martes, 7 de febrero de 2023

LA MAGUA



LA MAGUA

Novela

Obra: NL.06 (a.28)

 

José Rivero Vivas

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En La magua van mezcladas las propuestas de los distintos personajes, porque en realidad es contar lo contado por otro, que a su vez recuerda lo ya contado. La supuesta confusión podría evitarse entrecomillando algunas aportaciones, al tiempo de explicar lo acotado. Ello daría como resultado una narración lenta, pesada, dengue y de mal gusto. Para eso existen otros medios. José Rivero Vivas - San Andrés, Tenerife - Febrero de 2016.

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José Rivero Vivas

Dibujo a plumilla, original del pintor Julio Viera.

Publicado: El latinoamericano, julio1997

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DE LA SAUDADE A LA MAGUA - Antología de relatos luso – canaria

(Ediciones de Baile del Sol, 2009 - ISBN: 978-84-15019-29-9 D.L.: M-44152-2010)

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Título acertado, pese a la distancia de acepción entre ambos términos, lo cual establece cierto matiz de significado.

Saudade implica nostalgia - Magua, desconsuelo.

Saudade es tal vez añoranza. Rather than regret, it seems to be sorrow.

Magua supone pesar, acaso aflicción.

Conforme se infiere del contenido de mi novela La Magua:

Deseo al fin no cumplido.

José Rivero Vivas

Marzo de 2017

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José Rivero Vivas

LA MAGUA                                     

NL.06 (a.28)

Novela, 296 páginas.

Colección Tagora, 8

Director de la serie: Cándido Hernández

Diseño portada: Jesús López

Viñeta portada: Marco Marchioni

Retrato del autor-Pág. interior: Julio Viera

(ISBN 84-85896-89-0)

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Colaboración del Aula de Cultura

del Excmo. Cabildo Insular de Tenerife.

Prólogo: Profesor Pablo Quintana

Fragmento en Antología:

Narrativa Canaria Siglo XX - Rafael Franquelo – Víctor Ramírez.

Dep. Legal: G.C. 317 – 1990 - Las Palmas de Gran Canaria.

Reseñas: Isaac de Vega, Pedro Fernaud, Alfonso Morales y Morales, Ricardo García Luis, Jesús, R. Castellano, Ezequiel Pérez Plasencia, y otros, sin nombre al pie de sus escritos.

Editorial Benchomo, 1995

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LA MAGUA - NL.06 (a.28) Novela - Autor: José Rivero Vivas

Director de arte: Marcelo López Muñoz

Ilustración de la cubierta: Autorretrato con modelo, 1910-1926.

Óleo sobre lienzo de Ernst Ludwig Kirchner.

(ISBN: 978-84-9941-826-1) Depósito Legal: TF 553-2012

Prólogo: Profesor Pablo Quintana - Comentarios al final del volumen:

Profesor Pablo Quintana, Pedro Fernaud, Isaac de Vega, Alfonso Morales,

Jesús R. Castellano, Ezequiel Pérez Plasencia,

Ricardo García Luis, José Rivero Vivas.

Reseñas: Daniel María, presenta la obra y publica:

 “Fundador de puertos”.  

(Escribió sobre el autor

la nota que aparece en GEVIC. Elaboró asimismo su

ficha técnica para la Academia Canaria de la Lengua.)

Aquí esta, a impulso de Francisco Pomares y Ánghel Morales.

Ediciones IDEA, 2012

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José Rivero Vivas

SUCINTO ASPECTO

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La magua, situada geográficamente en nuestro entorno, representa, en cuanto autor, un homenaje a San Andrés, mi pueblo. A través de ello se convierte en homenaje a Tenerife, y, a su vez, pasa a ser homenaje a Canarias.

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Eludiendo la peculiaridad familiar, diremos que La magua nace, hacia 1985, tras inusitado amago de permanencia en las Islas. Ello produjo inquietud y desazón en este autor, tal vez por no encontrarse apto para encarar la confinación que la perspectiva suponía. No hubo comentario al respecto, pero surgió el borbotón incontenible; en el espacio de una semana dio fin al manuscrito completo. Se fue al traste aquella propuesta, y arrancó nuevamente con su familia hacia distante lugar. La novela fue más tarde elaborada en Madrid y pasada a máquina en Londres.

Estuvo en varios concursos, navegó por la Viceconsejería de Cultura y fue a encallar en Cabildo. Finalmente, en coedición con esta Corporación, fue publicada en 1995 por Editorial Benchomo, de Cándido Hernández, con asesoría del profesor Pablo Quintana, autor del prólogo.

Al cabo de mucho tiempo vuelve a ver la luz de la mano de Francisco Pomares, principal de Ediciones IDEA, lo que ha de satisfacer el deseo de Ánghel Morales, que siempre apostó por su existencia en el mercado editorial.

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José Rivero Vivas

SINOPSIS

(Fragmento)

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        Marcial es un canario que se debate entre su deseo de salir en busca de horizontes más amplios y la angustia que le produce su prolongada permanencia en las Islas. Desde edad temprana le subyuga la idea de partir, y, en el fondo, envidia la aureola que envuelve a quienes marcharon al encuentro de la fortuna…

 

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           Marcial se mantuvo firme en su propósito hasta dar cumplido fin a su anhelo, y, un día, zarpó rumbo al Caribe en un transatlántico italiano, donde se coló de polizón; aunque… Inocencio cree que no, que no fue capaz de irse sin antes despedirse de Isabelita. Y es que, la vista de Santa Cruz entre dos luces, lo compungió de tal modo, que hubo de saltar a tierra y regresar en seguida a San Andrés para abrazarse a su madre.

 

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Inocencio cuenta en desordenado torbellino, causado por el dolor que le provoca la ausencia del compañero. El historiador recoge en paciente grabación su espontáneo relato, que posteriormente elabora y perfila hasta darle carácter inteligible.

        En la voz de Inocencio percibimos la palabra de Marcial, impregnada del lirismo que refleja el canto popular alejado de rebuscado casticismo. Inmerso en su recuerdo vierte, melancólico y apasionado, anécdotas que abarcan travesuras de infancia, peripecias de juventud y aventuras que Marcial le refiriera de su época allende el mar.

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José Rivero Vivas

LA MAGUA

Fragmento

(Cap. 9 – Págs.59-63)

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Marcial vino en vuelo nocturno y llegó de madrugada. Cuando vio la entrada del pueblo, se asombró. Y al bajarse del coche y mirar a la Montaña, exclamó:

―Mi madre. Esto es Nueva York.

Creyó que las casas eran altas desde el suelo hasta arriba, sin advertir que estaban levantadas sobre la misma falda. Después se fijó, y comentó:

―Qué bruto.

Era formidable.

El día de su llegada le dije:

―Esta es mi casa. Si te hace falta, aquí la tienes.

―Caramba, Inocencio. Qué solemne te pones.

Y se marchó jubiloso a celebrar su encuentro con la tierra. Salió al Fielato, miró al barranco, luego al monte, absorbió aire un rato, y se retiró camino de la Torre; el reloj marcaba las cuatro y diez, y era denso el silencio en torno. Hizo intención de dirigirse a la Plaza, pero se arrepintió y echó calle La Cruz abajo. Se inclinó al pasar por el Señor y siguió hasta la Playa; atravesó la autovía y se detuvo frente al mar. Extendió los brazos bien abiertos, respiró fuerte y profundo, y se volvió hacia el pueblo, abarcando con su vista todo el valle desde la mar a la cumbre. Acto seguido rompió a recitar:

Estoy aquí.

He vuelto.

Se hizo realidad el recuerdo.

Mis fallidos anhelos                                                                                      

cobran su logro con el hecho cierto.

Y en seguida entonó:

 

Si quieres cantar folías,    

no vayas al paraíso.

Afina oído y garganta;                                                                   

ven a Canarias conmigo.

 

Siete peñas, seis peñascos:                                                         

archipiélago cumplido.

Litoral suave y abrupto;                                                                            

hondas simas, altos picos.

 

Tierra reseca en la costa;                                                             arriba, campo baldío.

Ladera agreste se vuelve                                                                                         cuando asoma el valle umbrío.

 

Cien volcanes apagados;                                                                                                

hay otros cien en activo.

Leyenda de islas dichosas,                                                                          

errantes por su destino.

 

Mira la humana presencia:

fiel entrega y compromiso

buscando honrar la memoria

de quienes estos son hijos.

 

 

Gente liberal, austera,

celebra en aire festivo

su nacimiento en las Islas.

Ven a escucharnos, amigo.

 

 

Oye el son de nuestro canto

―armadero, pan y vino ―:

entre acordes de guitarra

y rasgueo de timplillo

 

vibra el alma alborozada

de alegría y regocijo;

en el fondo una tristeza

por no seguir siendo niños.

 

Nos duelen estas montañas,

estos barrancos y riscos;

escarpaduras rasgadas

lanzan al viento su grito.

 

Olas espumosas se alzan

y estallan en el bajío;

mar inmenso al que el poeta

sonoro Atlántico dijo.

 

 

Es manso en las ensenadas

―diáfano sur escondido―,                                                                                estremece por el norte                                                                                                   el furor de su bramido.


Sublimes cumbres verdean                                                                                         e1 horizonte dormido.

Menguado espacio embelesa,                                                                                    magia de jardín florido.

 

 

Aquí vivía otro pueblo:                                                               noble, valiente y altivo;                                                               otra raza, grande y fuerte,                                                                                         que sucumbió al enemigo.

 

 

De su dolor y su pena                                                                    nos quedan claros vestigios.                                                       Del arraigo por la tierra                                                               heredamos su cariño.

 

Hoy nos colma la nostalgia,                                                         la magua de ser vencidos

No anidamos en el pecho                                                                           

ningún sentimiento indigno.

 

Serenos y sin agravio

―bien parecemos los mismos―,                                                erguidos sobre el evento

somos guanches de este siglo.

Toda la noche estuvo cantando sin parar. Qué manera de hilar copla con copla, entrelazando gozo y contento en un desahogo de su interior que parecía no tocar fin.

Ya de joven solía entonar también cuando se echaba algún lingotazo, aunque no tenía buena voz entonces, y ahora no era buena tampoco; si acaso, más ronca y sentida. Pero a él se le daba un pito. Le importaba cantar y echar fuera su ansia, su deseo, su hondo sentir y la gran alegría que experimentaba por hallarse en Canarias después de tantos años de ausencia.

―Abicor es Abicor ―dijo, recordando nuestra forma de llamar al pueblo.

Luego empezó a comparar San Andrés, por su talante, con ciudades como Londres y Paris, Bruselas, alguna más, y Madrid.

No margina por debajo, Inocencio, sino por arriba. En esto, es superior a cualquier comunidad del universo. El triunfador que presume de su éxito es quien recibe la ostra. Maravilloso. No se le da al débil, que nunca es mal considerado. Fíjate, si no, Inocencio, en esa gente, oriunda y forastera: todos integrados, en cuanto seres humanos, igualados a cualquier ciudadano sin tener en cuenta su estado social. Esto es lo grande de Abicor, nuestro pueblo, el lugar donde nacimos. No existe verticalidad, pese a las montañas de sus contornos, y quien la busque, resulta estampado en su entramado horizontal.

Después se quedó mirando en torno; señaló a los rascacielos que creyera al llegar, y con amargura murmuró:

―Lástima que los tiempos y la riqueza que aflora lo puedan cambiar.

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LA MAGUA

Fragmento

(Cap. 9 – Págs.59-63)

José Rivero Vivas

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Tenerife

Islas Canarias

Febrero de 2023

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