VICTOR RAMÍREZ EN SU NOVELA “SIETESITIOS QUEDA
LEJOS”: UN EJERCICIO DE PIEDAD.
POR LUIS LEON BARRETO
DIARIO DE lAS PALMAS.. 28 OCTUBRE DE
1998
“Escribo
por venganza, por profundo sentimiento de frustración, por punzante rencor ante
tanto mal, porque me da la gana, por distraer el rato, por sádicos deseos de
crear seres que sufran como los que de veras existen por ahí, por jugar a darme
alguna explicación que me engañe algo; por esto, y seguro que por muchos
motivos más que no alcanzo, ni me preocupo de alcanzar, a ver. Y siempre
sabiéndome cómplice del lector: lector que busca corroboración en el autor,
corroboración insana a sus insanas perspectivas de la vida”.
Estas
palabras tienen ya un cuarto de siglo detrás, pues proceden de la antología
“AISLADA ÓRBITA” –Inventarios
Provisionales, Las Palmas 1973-, considerada el primer texto generacional
de los componentes de la narrativa canaria, y fueron escritas por un jovenzuelo
de entonces: Víctor Ramírez.
Hoy
Víctor es uno de los escritores que sobrevive de aquel grupo generacional, que
acaba de ser estudiado por el profesor Francisco
J. Quevedo, en su trabajo “Constantes
de la narrativa Canaria de los sesenta”, recién editado por el Servicio de Publicaciones de la
Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Víctor
es un ser primario y combativo, noble, pasional, obsesivo y punzante. Hay poco,
este mismo verano, salió a la luz el que hasta ahora es su último libro, en una
modesta edición de Editorial Benchomo.
“SieteSitios queda lejos” es
un repertorio casi compulsivo de los seres y de las situaciones que pueblan la
obra de este escritor. SieteSitios
es también una metáfora del más temible aislamiento, es decir, de esa condición
de desvalimiento y soledad que define buena parte de nuestra esencia.
SieteSitios
está aquí mismo, en los barrios que no son ciudad ni campo, en los baldíos de
la urbe, en los Riscos y en la colmenas, en las casas terreras y en los pisos
sin luz. Una vez más, la obra de Víctor está construida a partir de un
protagonista coral, un alucinado plantel de personajes que desfilan
entrecortadamente, sin apenas tiempo para definirse; en definitiva, un
muestrario de ese pueblo nuestro al que la vida le sonríe poco, salvo que medie
un milagro que en realidad es una incursión degradante, una concesión más al
sistema:
“Tal vez llegó el Padre Odongo a ser millonario de
verdad con el tiempo, cuando nos anegó el negocio de la droga”,
se lee en la página 12.
La
falta de normalización de nuestra cultura ha contribuido al hecho de que este
libro haya pasado casi completamente desapercibido. Su fecha de aparición, en
pleno verano, tampoco la más adecuada para una presentación editorial, pero lo
cierto es que en los últimos años venimos atravesando una intemperie de abulia
y desentendimiento.
La
propia edición, con portada de Germán
Millares Betancor, carece de las páginas de respeto que suelen ser
habituales. Al frente del libro, el autor se nos presenta con un guiño que ya
lo explica todo: una fotografía con su nietecita en brazo hace tres verano.
Nada hay más lejano de la mercadotecnia al uso, pero resulta entrañable.
SieteSitios
tiene una respiración tan próxima, que este desfile de personajes apenas
apuntados, nos incrusta en una realidad que exhibe verosimilitud por todos sus
poros. Dicho con las mismas palabras del autor hace 25 años: “escribo por sádicos deseos de crear seres
que sufran como los que de veras existen por ahí”.
Este
es el mismo Víctor de siempre, con su sintaxis peculiar y su lenguaje rompedor,
su instinto de protestón, su ironía grotesca que llega casi al esperpento.
Pero,
además de escribir como venganza frente a situaciones de violencia y
marginalidad social, también lo hace como un ejercicio de conmiseración hacia
los seres que más sufren, precisamente los más desvalidos e inocentes. Una
novela que parece haber sido ideada por un profundo ejercicio de piedad; una
metáfora de solidario abrazo hacia los desesperados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario