sábado, 21 de septiembre de 2019

ASÍ NOS DUERME PEDRO SÁNCHEZ


ASÍ NOS DUERME PEDRO SÁNCHEZ
JUAN CARLOS ESCUDIER
Vivir en un palacio tiene muchos inconvenientes. O te arruina la restauración del Tiziano de la salita y tienes que abrirlo al público a 14 euros por barba, como ha hecho el duque de Alba con el de Liria, o los techos son tan altos que la factura de la calefacción hace que no llegues a final de mes, como le pasaba a Esperanza Aguirre cuando era pobre de pedir. El de la Moncloa es aún peor: incorpora un síndrome que viene afectando a todos sus inquilinos, a los que encapsula en una burbuja que les aísla de la realidad y les vuelve arrogantes y solitarios. Inoculado en Pedro Sánchez, el virus, al parecer, ha mutado y sólo gracias a su asesor de cabecera, vendedor de crecepelo de profesión, ha conseguido que no le afecte al sueño, aunque a punto estuvo de conseguirlo.



Hemos tenido suerte con este presidente porque, aun en funciones, es el único dirigente político que antepone el interés general al suyo personal, no como el resto de los de su clase a los que sólo les mueve su propio beneficio. Si tenemos que volver a votar –nos explicó ayer en La Sexta- no es por su incapacidad para tejer un acuerdo sino porque huyó de la solución fácil de una coalición con Unidas Podemos, que es justo lo que esperaba el dichoso virus para privarle a él y al 95% de los españoles de nuestro merecido descanso. Sin esta profilaxis de urgencia ahora estaríamos contando ovejas y sin pegar ojo. Gracias, señor presidente.

Para trastocar definitivamente nuestro ritmo vital habría bastado que Sánchez hubiera cedido a los de Iglesias la Seguridad Social o ministerios como el Hacienda o el de Transición Energética. El Gobierno, nos vino a decir, no es un juguete donde uno pueda colocar a gente sin experiencia en la administración de los asuntos públicos y, por eso, él confió Cultura a Màxim Huerta ‘el breve’ o Ciencia y Universidades al astronauta Pedro Duque, ambos reputados gestores en sus respectivas parcelas.

Pese a ello, y arrostrando el riesgo de insomnio, se avino a una coalición con Unidas Podemos que comprendía una vicepresidencia y tres departamentos sociales, que fue rechazada para su alivio nocturno (del sueño, se entiende). ¿Que por qué hizo esta oferta sabiendo que el propósito de sus pretendidos socios era montar un Gobierno dentro del Gobierno que, además, hubiera entrado en crisis en unos meses por las discrepancias en asuntos de Estado, tal que la sentencia a los líderes del procés? No lo dijo, pero bien pudiera ser por los efectos secundarios de la medicación contra el virus o porque las encuestas no eran entonces tan unánimes al augurar que el PSOE sería el principal beneficiario de una repetición de las elecciones.

De esto último, todos son culpables menos él: la derecha por su afán de bloqueo y su no es no, que de qué nos suena la dichosa frase; y la izquierda, que pasará a la historia por haberse opuesto cuatro veces a su investidura. ¿Por qué iba él a querer repetir las elecciones si las había ganado? La obligación de sus adversarios era, cuando menos, abstenerse y hacerle presidente. Ahora bien, si no merece la pena ser presidente a cualquier precio porque lo importante es que haya un Gobierno que funcione, ¿cómo se proponía alcanzar la estabilidad necesaria con sólo 123 escaños? Tampoco lo dijo, si bien es cierto que era de noche y el personal tenía sueño gracias a él.

A cambio de salvarnos de la vigilia, Sánchez nos anima a ser más claros en noviembre y abrir de esta manera un horizonte de estabilidad para afrontar esos retos tan urgentes que bien pueden esperar unos meses. Por lo que hemos visto, no se puede contar con la derecha, singularmente con el «querido Albert» que ya no está para abrazos, ni con la izquierda, con la que no hay forma de entenderse por su obsesión con el Gobierno bicéfalo. Quizás con Errejón la cosa fuera distinta porque entiende la política de otra forma y puede hacerle un siete a Unidas Podemos y al PSOE un favor. Que se fíe de la Virgen y no corra.

Estamos pues obligados a votar en masa a este hombre para que no dependa de nadie salvo de Iván Redondo, que mece su cama porque la cuna hace tiempo que se le quedó pequeña. El síndrome de la Moncloa ha transformado a Sánchez en un señor arrogante, solitario y nada autocrítico pero no le impide dormir a pierna suelta. Felices sueños, presidente.

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