TOCAMIENTOS PATRIÓTICOS
SEBASTIAAN FABER
A veces, una frase
basta para echarlo todo por tierra.
“A menudo, hemos
adoptado la visión de los enemigos de España”.
No habla Elvira
Roca Barea. Ni tampoco es el fantasma de Ricardo de la Cierva. No, es Irene Lozano,
secretaria de Estado, socialista, responsable de la marca ‘España Global’, un
jueves de septiembre, en plena calle, frente al Congreso de los Diputados,
durante la presentación de “La democracia se toca”, una nueva campaña de
publicidad. Se trata de una serie de vídeos breves de gente hablando cuyo fin
es dejar constancia de la modernidad de España. (“Un proyecto audiovisual que
refleja la realidad democrática, moderna y diversa de nuestro país a través de
quienes la hacen posible: sus ciudadanos”). La campaña, se anuncia, pretende
“superar una imagen caricaturesca” de España y contrarrestar “campañas de
desinformación”.
EL PSOE HA CAÍDO EN
LA TRAMPA DE CIUDADANOS Y DE VOX. ARRINCONADO POR LA CUESTIÓN CATALANA,
VIÉNDOSE ENTRE LA ESPADA DEL TRIFACHITO Y LA PARED DEL SOCIALISMO ANDALUZ, LE
HA ENTRADO EL PÁNICO
“¿Por qué hemos
hecho #LaDemocraciaSeToca?” se preguntaba retóricamente un tuit de la cuenta
oficial de España Global después del acto en Madrid. “Porque nos hemos dado
cuenta de que a los españoles nos falta narrarnos a nosotros mismos, que no
hemos trabajado nuestro relato histórico y, a menudo, hemos adoptado la
visión…” —pues eso: de “los enemigos de España”.
Cuatro palabras que
separan una democracia tangible de una patria onanista.
El problema no es
tanto que la frase de Lozano parezca remitir directamente –bueno, quizá vía
Roca Barea– al Catecismo Patriótico Español, declarado texto oficial en las
escuelas de la Zona Nacional un mes antes del final de la Guerra Civil.
(“¿Cuáles son los enemigos de España? –Los enemigos de España son siete: el
liberalismo, la democracia, el judaísmo, la masonería, el capitalismo, el
marxismo y el separatismo”). No, el problema es que la frase asienta un
concepto de la patria que invita a pensar en términos de amigo y enemigo. Un
patriotismo, en fin, para el cual toda crítica es calumnia.
Lozano no es la
única afectada por esta nueva fiebre patriótica que también está arrasando en
la izquierda española. “Necesito un vicepresidente que … diga que este país es
un Estado democrático y de Derecho, que el Poder Judicial es independiente del
Ejecutivo”, dijo Pedro Sánchez el 18 de julio en una entrevista en La Sexta. En
otras palabras: no se trata de trabajar, digamos, para que el Poder Judicial
sea independiente del Ejecutivo. Se trata de decir que lo es. Un patriotismo
afirmativo.
¿Qué le pasa al
PSOE? Lo lógico sería concluir que ha caído en la trampa de Ciudadanos y de
Vox. Arrinconado por la cuestión catalana, viéndose entre la espada del
trifachito y la pared del socialismo andaluz, le ha entrado el pánico. ¿O será
que este PSOE que habla sin pestañear de “los enemigos de España” es el de
siempre? ¿El PSOE cuyo Instituto Cervantes, fundado en 1992, sirvió para
reencarnar, bajo una capa democrática, el paternalismo hispanista del
franquismo?
¿O SERÁ QUE ESTE
PARTIDO SOCIALISTA QUE HABLA SIN PESTAÑEAR DE “LOS ENEMIGOS DE ESPAÑA” SEA EL
DE SIEMPRE?
Los tiempos cambian
poco. Al actual director del Cervantes, Luis García Montero, el mismo idioma
que le toca defender y difundir le está tendiendo trampas. En una columna
reciente en InfoLibre, defendió la idea del castellano como un idioma impulsado
por un “deseo ético”: “Tenemos la obligación de conseguir que el español, una
lengua materna para 480 millones de personas en el mundo, represente una
cultura de seducción democrática… basada en el respeto a los derechos humanos”.
Nada contra la
defensa de los Derechos Humanos. Pero también a García Montero parece habérsele
pegado la fiebre rocabareana. “Pese a la leyenda negra alimentada por otras
civilizaciones siempre más inclinadas al mercantilismo y la piratería” –¿de qué
civilizaciones estará hablando?, me pregunto, como holandés que soy–, “el
español supo entenderse desde sus orígenes con otras lenguas, basó su capacidad
de extensión en su papel vehicular, respetó mucho más que el inglés la
convivencia con las lenguas originales y aprendió, en las dos orillas, que es
tan importante conservar la unidad del idioma como respetar las singularidades
geográficas de sus hablantes”.
Una democracia que
se toca. No tengo nada contra las fantasías, pero “narrarse a sí mismo” no
sirve si no parte de una lectura crítica del pasado y del presente; no sirve si
se limita a fantasías autocomplacientes y a un patriotismo rancio.
Si la España de hoy
fuera tan “democrática, moderna y diversa” como pretende Lozano, no habría
dirigentes políticos y culturales que, creyéndose progresistas, se dejaran
seducir tan fácil e impunemente por retóricas retrógradas heredadas de tiempos
más oscuros.
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