LA VIVIENDA, EL DERECHO CONVERTIDO
EN NEGOCIO
DAVID BOLLERO
A lo largo del día
de hoy conoceremos las estadísticas de ejecuciones hipotecarias y el índice de
precios de la vivienda. No hace falta ser un lumbreras para barruntar que los
datos no serán buenos. Basta mirar alrededor para constatar lo difícil que se
ha puesto la vida en España, donde el derecho constitucional a una vivienda digna se ha convertido en un
privilegio.
Vivo en un pueblo
costero (Rincón de la Victoria, Málaga) y no hace falta leer un solo periódico
o escuchar una sola noticia para darse cuenta de la burbuja en torno a la
vivienda que se ha generado en España. La vivienda ya no es un derecho, es un
negocio. En este pueblo ni siquiera hace falta hablar con la gente para
percibir esta realidad; un simple paseo por sus calles es suficiente. En este
caminar a lo largo del último año y medio-dos años han cerrado negocios locales
y, en su lugar, han aparecido agencias inmobiliarias. Crecen como setas, del
mismo modo que hace unos años desaparecieron una a una bajo el efecto dominó
del pinchazo de la burbuja. La última agencia, ni siquiera ha sido aún
inaugurada, está ultimando su nuevo local.
Si uno se da el
trabajo, además, de hablar con la gente la realidad es aún más cruda. Los
alquileres vacacionales hacen del pueblo un lugar ingrato en el que vivir
porque, incluso si encuentras un apartamento con un precio razonable -misión
imposible-, entre junio y septiembre tienes que hacer las maletas. Este
fenómeno no se produce únicamente porque se trate de segundas viviendas en las
que las personas propietarias quieren veranear, sino también porque esos meses
el periodo de alquiler se divide en semanas o quincenas mientras su precio se
multiplica hasta por cuatro. Una realidad extendida en toda la costa.
Ese panorama da
pistas del negocio de la vivienda, planteado para penalizar a quien precisa un
techo y premiar a quien especula: mientras en otros países europeos la comisión
de las agencias inmobiliarias recae sobre las personas arrendadoras, en España
lo hace sobre las arrendatarias. La alternativa a la adquisición, el patito feo
habitacional del que se decía «cómprate algo ya, que alquilar es tirar el
dinero» se ha convertido en el gran negocio… tanto, que en los últimos cinco
años el precio de los alquileres ha subido 30 veces más que los salarios.
Según los datos del
Banco de España, desde 2013 el alquiler se ha encarecido un 50%. ¿Qué han hecho
los sueldos -para las personas afortunadas que trabajan-? Han crecido un 1,6%.
Las cuentas están claras, porque el precio de los alimentos también se ha
incrementado y la pérdida progresiva de poder adquisitivo ha inclinado
demasiado la pendiente de la vida en España.
En cuanto a la
venta, en las grandes ciudades los precios se van estabilizando y no sorprende,
porque las pretensiones de quienes venden ya están casi un 20% por encima de
eso que llaman ‘precio de mercado’. En ciudades más pequeñas, el precio de
venta sigue con escaladas superiores al 7%. Por si esto no fuera poco, la banca
rescatada a fondo perdido no ayuda, imponiéndonos unas hipotecas un 43% más
caras que las de la zona euro.
Un despropósito que
algunas Comunidades Autónomas, como Andalucía, culminan con una estafa en toda
regla: En el hipotético e improbable caso de que consiga comprar una vivienda a
buen precio, no lo haga por debajo de lo que considera la Junta de Andalucía,
que tomando el valor catastral le aplica un coeficiente aleatorio, sin revisar
el estado de la vivienda, si era necesario acometer reforma integral, etc. A
pesar de existir sentencias en firme que han sacado los colores a la Junta
reprobándola por tal actuación declarando su ilegalidad, el gobierno andaluz
sigue estafando a la ciudadanía, ajena a esa realidad, exigiéndole los
impuestos correspondientes al precio que considera oportuno.
Todo ese cóctel,
sumado a la barra libre de abusos de fondos buitres, tropelías de la clase
política y la inacción de quienes nos gobiernan es lo que me llevó a escribir
hace algo más de un año aquella columna titulada Vivir como ratas. La situación
no ha hecho más que empeorar desde entonces. ¿Cuánto más ha de pasar para que
el Estado intervenga en defensa de la ciudadanía? La pregunta del millón… nunca
mejor dicho.
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