jueves, 23 de febrero de 2023

VOTAD, MALDITOS

 

VOTAD, MALDITOS

JONATHAN MARTÍNEZ

Despliegue l BMR de la Policía -al que muchos llaman tanqueta- en las protestas por la huelga del metal en Cádiz. Europa Press

La semana pasada, una agencia de comunicación política llamada LaBase empapeló los muros de València con carteles que llaman a participar en los próximos comicios municipales y autonómicos. "Una votomami va a las urnas el 28M", dice un póster que reproduce el imaginario motorístico de Rosalía. "La auténtica velada del año es el 28M", dice otro póster que remite a los saraos pugilísticos de Ibai Llanos en Twitch. "La fiesta de la democracia sigue viva", dice un tercer póster que resuena con ecos de la Ruta del Bakalao.

 

La propia empresa ha explicado los fundamentos de la campaña. El caso es que faltan apenas cien días para que se abran las urnas y había que "animar a la población a afrontar con ilusión la cita electoral". El director de LaBase, Alex Comes, aspira a "revertir la percepción que la población tiene del mundo de la política" y por eso trata de valorar la importancia del voto. Con estadísticas en la mano, la agencia identifica dos enemigos que socavan la democracia: la crispación y la desafección. "El próximo 28M, vota feliz. Pero sobre todo, vota con el corazón y la mente".

 

"¿Le preocupa que exista crispación en España?", pregunta el CIS en sus encuestas. Pues sí, para qué nos vamos a engañar, responde la vecina del tercero. Está todo fatal, dice un parroquiano de la barbería de Manolo y una señora muy simpática que ha salido a la plaza a tomarse un cafelito menea con desaprobación la cabeza. Y así, con una sutil metamorfosis, la pregunta se convierte en respuesta y se estampa en titulares. "El 90,4% de los españoles está harto de la crispación política". Sea lo que sea la crispación política y sean quienes sean los culpables.

 

¿Y cómo poner remedio a esta calamidad? Ahí el CIS desliza con astucia otra pregunta. ¿Será que los partidos deberían llegar a pactos de Estado? Pues digo yo que sí, responde un tipo que iba a comprar el pan y su gesto de buena voluntad, de concordia y de blablablá, se transforma sin apelación en otro titular lapidario. "El 92,2% exige a los partidos que alcancen pactos de Estado". El encadenamiento de falsos silogismos funciona de perlas: un energúmeno de Vox da cuatro gritos en la tribuna del Congreso y los periódicos terminan reclamando que regrese la paz civil del bipartidismo.

 

El resultado de esta operación cognitiva recuerda a un spot de lo más cuñado que grabó Ciudadanos para las generales de 2016 en un bar de periferia. Albert Rivera se postulaba entonces como paladín de los pactos ambidiestros frente a los políticos que habían forzado el adelanto electoral. El fetiche del acuerdo a cualquier precio es el embrión mismo de la antipolítica porque los viejos poderes sostienen su legitimidad sobre la ausencia de conflicto. "Usted haga como yo, no se meta en política", dicen que le dijo Francisco Franco a Sabino Alonso Fueyo, director del diario falangista Arriba.

 

El otro gran enemigo de la campaña de LaBase es la desafección. Cada vez que se celebran elecciones, da igual que sean locales o europeas, las tertulias se alborotan con comentarios tan alarmantes sobre la envergadura de la abstención que parecemos vivir siempre al borde del colapso democrático. Desafección política por aquí, desafección política por allá, pero nadie nos dice hacia dónde deberíamos dirigir nuestros afectos. ¿Hacia una democracia olímpica que nos permite un día de voto y nos prescribe cuatro años de resignada espera o de fatal arrepentimiento?

 

Aunque a algunos les parezca una idea extravagante, la política es mucho más que el ensobrado ritual de una papeleta. La afección política, diría yo, es todo un repertorio de gestos menores que muy pocas veces merecen una columna de atención en la sección de actualidad de los diarios: la pancarta obrera que florece en el abismo de la precariedad, el abrazo vecinal contra la gelidez de un aviso de desahucio, el borboteo del café en una asamblea, el amor a todo lo que es amable, ese vínculo invisible que nos ata a nuestros semejantes y que no figura en los gráficos de intención de voto.

 

Crispación, en cambio, son las porras de la Ertzaintza contra los trabajadores de Tubacex que resistieron durante ocho meses de huelga contra los despidos ilegítimos de una empresa con beneficios. Crispación es la tanqueta de la Policía que amedrentó a un barrio proletario de Cádiz en la huelga del metal. Crispación es la detención de una militante feminista durante los actos del 8-M en Iruñea por un atentado contra la autoridad que nadie vio. Crispación son las condiciones salariales ridículas que Inditex ofrecía a las trabajadoras que tuvieron la valentía de levantarse en huelga.

 

No culpo a la agencia de comunicación por sus eslóganes sonrientes. Al fin y al cabo, cada cual vende sus servicios como buenamente puede y en esta ocasión los han vendido con imaginación y con inteligencia. Al contrario, agradezco que hayan dado pie a esta reflexión y estoy seguro de que también ellos agradecen a su modo estas palabras. Una campaña de publicidad funciona mejor cuantos más comentarios desencadena y aquí estamos comentándola, aunque sea para poner en duda las categorías con que nos proponen nombrar la realidad. El cristal con que observamos el mundo.

 

No son los consensos espontáneos de la sociedad sino los aparatos ideológicos del poder quienes determinan el significado de las palabras que empleamos en el debate público. En todos los tiempos y lugares, la clase dominante ha intentado imponer su propio vocabulario para que sus intereses particulares sean percibidos como el interés de toda la comunidad. Por eso hemos asumido, casi sin darnos cuenta, conceptos de contornos tan borrosos como "crispación" o "desafección". Así, una protesta social crispa porque todo régimen exige ciudadanos afectos.

 

Guardad el afecto para quien lo merezca. El compañero del curro. La vecina. Y reservad la crispación para los ladrones de derechos, para los señores de la guerra, para aquellos que acumulan capital y reparten pobreza. Ni la abstención es un problema aterrador ni el voto es una solución mágica. Votad si queréis y solo si queréis. Basta que tengáis cuidado de que la solución no sea mucho peor que el problema.

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