negado tajantemente a hacerlo pese a la petición directa de un país
miembro de la OTAN y a las duras presiones recibidas desde los países que
patrocinan el conflicto armado. Mientras tanto, los líderes occidentales siguen
en su particular romería rumbo a Kiev. Inmediatamente después del viaje
sorpresivo del presidente Biden a Kiev el día 20 de febrero para respaldar a
Zelenski y prometer más 470 millones de euros en ayudas, el 23, el presidente
de gobierno español Pedro Sánchez corrió a hacer lo mismo. Intentaba seguramente
ser el primero de la cola para quedar bien con la OTAN y con Estados Unidos,
con su oferta de diez tanques Leopard, cuatro más de los que había acordado
algunos días antes con las autoridades ucranianas. Ni una palabra de Sánchez
para frenar la escalada del conflicto; al contrario, el debate unísono entre
los líderes europeos se centra en cómo derrotar a Rusia –¿con o sin
humillación?– como insiste el presidente Emmanuel Macron, que aboga por la
segunda opción.
Ni una palabra de
Sánchez para frenar la escalada del conflicto; al contrario, el debate entre
los líderes europeos se centra en cómo derrotar a Rusia
Frente al furor
guerrero de Europa, cada día más involucrada material y diplomáticamente en la
guerra, la tendencia de los gobiernos latinoamericanos es la cautela. Por eso,
para la Unión Europea y Estados Unidos sería una baza importante convencer a
Brasil de entrar en el campo de batalla, ya que facilitaría convencer a otros
países díscolos de la región. Sin embargo, pese a los intentos de la OTAN y sus
siervos europeos por impedir que se constituya una mesa de negociación, los
esfuerzos diplomáticos por la paz del presidente Lula da Silva han llegado al
oído de las autoridades rusas. Hasta el punto de que, en declaraciones a la
agencia rusa TASS, el viceministro de Relaciones Exteriores, Mikhail Galuzin,
dijo que se toman en serio la propuesta de paz del Gobierno brasileño. El
Gobierno chino, con su plan de paz, hecho público el día 24 de febrero, también
sigue instando a una solución política al conflicto, pese al rechazo del
presidente de la OTAN Jens Stoltenberg y de la presidenta de la Comisión
Europea, Ursula von der Leyen, que se apresuraron a declarar incongruentemente
que, al no condenar a Rusia, China es un país desacreditado para liderar el
proceso de paz.
Otra razón de peso
que hace de Brasil un serio oponente a la guerra es su posición en los BRICS,
ya que ninguno de ellos se ha posicionado del lado de la alianza EEUU/OTAN y
UE, enfrentándose directamente a Rusia. Preservar sus buenas relaciones con
China, Rusia, Sudáfrica e India es una prioridad para la diplomacia brasileña.
Tanto es así que en estos días Lula da Silva intenta confirmar el nombramiento
de la expresidenta Dilma Rousseff al frente del banco de los BRICS, con sede en
Shanghai. Rousseff, que no es propensa a aceptar cargos honoríficos, representa
la voluntad del Gobierno brasileño de tener un perfil político de primer nivel
hacia una institución financiera importante que está ubicada en el corazón de
Asia. Si Brasil quiere al frente de ese banco a alguien como la expresidenta,
que no niega su buena relación con China, es porque hace una apuesta
fundamental en las relaciones comerciales y diplomáticas con los BRICS y juega
sus bazas en la construcción del mundo multipolar.
Tras un año de esta
terrible guerra, detonada formalmente por la invasión rusa de Ucrania y
mantenida con la activa ayuda del consorcio occidental, los intentos ya lejanos
de negociación abortados en Turquía parecen indicar la inviabilidad a corto
plazo de abrir otra vez un proceso de paz. Especialmente cuando ninguna de las
partes está dispuesta a ceder en sus posiciones de partida. Sin embargo, las
iniciativas de China y Brasil por un alto el fuego son casi una obligación
moral. Pese a las palabras del alto representante de Política Exterior de la UE
de que esta guerra hay que ganarla a Rusia en el campo de batalla, en el resto
del mundo hay un consenso casi general de que no tiene visos de resolverse en
el terreno de combate a corto y medio plazo, por lo que la salida inevitable
sería la mesa de negociación. Además, ante la evidente escalada y la
frivolización del peligroso juego de la disuasión de las armas nucleares, que
aterrorizan al mundo y vuelven a estar en el discurso de jefes de Estado como
Rusia y Francia, no hay tiempo que perder. Parece oportuno dar un margen a los
planes de Xi Jinping y Lula da Silva que lideran la búsqueda de una solución
negociada al conflicto.
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