martes, 14 de febrero de 2023

INFILTRADOS: DOCTOR EN MARLASKA

 

INFILTRADOS: DOCTOR EN MARLASKA

DAVID TORRES

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, durante la entrega de las medallas de Protección Civil. E.P./Alejandro Martínez Vélez

Durante un par de años padecí una fascitis plantar en el pie derecho, una putada aunque, pensándolo bien, peor hubiera sido que me saliera en el izquierdo. Por aquel entonces, yo no tenía ni puñetera idea de lo que era una fascitis y cuando oí el diagnóstico pensé si ese dolorcillo en la planta del pie no me llevaría paso a paso hasta el Valle de los Caídos al tiempo que trepaba organismo arriba hasta dejarme cantando el Cara al sol con el brazo diestro en alto. Quién sabe, a lo mejor así empezaron Tamames y tanto otros como él, con una molestia en los pinreles que iba alejándolos de sus ideales de juventud para concluir en un lavado de cerebro en toda regla. Sin embargo, el traumatólogo me tranquilizó: no se trataba de nada de eso, pero me advirtió que eliminar una fascitis no era nada fácil. Después de varios tratamientos inútiles, la cosa no mejoraba y me dijo que teníamos que pasar a las infiltraciones.

 

Lo de las infiltraciones también me mosqueó bastante, ya que en 2012 toda España vio lo de aquel tipo que, durante las protestas de Rodea el Congreso, había caído al suelo junto a unos cuantos manifestantes y, mientras llovían los porrazos de los antidisturbios, empezó a gritar: "¡Que soy compañero, coño!" Vete a saber si no me inyectaba un policía miniaturizado en la planta del pie, con los efectos secundarios que podía acarrear. Le pregunté si la solución no podía ser más peligrosa que el problema, se echó a reír y me dijo que yo tenía demasiada imaginación. Al traumatólogo yo ya empezaba a verle pinta de ministro del Interior, para que se hagan una idea. Ya he contado que la última vez que había ido a consultarle fue por culpa de unos calambres extraños en la zona de los riñones y el tío me recetó unos tirantes.

 

En el cine, en la televisión y posiblemente en otros países los policías suelen infiltrarse en organizaciones criminales -la Camorra, la Mafia, la Yakuza-, pero en España abundan más los polis infiltrados en movimientos antisistema, grupos independentistas y asociaciones de barrio. Probablemente hay menos peligro si, caso de ser descubierto, en lugar de pegarte un tiro, te pegan un póster del Che, aunque llegan a infiltrar un agente en mi comunidad de vecinos y lo mismo se lleva una hostia. Al policía encubierto que estuvo años infiltrado en colectivos catalanes le han caído unas cuantas demandas por abusos sexuales, ya que era tan trabajador que se llevaba los deberes a casa y se infiltró además en varias señoras, si bien, conociendo el funcionamiento de la justicia española, lo mismo lo indemnizan a él por riesgo laboral.

 

El mismo día que se publica que una red colombiana de narcotraficantes ha caído en Madrid gracias a una redada policial instigada por un agente infiltrado, descubrimos que también había un policía infiltrado en un movimiento antifascista de Valencia. A Marlaska ya le han pedido una comparecencia pública para que explique, entre otras cosas, por qué se considera que los antifascistas están al mismo nivel que los narcos colombianos en el organigrama policial. Marlaska podría explicar, de paso, por qué hay tantos policías infiltrados en organizaciones fascistas y neonazis que ni siquiera se toman la molestia de ir de incógnito: lo mismo no están trabajando o lo hacen en sus horas libres o por amor al arte. En España lo de las infiltraciones es un no parar desde que, a mediados de los setenta, cantidad de dirigentes franquistas se infiltraron en la democracia gracias a las inyecciones de la Transición sin cambiarse ni el apellido ni el bigote. Mi traumatólogo dirá lo que quiera, pero para mí que esto es fascitis.

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