ANTONIO, EL HIJO LLORADO
POR VELÁZQUEZ
ANA SHARIFE
Recostada sobre un
lecho y protegida por una cortina carmesí, la diosa del amor posa de espaldas
al mundo. Es la Venus del espejo, una obra que cuatro siglos después sigue
generando abundante bibliografía entre los estudiosos del arte. El rostro de la
joven se percibe difuso en el espejo que sostiene su hijo Cupido. Los lazos
rosas que cuelgan del querubín parecen una alusión a las ataduras del amor que
el pintor sentía por esta misteriosa mujer. Pero, ¿qué sabemos de ella?, ¿y del
niño?
La serie El
Ministerio del Tiempo presenta en el cuarto capítulo de su cuarta temporada a
un Diego Velázquez (1599-1660) divertido y encantador que recorre los pasillos
del Prado mientras escucha con unos cascos el hit Velaske, ¿yo soi guapa?, obra
de Christian Flores. Sin embargo, cuando el artista pintó Las Meninas, año
1656, se encontraba sufriendo una enorme tragedia personal: la separación
forzada de la mujer a la que amaba y del pequeño Antonio, el hijo de ambos.
Treinta años atrás,
el joven artista había sido nombrado pintor de cámara de la corte de Felipe IV.
Su trabajo consistía en pintar retratos del rey y su familia, así como otros
cuadros destinados a decorar las mansiones reales. A los 25 años solicita
licencia al monarca para emprender su primer viaje a Italia con la idea de
completar sus estudios, lo que representaría un cambio decisivo en su estilo
(La fragua de Vulcano y La túnica de José). Sin embargo, sería su segunda
visita a Italia la que sacudiría por completo su vida sentimental.
La misión de
Velázquez en Génova consistía en comprar pinturas y cubrir el vaciado de
esculturas clásicas con las que decorar las nuevas salas del Alcázar. Es
entonces cuando conoce al clérigo Juan de Córdoba, agente regio en Roma, bien
conectado con las clases comerciales que se encarga de asesorar y acompañar al
pintor en sus gestiones. Juntos visitan colecciones, negocias adquisiciones,
cierran tratos y arreglan los traslados de las obras.
Único desnudo del
XVII
Acostada sobre una
sábana de seda azul nos da la espalda la Venus más misteriosa del arte.
Velázquez pintó el único desnudo del siglo XVII, pero quiso que el rostro de la
joven se percibiera impreciso en el espejo.
El sevillano no
quiere abandonar Roma. No sólo le retenía la tarea que Felipe IV le había
encomendado, sino también un gran amor, una modelo romana llamada Olimpia
Triunfi, señalan la mayoría de los historiadores del arte. En los años 80, la
investigadora británica Jennifer Montagu descubriría algo más: un documento
notarial que acreditaba la existencia en 1652 de un hijo romano del pintor
llamado Antonio de Silva, al que reconoció públicamente.
Velázquez desafía
al Santo Oficio con sus restricciones morales, y Venus del espejo se erige como
el único desnudo que se pinta en el barroco español
Velázquez ejecutó
un desnudo femenino no sólo insólito en la historia del arte español, sino en
la obra de un artista austero y ajeno a las frivolidades e intrigas cortesanas
que rodeaban la vida palaciega. Francisco Pacheco, pintor y tratadista de arte
español del periodo manierista aconsejaba a los artistas que imitaran el cuerpo
femenino a partir de las esculturas. Sólo hay una cosa más pecaminosa que
pintar desnudos: exhibirlos, dictaba la Inquisición. Velázquez desafía al Santo
Oficio con sus restricciones morales, y Venus del espejo se erige como el único
desnudo que se pinta en el barroco español.
¿Qué fue de
Olimpia?
Velázquez se
resiste a abandonar Roma. Le une el amor por la joven Olimpia que, por las
fechas debía estar embarazada de Antonio, o quizá el pequeño acabara de nacer.
Tan deseoso estaba de continuar junto a ellos que ignoró las insistentes y
apremiantes peticiones del rey para que terminara con su viaje y regresara a
Madrid.
La correspondencia
que se conserva muestra las continuas excusas y demoras de Velázquez para
retrasar su vuelta a España. En febrero de 1650, Felipe IV escribió a su
embajador en Roma para que le urgiese en el retorno “pues conocéis su flema, y
que sea por mar, y no por tierra, porque se podría ir deteniendo y más con su
natural”. Hasta mayo de 1651 no embarcaría desde Génova preso de dolor.
Apoyada en
documentos, la historiadora Montagu demostró que el pintor hacía pagos
periódicos a Olimpia para el mantenimiento del pequeño Antonio. En esos
escritos se descubre también a un Velázquez muy preocupado por la precaria
salud del niño, y a un padre que empieza a mostrarse desconfiado ante los
cuidados que le prodiga una nodriza llamada Marta. También desvelan un hecho
traumático en la vida del artista: el 13 de noviembre de 1652 el pintor decide
retirarle legalmente la tutela a su cuidadora, a la que acusaba de maltratar al
crío. Su idea era llevárselo a España. ¿Dónde estaba Olimpia? La pista se le
pierde por completo.
Todo lo que sucede
después es un suceso bien amargo. Juan de Córdoba se encarga de gestionar la
petición del Velázquez y trata con un procurador para hacerse con la custodia
de Antonio. Ante la negativa de Marta, envía a dos hombres que arrancaron al
niño de sus manos en mitad de la plaza de San Giacomo al Corso. Se le pagaron
siete escudos y treinta julios, detalla el historiador del arte Salvador Salort
en un estudio para la Academia Española de Roma. La oposición de la nodriza
hace sospechar a este investigador que Marta pudiese ser la madre natural de
Antonio. El niño pasaría a manos de Juan de Córdoba, quien se responsabilizó
del pequeño.
‘Velaske, yo soi
guapa?’
En 1656 Velázquez
acaba Las meninas. Al lado de Felipe IV pinta a la familia real y a una corte
dañada por la consanguinidad, pero el cuadro lo protagoniza una niña de cinco
años, agraciada y despierta que era la alegría de palacio, la infanta
Margarita, hoy protagonista del trap Velaske, yo soi guapa? Es entonces cuando
en un último intento por encontrarse con su hijo Antonio pide permiso al rey
para volver a Roma, algo que le fue denegado. El monarca no confiaba que
regresara a Madrid y Velázquez pinta en 1659 Las hilanderas.
En este punto, la
historia de Antonio se ensombrece. El niño muere cuando contaba solo ocho años
por causas desconocidas. Este hecho debió golpear fuertemente el corazón del
pintor. “Velázquez, que según los que le conocieron, era de temperamento
melancólico”, escribiría Ortega y Gasset en Velázquez (1959), “no creía que los
valores convencionalmente loados –la belleza, la fortaleza, la riqueza– fueran
lo más respetable del destino humano, sino la simple existencia”.
Bella, culta y
sensible, la infanta era el orgullo de la corte. Luis XIV la la ofenderá
paseándose con sus amantes, y pasará a la historia como 'la reina triste'
En esas fechas el
rey entregaba a Leopoldo I de Habsburgo la mano de la infanta Margarita, de tan
sólo 9 años; también al rey de Francia la mano de la infanta María Teresa, de
18, un episodio que Velázquez sintió como quien entrega a una hija. Bella,
culta y sensible, la infanta era el orgullo de la corte. Luis XIV la tratará
con desprecio, la ofenderá paseándose con sus amantes, y pasará a la historia
como “la reina triste”. Como sucede en El Ministerio del Tiempo, sus meninas
desaparecen ante sus ojos.
A principios de
1660 Velázquez debía viajar con el séquito de la infanta para preparar las
nupcias reales que debían celebrarse en la isla de los Faisanes, cuya soberanía
era compartida amistosamente entre España y Francia. A Velázquez se le juntan
el cansancio y el sufrimiento con un hastío vital fruto de la degradación que
presencia. Al mes de casarse la infanta, el pintor enferma y fallece, a los 60
años. Quizás no le quedaba nada bello que sentir ni pintar.
La Venus del espejo
permanecerá oculta durante dos siglos entre colecciones privadas y palacios.
Nadie hasta la fecha ha podido demostrar si Cupido fue una proyección del
pequeño Antonio ni la identidad de la misteriosa Venus, cuyo rostro asoma
desvanecido en el espejo desde una sala de la National Gallery de Londres, para
que nadie pueda penetrar en el misterio de su reflejo, como si el propio
Velázquez hubiese querido protegerla del mundo.
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