FLORES EN FOSAS CONTRA EL OLVIDO
TONI MEJÍAS
El
antropólogo físico Juan Manuel Guijo observa restos humanos en el fondo de una
fosa común en el cementerio de San Roque en Puerto Real cerca de Cádiz el 15 de
marzo de 2016.- AFP
De pequeño vivía al lado del cementerio de mi pueblo. También jugábamos a fútbol en el calvario, que era el trayecto que hacían los coches fúnebres desde la iglesia al camposanto. Nunca le di mayor importancia, formaba parte del paisaje de mi día a día, pero cuando llegaba el 1 de noviembre siempre era distinto. Se llenaba el barrio (que no solía tener tráfico) de muchos coches venidos de diversos lugares. De ellos bajaba gente trajeada cargada con ramos de flores. Ese día nos cambiaba la rutina. Era festivo, veíamos caras nuevas y coches bonitos que sólo existían en la televisión. Pero no entendíamos nada del significado de esa tradición. El cementerio nos servía para jugar, no para añorar a personas. Todavía la muerte no había entrado de lleno entre nuestras preocupaciones.
Con el tiempo
comprendes ese ritual. Ves a tu madre y a tus tías hacer ese mismo camino. Con
esa mirada con la que se extraña a una madre, a un hijo o, por qué no, a una
vecina. Entendí que va más allá de lo religioso, que tiene que ver con la
nostalgia, con el recuerdo, con la memoria, con las ganas de no olvidar nuestro
pasado ni de dónde venimos. También hay quien lo hace por religión, otras
personas por tradición, otras por cumplir con ese ser que no debe ser tan
querido y, por desgracia, hay quien no puede hacerlo o lo hace sin la certeza
de depositar las flores en el lugar adecuado. Pero con más memoria y dolor que
la mayoría.
Hoy es otro 1 de
noviembre en el que miles de personas llevarán flores a fosas comunes. En el
lugar de entierro que eligieron sus verdugos, los mismos que reciben ramos en
sus mausoleos o tumbas exageradamente ornamentadas. Otras personas las llevarán
a cunetas, en mitad de alguna carretera, donde ni el tiempo ni los coches se
detienen porque el olvido es selectivo.
Otro año más que
pasa y sigue la vergüenza de que existan familiares que no puedan enterrar a
sus víctimas en el lugar que ellos quieran. En el que siguen miles de fosas
comunes en un país que dice ser democrático, pero donde hay partidos en el parlamento
que no quieren exhumarlas porque forma parte de su legado y se niegan a
condenarlo. Dicen que no quieren remover el pasado, pero sí que se alimentan
del voto nostálgico de aquellos que se llaman vencedores, pero que moralmente
son los derrotados. Humanamente mediocres.
Porque desde el 36
no solo han muerto más de 100.000 personas entre la guerra y la represión
franquista. También murieron los logros conseguidos por la II República.
Murieron los avances democráticos en derechos e igualdad; murieron las misiones
pedagógicas que se negaban a aceptar una España vaciada y aislada de la
cultura; también los poetas y las escritoras de reconocimiento internacional
que aquí, no solo condenaron al exilio o a la fosa, sino que se empeñaron en
borrar su nombre y su obra. Murió un pueblo que no solo estaba hambriento de
pan, de paz y de libertad, estaba hambriento de cultura y de educación. Murió
la parte más digna de este país de gobernantes sin ánimo de reparación.
Por ese motivo,
duele cada 1 de noviembre en el que se siguen llevando flores a lugares sin
nombre escrito o sin fotografía. Duele ver los monumentos y homenajes a los
verdugos. Duele ver a sus herederos gobernando en comunidades y ayuntamientos
sin renegar de esa parte oscura de nuestra reciente historia. Duele ver cómo el
partido del Gobierno se cuelga medallas sobre memoria democrática, pero no es
capaz de restaurar la honra de un pueblo herido.
Las flores que hoy
se depositen en cunetas y fosas sirven para honrar a quienes dieron su vida por
la libertad y la igualdad, pero también para que sigamos teniendo memoria sobre
por qué luchaban. Para que no olvidemos de dónde venimos, del dolor y la
represión sufrida durante muchas décadas por aquellos que se negaron al
pensamiento único. Para que no permitamos que vuelvan al poder quienes
apretaron el gatillo.
Hoy se depositarán
flores para recordar a esos seres queridos que vivieron menos de lo que
merecían. Pero también se depositarán para que en el futuro no volvamos a
llorar a nuestros muertos en montones de tierra indignos.
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