EDUARDO SANGUINETTI,
FILÓSOFO Y POETA.
Todo es ridículo
cuando se piensa en la muerte y si la tentación de existir subsiste, queda el
inconveniente de haber nacido, situación permanente de crisis en que se
representa la "comedia humana", de ningún modo divina, en
desigualdades que soporta una humanidad dócil, en nombre de la sacra democracia
ficcional, para mafias, insertas en todos los espacios.
Una funesta
bufonada fundada sobre un tema trágico: la existencia y el interrogante de
enormes dimensiones que cae como una sombra en la historia del hombre, con sus
mejores-peores intenciones de superar lo que ya está inscripto en su ADN, como
especie depredadora y francamente desesperada, por ambición, lívido, estupidez
o simplemente fair-play, de sentirse "corazón del mundo" y
alrededores.
Es bastante
significativo que en este milenio en plena pandemia del denominado virus
Covid-19, se ignore si lo que denominamos vida es una comedia o una tragedia.
El rol o papel que desempeñamos en ella tienen partes de ambas, sin que el
término "tragicomedia" de una idea satisfactoria, puesto que el
desenlace no es feliz.
Me sucede desde
siempre que cuando observo a los hombres me resultan unos “desgraciados”, pero
soy un hombre que califica, una rutina “demasiado humana” que los hombres
califiquen a otros hombres, que a su vez construyen y destruyen existencias de
pueblos enteros. ¿Insana manía de la humanidad? ¿Y me hablan de democracias
falaces, igualdad, fraternidad y hermandad? ¿Ironía y sadismo? ¿Simulación de
simulacro?
Puedo seguir
intentando describir el absurdo, entre analogías, metáforas siniestras, pero lo
dejo ahí, mejor, más sano, ¿no? De todos modos, la muerte nos une, les agrade o
no a las mafias y su séquito de admiradores, víctimas del sin sentido de una
vida mórbida, para los explotados, esclavizados, obedientes, temerosos
ciudadanos del mundo y a quienes se lo reparten, incluyo sin dudas a los indiferentes
estafadores y vulgares criminales con sus crías, los herederos malditos, los
que llevan adelante en nombre de la santa contradicción una carrera infernal al
cementerio, donde el silencio impone criterio.
Quienes leen mis
libros, editoriales artículos se habrán percatado que hago uso inagotable y
literalmente interminable de la palabra, intentando comunicar lo incomunicable
por el verbo. Mi monólogo, que puede detenerse en cualquier momento, como
podría retomarse en cualquier otro, no siendo el final del mismo más que una
interrupción, por tantas razones, ¿vale la pena que las enumere? Cualquiera que
haya vivido solo sabe hasta dónde el monólogo tiene un lugar especial en la
naturaleza del hombre.
Arengar al espacio
no es realmente altruista, no fue, ni es mi intención... es preferible
dirigirse a interlocutores validados por Academias del sentido ausente,
preferiblemente sin ofrecer réplica a mis elucubraciones diurnas y nocturnas. Y
hay una razón justificable, como todas las razones, incluso las irrazonables,
en tiempos donde la enfermedad y la muerte lo ocupan todo, con alardes de dolor
y sufrimiento, acciones épicas y distópicas en servicio streaming, hacen del
mundo una comedia, donde la piedad no tiene lugar. En esta comedia sufren todos
de abscesos de orden espiritual o físico, ¿cómo no experimentar tales
sentimientos?, si un nuevo mundo está saliendo del huevo y por muy rápido que
escriba el viejo mundo no muere con suficiente rapidez.
En el instante de
oír su nombre en boca de voces ajenas, los humanos alertan su instinto
disecado, poco importa si la escena de la comedia transcurra en Londres,
Bruselas, New York, Buenos Aires o Constantinopla, tienen miedo, pero no dejan
de esforzarse en no mostrar su espanto. Todas estas personas, en la comedia que
constituye el mundo, disimulan el verdadero drama, que no se remite solo al
coronavirus, sino al "sin sentido total y absoluto" de permanecer
indiferentes a los ismos de raza, sexo, cultura y de ideales jamás legitimados.
Los íntimos y
prohibidos deseos de confrontación aparecen de modo permanente, en las formas
más insospechadas y escatológicas, después de todo son “actos humanos” ¿no?,
pues los conflictos de la diferencia son ya una guerra de fuegos cruzados. No
existe sólo dualidad, sino multiplicidad de ismos de la diferencia, extendidos
en todos los rincones del planeta, cada señal de una diferencia es la ocasión
para un ismo. Y todos esos fuegos cruzados afectan también el primer racismo,
el de la diferencia genérica del animal.
La razón ejercerá
un racismo contra la emoción, la emoción contra la percepción, la vista contra
el olfato, la intuición contra el pensamiento, los estilos mentales contra los
sentimentales, los estilos clásicos contra los barrocos... en sucesivas
batallas de la diferencia sin fin... desde ella, la muerte del sentido no
conmueve, ni conduele. Ni tampoco el florecimiento esplendoroso de cenotafios y
sepelios, en una auténtica primavera de la muerte eterna.
En este juego de
vida-muerte, en que estamos inmersos todos, ansío una transformación radical de
nuestras prácticas de vida-sobrevida, incluso la palabra revolución se ha
vuelto demasiado débil, demasiado repetida, demasiado unidimensional, en este
tiempo, donde los cambios deben ser aquí-ya-ahora, ¡inmediatos!
Debemos comprender,
a pesar de la cobardía que millones demuestran, que no somos inmortales y que
revolucionar, desarrollar, igualar, compartir, vivir, morir están ligados
indisolublemente. Lo han visionado, en advertencias apocalípticas, poetas,
soñadores, hippies, sabios. Y si el apocalipsis se equivoca, será porque
ocurrirá algo improbable. Y en tal sentido habrá tenido razón: nos preparamos
para lo improbable.
(*) Filósofo y
poeta
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