sábado, 6 de junio de 2020

APOCALIPSIS COTIDIANO


APOCALIPSIS COTIDIANO
EDUARDO SANGUINETTI,
FILÓSOFO Y POETA.
Todo es ridículo cuando se piensa en la muerte y si la tentación de existir subsiste, queda el inconveniente de haber nacido, situación permanente de crisis en que se representa la "comedia humana", de ningún modo divina, en desigualdades que soporta una humanidad dócil, en nombre de la sacra democracia ficcional, para mafias, insertas en todos los espacios.

Una funesta bufonada fundada sobre un tema trágico: la existencia y el interrogante de enormes dimensiones que cae como una sombra en la historia del hombre, con sus mejores-peores intenciones de superar lo que ya está inscripto en su ADN, como especie depredadora y francamente desesperada, por ambición, lívido, estupidez o simplemente fair-play, de sentirse "corazón del mundo" y alrededores.


Es bastante significativo que en este milenio en plena pandemia del denominado virus Covid-19, se ignore si lo que denominamos vida es una comedia o una tragedia. El rol o papel que desempeñamos en ella tienen partes de ambas, sin que el término "tragicomedia" de una idea satisfactoria, puesto que el desenlace no es feliz.

Me sucede desde siempre que cuando observo a los hombres me resultan unos “desgraciados”, pero soy un hombre que califica, una rutina “demasiado humana” que los hombres califiquen a otros hombres, que a su vez construyen y destruyen existencias de pueblos enteros. ¿Insana manía de la humanidad? ¿Y me hablan de democracias falaces, igualdad, fraternidad y hermandad? ¿Ironía y sadismo? ¿Simulación de simulacro?

Puedo seguir intentando describir el absurdo, entre analogías, metáforas siniestras, pero lo dejo ahí, mejor, más sano, ¿no? De todos modos, la muerte nos une, les agrade o no a las mafias y su séquito de admiradores, víctimas del sin sentido de una vida mórbida, para los explotados, esclavizados, obedientes, temerosos ciudadanos del mundo y a quienes se lo reparten, incluyo sin dudas a los indiferentes estafadores y vulgares criminales con sus crías, los herederos malditos, los que llevan adelante en nombre de la santa contradicción una carrera infernal al cementerio, donde el silencio impone criterio.

Quienes leen mis libros, editoriales artículos se habrán percatado que hago uso inagotable y literalmente interminable de la palabra, intentando comunicar lo incomunicable por el verbo. Mi monólogo, que puede detenerse en cualquier momento, como podría retomarse en cualquier otro, no siendo el final del mismo más que una interrupción, por tantas razones, ¿vale la pena que las enumere? Cualquiera que haya vivido solo sabe hasta dónde el monólogo tiene un lugar especial en la naturaleza del hombre.

Arengar al espacio no es realmente altruista, no fue, ni es mi intención... es preferible dirigirse a interlocutores validados por Academias del sentido ausente, preferiblemente sin ofrecer réplica a mis elucubraciones diurnas y nocturnas. Y hay una razón justificable, como todas las razones, incluso las irrazonables, en tiempos donde la enfermedad y la muerte lo ocupan todo, con alardes de dolor y sufrimiento, acciones épicas y distópicas en servicio streaming, hacen del mundo una comedia, donde la piedad no tiene lugar. En esta comedia sufren todos de abscesos de orden espiritual o físico, ¿cómo no experimentar tales sentimientos?, si un nuevo mundo está saliendo del huevo y por muy rápido que escriba el viejo mundo no muere con suficiente rapidez.

En el instante de oír su nombre en boca de voces ajenas, los humanos alertan su instinto disecado, poco importa si la escena de la comedia transcurra en Londres, Bruselas, New York, Buenos Aires o Constantinopla, tienen miedo, pero no dejan de esforzarse en no mostrar su espanto. Todas estas personas, en la comedia que constituye el mundo, disimulan el verdadero drama, que no se remite solo al coronavirus, sino al "sin sentido total y absoluto" de permanecer indiferentes a los ismos de raza, sexo, cultura y de ideales jamás legitimados.

Los íntimos y prohibidos deseos de confrontación aparecen de modo permanente, en las formas más insospechadas y escatológicas, después de todo son “actos humanos” ¿no?, pues los conflictos de la diferencia son ya una guerra de fuegos cruzados. No existe sólo dualidad, sino multiplicidad de ismos de la diferencia, extendidos en todos los rincones del planeta, cada señal de una diferencia es la ocasión para un ismo. Y todos esos fuegos cruzados afectan también el primer racismo, el de la diferencia genérica del animal.

La razón ejercerá un racismo contra la emoción, la emoción contra la percepción, la vista contra el olfato, la intuición contra el pensamiento, los estilos mentales contra los sentimentales, los estilos clásicos contra los barrocos... en sucesivas batallas de la diferencia sin fin... desde ella, la muerte del sentido no conmueve, ni conduele. Ni tampoco el florecimiento esplendoroso de cenotafios y sepelios, en una auténtica primavera de la muerte eterna.

En este juego de vida-muerte, en que estamos inmersos todos, ansío una transformación radical de nuestras prácticas de vida-sobrevida, incluso la palabra revolución se ha vuelto demasiado débil, demasiado repetida, demasiado unidimensional, en este tiempo, donde los cambios deben ser aquí-ya-ahora, ¡inmediatos!

Debemos comprender, a pesar de la cobardía que millones demuestran, que no somos inmortales y que revolucionar, desarrollar, igualar, compartir, vivir, morir están ligados indisolublemente. Lo han visionado, en advertencias apocalípticas, poetas, soñadores, hippies, sabios. Y si el apocalipsis se equivoca, será porque ocurrirá algo improbable. Y en tal sentido habrá tenido razón: nos preparamos para lo improbable.

(*) Filósofo y poeta

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