miércoles, 9 de marzo de 2022

EL DISCURSO DEL ‘MUNDO LIBRE’ YA NO CONVENCE EN AMÉRICA LATINA

 

EL DISCURSO DEL ‘MUNDO LIBRE’ YA NO 

CONVENCE EN AMÉRICA LATINA

En esta guerra fría, con sus estallidos trágicamente calientes como el de Ucrania, y tal vez pronto Taiwán, los intereses de muchos países en la región se han alejado de Occidente en un sentido geopolítico para desplazarse al este

ANDY ROBINSON

Jair Bolsonaro y Vladímir Putin, en 2019, durante una reunión en Japón

Tal y como se publicó el 7 de marzo en La Vanguardia, la llegada al poder de la izquierda latinoamericana, comprensiblemente recelosa ante las pretensiones de Washington de defender al “mundo libre”, es ya un hecho en México, Bolivia, Argentina, Honduras y Chile –Gabriel Boric toma posesión el 11 de marzo–, y está a punto de producirse en Colombia, un estrecho aliado de Estados Unidos, donde con casi toda seguridad, Gustavo Petro ganará las presidenciales en mayo. Y Brasil será el siguiente, con la probable victoria en octubre de Lula da Silva. La OTAN, en estos países, no convence demasiado como baluarte de la libertad. Todo lo anterior puede resultar un problema para Washington a medida que se reaviva la guerra fría con China y Rusia, que ya parece ser una realidad, por muy retro que resulte.

 

Es normal. Aunque nadie quiera reconocerlo en los círculos ilustrados e influyentes de las democracias occidentales, la preocupación estadounidense por las alianzas de Moscú con Venezuela, Nicaragua y Cuba es el reflejo del miedo que se siente en Rusia ante el acercamiento de la OTAN (y la UE) a lo que Putin considera su propia esfera de influencia, otro término de la Guerra Fría que vuelve al vocabulario de las relaciones geopolíticas. Eso lo decía con franqueza Henry Kissinger en su día, en tiempos de menor hipocresía en el discurso del “mundo libre”. Y, aunque la Unión Soviética ya no está para inspirar a jóvenes comunistas barbudos en América Latina, la realpolitik de la nueva guerra fría es igual que la otra.

 

América Latina pertenece al hemisferio occidental. Pero en esta guerra fría, con sus estallidos trágicamente calientes como el de Ucrania y tal vez pronto Taiwán, los intereses de muchos países en la región se han alejado de Occidente en un sentido geopolítico para desplazarse al este. A China –el primer socio comercial de países como Brasil, Chile y Perú, y un inversor ya crucial conforme billones de euros se canalizan a América Latina mediante la Iniciativa de la Franja y la Ruta (la nueva Ruta de la Seda)– y a Rusia, en algunos casos un estrecho aliado geopolítico.

 

Tras la invasión rusa de Ucrania, y ante el peligro de un agravamiento del conflicto, las alianzas de Moscú con Venezuela, Nicaragua y Cuba empiezan a provocar fuertes inquietudes en Washington. La última señal es la visita de dos funcionarios del Departamento de Estado a Caracas el fin de semana del 5 de marzo para reunirse con representantes de la Administración de Maduro. No se sabe si con el fin de tender puentes o comunicar advertencias.

 

Pero lo que puede resultar más preocupante para la Administración Biden es la manifiesta falta de ganas de muchos países en la región de sumarse al discurso de la democracia occidental frente a las autocracias orientales de Rusia y China. El no-alineamiento de países como México, Argentina, Bolivia y, hasta de Estados pequeños de Centroamérica, como El Salvador, implica que América Latina no es ya el “patio trasero” que fue en la primera Guerra Fría. Hasta Brasil, con el imprevisible aliado de Occidente Jair Bolsonaro al mando, se ha alejado de la defensa de Ucrania.

 

La nueva iniciativa diplomática en Venezuela del secretario de Estado, Anthony Blinken –según manifestaron fuentes del Departamento de Estado consultadas por The New York Times–, responde a temores de que Venezuela y otros aliados de Rusia en América Latina “puedan ser un peligro para la seguridad estadounidenses si la confrontación con Rusia se agudiza”.

 

Por un lado, tras el fracaso de las políticas de cambio de régimen y de apoyo al Gobierno paralelo del líder opositor Juan Guiado, la Administración Biden tantea un acercamiento a Maduro con el fin de contrarrestar la alianza venezolana con Rusia. Según analistas citados por el diario estadounidense, Biden puede estar incluso dispuesto a levantar el embargo petrolero contra Venezuela adoptado por la Administración Trump en la primavera del 2019 para poder prescindir de las importaciones de crudo desde Rusia. Tampoco se puede descartar que la visita sirva para advertir a Maduro de que Estados Unidos no tolerará ninguna colaboración venezolana con cualquier acción militar rusa.

 

Pero con Maduro en la presidencia, es difícil imaginar que Venezuela pueda dar la espalda a Rusia y China en la nueva guerra que se libra en América Latina por recursos como el petróleo, el gas o los minerales estratégicos. El presidente venezolano debe su supervivencia a Moscú y Pekín. Sin el apoyo de la petrolera estatal rusa Rosneft e inversiones chinas, no habría resistido las presiones desde la Administración Trump a favor del cambio de régimen. Existen también importantes vínculos militares entre Rusia, Venezuela y Cuba.

 

Así mismo, aunque la solidaridad soviética es ya un recuerdo solo para los supervivientes de la revolución cubana como Raúl Castro, La Habana mantiene lazos históricos con Rusia, más necesarios que nunca tras el endurecimiento del embargo estadounidense durante la Administración Trump. Casi tres décadas después de la crisis de misiles de Cuba de 1963, la Administración Biden puede tener que buscar otra relación con Cuba también.

 

Lo más sorprendente de la nueva configuración geopolítica latinoamericana ante la guerra en Europa es la postura de Brasil. El presidente ultraconservador, Jair Bolsonaro, visitó Moscú días antes de la invasión rusa y, aunque la agenda de la reunión –convocada meses antes de la crisis en Ucrania– se centró en asuntos bilaterales y económicos, la visita no fue del agrado de la Administración Biden.

 

Pese a ello, Bolsonaro ha desafiado a Biden y rechaza sumarse a la condena occidental a Putin. “No vamos a tomar partido; vamos a mantener la neutralidad”, dijo a principios de mes, en un encuentro con periodistas en Brasilia.

 

El apoyo a Putin es “el colmo de la esquizofrenia”, dijo un exdiplomático brasileño en una conversación telefónica desde Brasilia. Bolsonaro, defensor en su día de una guerra sin tregua contra la Unión Soviética, “ha apoyado en algún momento la entrada de Brasil en la OTAN”.

 

La neutralidad de Bolsonaro y otros países latinoamericanos genera cada vez mayor malestar en Washington. El exembajador estadounidense en Brasilia, integrante del Departamento de Estado de Obama, Thomas Shannon, advirtió en una entrevista en el periódico brasileño Valor que “todos los países de Suramérica que quieren ser socios de Estados Unidos o Europa deben condenar lo que ha hecho Rusia y apoyar al pueblo de Ucrania”.

 

La contradicción de Bolsonaro se debe, en parte, a los lazos estrechos que mantiene con Donald Trump, otro líder de la derecha posliberal que no oculta su admiración por Putin. “Bolsonaro nunca fue un aliado de Estados Unidos sino de Trump”, dijo el diplomático. “Cuando Trump perdió las elecciones en 2020 era inevitable que Bolsonaro se acercase a Putin para evitar quedarse solo; Putin es experto a la hora de ofrecer cobijo a países que quedan aislados”.

 

Putin representa para Trump y Bolsonaro un ejemplo de líder nacionalista fuerte, que desprecia la supuesta ideología del globalismo y los derechos civiles para mujeres y minorías. Hay motivos económicos también. Rusia es el principal exportador a Brasil del potasio que se utiliza en los fertilizantes necesarios para cultivar soja en el norte de Brasil.

 

Pero el apoyo al presidente ruso ha levantado ampollas en el ala más ideológica del bolsonarismo, aliada con la ultraderecha nacionalista ucraniana. La neutralidad de Bolsonaro aleja a Brasil del bloque conservador pro-estadounidense de la región liderado por presidentes como Ivan Duque, en Colombia; Guillermo Lasso, en Ecuador; y Sebastián Piñera, en Chile.

 

Estos países se mantienen como fieles aliados de Estados Unidos. Pero son todos presidentes débiles o ya derrotados. Piñera dejará la presidencia chilena el 11 de marzo, cuando Gabriel Boric, líder del Frente Amplio de la izquierda, tome posesión. Boric se ha situado claramente en contra de Rusia. Pero no será un aliado de Washington tan leal como Piñera, aunque solo sea por el 50% del cobre chileno que se exporta a China.

 

En Colombia, el candidato proamericano de Duque tiene escasas posibilidades de ganar las elecciones presidenciales de mayo. Gustavo Petro, el candidato de izquierda –crítico con Putin pero con la OTAN también–, es favorito. Lasso se enfrenta, por su parte, a probables movilizaciones en un momento de crisis económica.

 

Argentina es otro miembro del club pragmático de los no alineados en el hemisferio occidental. Días antes de que el presidente brasileño visitase Moscú, el presidente argentino Alberto Fernández se había reunido con Putin.

 

La buena relación entre Buenos Aires y Moscú se debe en parte al astuto trabajo en la diplomacia de las vacunas realizado por Rusia, que suministraba la Sputnik cuando las grandes farmacéuticas occidentales fallaban a países de América Latina. Rusia dio otro paso para arrastrar a Argentina hacia su órbita al ofrecerle apoyo para la recuperación de las islas Malvinas en el 40 aniversario de aquella guerra. Argentina, eso sí, condenó la invasión ante la ONU.

 

La buena relación entre Buenos Aires y Moscú se debe en parte al astuto trabajo en la diplomacia de las vacunas realizado por Rusia

 

Bolivia –otro país beneficiado por el suministro de la Sputnik– también se negó a sumarse a la condena a Rusia de la OEA. El acuerdo entre Moscú y La Paz, sobre la cooperación en la producción del gas y el litio –ambos abundantes en Bolivia–, es otro ejemplo de la ofensiva de seducción de Rusia en la región. El Salvador, que ya demostró su alejamiento de EE.UU. al romper relaciones con Taiwán en 2018, tampoco ha condenado a Rusia tras la invasión.

 

Ni tan siquiera México –cuya larga frontera con EE.UU. lo coloca en la zona de influencia estadounidense– se ha unido incondicionalmente a la condena de Occidente a Putin. En la primera reacción a la noticia de la invasión, el presidente de izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, parecía minimizar la agresión rusa. El canciller Marcelo Ebrard rectificó con un tuit en el que condenaba “enérgicamente la invasión rusa de Ucrania”. Pero México no participará en las sanciones contra Rusia “porque queremos mantener buenas relaciones (…) y estar en condiciones de hablar con las partes en el conflicto”, dijo López Obrador en una rueda de prensa.

 

La reunión de esta semana en Ciudad de México entre López Obrador y Lula da Silva, favorito para las elecciones presidenciales brasileñas, ha dado alguna pista sobre la estrategia geopolítica de los dos gigantes latinoamericanos en el futuro si, tal y como se espera, Lula se impone en las elecciones brasileñas de octubre. Viejos líderes de la izquierda latinoamericana, curtidos en la primera Guerra Fría y conscientes de las atrocidades perpetradas entonces con el beneplácito de Washington. Ambos se oponen a la existencia de la OTAN.

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