A contracorriente
SIN RAZONES PARA EL PESIMISMO
Enrique Arias Vega
El pesimismo lleva algún tiempo
instalándose entre nosotros. Y reconozco que yo también me he dejado llevar por
él. Incluso desde un punto de vista no sé si apocalíptico o patológico de creer
que esto va a acabar como el rosario de la aurora.
Y, de repente, he visto que no hay
motivos para ello. Quien va a acabar criando malvas soy yo, por razones
puramente biológicas, y mientras tanto me he hecho un viejo cascarrabias
simplemente porque ya no domino como antes ni mi cuerpo, ni los avances
tecnológicos y ni siquiera a aquellas personas o acontecimientos sobre los que
antes tenía algún control.
O sea, no es que el mundo vaya mal,
sino es que soy yo.
Ni España ni Europa ha vivido nunca
tantos años de paz como ahora. Ni tanto bienestar. Ni tanta igualdad. Ni tanta
libertad, incluidos quienes practican comportamientos antes considerados
degradantes o delictivos. ¿Qué más podemos desear?
Lo cierto es que el mundo se ha
vuelto más vertiginoso. Y, por supuesto, impredecible. No tenemos certidumbres
sobre nada: ni de la continuidad de nuestro empleo, ni de una evolución
política llena de sobresaltos, ni de la estabilidad de nuestras relaciones
familiares ni, en el caso español, de la continuidad de un Estado amenazado de
escisiones y falsedades varias.
Echando la vista atrás, peor lo
tuvieron nuestros antecesores, enzarzados en guerras sin sentido, con matanzas
seculares, sea a causa de conflictos armados o de epidemias devastadoras, con
su trabajo en el aire debido a la revolución tecnológica, emigraciones masivas,
exilios forzosos, corrupción cotidiana… Todo un planazo, vaya.
Por eso, los males y las dudas de
ahora, sea sobre el futuro de Europa, la unidad de España, el cambio del
paradigma religioso, el nuevo equilibrio político mundial, las expectativas
laborales o las costumbres sociales que vienen no serán peores que los abruptos
sucesos que nos costaron dos guerras mundiales, una inacabable guerra civil en
España y la desmemoria colectiva sobre nuestro pasado colectivo, salvo el
episodio forzoso de una dictadura que acabó, por suerte, hace casi cien años.
O sea, que tenemos motivos para
sonreí
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