domingo, 8 de marzo de 2020

VICTOR RAMÍREZ EN SU NOVELA “SIETESITIOS QUEDA LEJOS”: UN EJERCICIO DE PIEDAD.


VICTOR RAMÍREZ EN SU NOVELA “SIETESITIOS QUEDA LEJOS”: UN EJERCICIO DE PIEDAD.
POR LUIS LEON BARRETO
DIARIO DE lAS PALMAS.. 28 OCTUBRE DE 1998
“Escribo por venganza, por profundo sentimiento de frustración, por punzante rencor ante tanto mal, porque me da la gana, por distraer el rato, por sádicos deseos de crear seres que sufran como los que de veras existen por ahí, por jugar a darme alguna explicación que me engañe algo; por esto, y seguro que por muchos motivos más que no alcanzo, ni me preocupo de alcanzar, a ver. Y siempre sabiéndome cómplice del lector: lector que busca corroboración en el autor, corroboración insana a sus insanas perspectivas de la vida”.

Estas palabras tienen ya un cuarto de siglo detrás, pues proceden de la antología “AISLADA ÓRBITA” –Inventarios Provisionales, Las Palmas 1973-, considerada el primer texto generacional de los componentes de la narrativa canaria, y fueron escritas por un jovenzuelo de entonces: Víctor Ramírez.

Hoy Víctor es uno de los escritores que sobrevive de aquel grupo generacional, que acaba de ser estudiado por el profesor Francisco J. Quevedo, en su trabajo “Constantes de la narrativa Canaria de los sesenta”, recién editado por el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Víctor es un ser primario y combativo, noble, pasional, obsesivo y punzante. Hay poco, este mismo verano, salió a la luz el que hasta ahora es su último libro, en una modesta edición de Editorial Benchomo.
“SieteSitios queda lejos” es un repertorio casi compulsivo de los seres y de las situaciones que pueblan la obra de este escritor. SieteSitios es también una metáfora del más temible aislamiento, es decir, de esa condición de desvalimiento y soledad que define buena parte de nuestra esencia.
SieteSitios está aquí mismo, en los barrios que no son ciudad ni campo, en los baldíos de la urbe, en los Riscos y en la colmenas, en las casas terreras y en los pisos sin luz. Una vez más, la obra de Víctor está construida a partir de un protagonista coral, un alucinado plantel de personajes que desfilan entrecortadamente, sin apenas tiempo para definirse; en definitiva, un muestrario de ese pueblo nuestro al que la vida le sonríe poco, salvo que medie un milagro que en realidad es una incursión degradante, una concesión más al sistema:
“Tal vez llegó el Padre Odongo a ser millonario de verdad con el tiempo, cuando nos anegó el negocio de la droga”, se lee en la página 12.
La falta de normalización de nuestra cultura ha contribuido al hecho de que este libro haya pasado casi completamente desapercibido. Su fecha de aparición, en pleno verano, tampoco la más adecuada para una presentación editorial, pero lo cierto es que en los últimos años venimos atravesando una intemperie de abulia y desentendimiento.
La propia edición, con portada de Germán Millares Betancor, carece de las páginas de respeto que suelen ser habituales. Al frente del libro, el autor se nos presenta con un guiño que ya lo explica todo: una fotografía con su nietecita en brazo hace tres verano. Nada hay más lejano de la mercadotecnia al uso, pero resulta entrañable.
SieteSitios tiene una respiración tan próxima, que este desfile de personajes apenas apuntados, nos incrusta en una realidad que exhibe verosimilitud por todos sus poros. Dicho con las mismas palabras del autor hace 25 años: “escribo por sádicos deseos de crear seres que sufran como los que de veras existen por ahí”.
Este es el mismo Víctor de siempre, con su sintaxis peculiar y su lenguaje rompedor, su instinto de protestón, su ironía grotesca que llega casi al esperpento.
Pero, además de escribir como venganza frente a situaciones de violencia y marginalidad social, también lo hace como un ejercicio de conmiseración hacia los seres que más sufren, precisamente los más desvalidos e inocentes. Una novela que parece haber sido ideada por un profundo ejercicio de piedad; una metáfora de solidario abrazo hacia los desesperados.



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