ERREJÓN EN MODO CHUCKY
DAVID TORRES
Con algo de
resignación y algo de pesar, Pablo Iglesias ha confesado que Iñigo Errejón y él
ya no son amigos. Le ha costado darse cuenta, lo mismo que esas señoras que no
reconocen que su marido la ha engañado con todo el pueblo hasta que empiezan a
llegarle noticias de cornamentas plantadas en otros pueblos e incluso en otras
provincias. Se notaba, por el modo en que lo decía, que su reticencia a admitir
la obviedad no era tanto inconsciencia, ceguera o candor como los penúltimos
rescoldos de cariño; es difícil aceptar que una amistad inalterable no
sobrepase la adolescencia y que ya sólo sirva para hacer letras malas de Queen.
No obstante,
Iglesias, que va por ahí regalando películas y teleseries para que la gente
aprenda, debería haber captado el peligro a la primera de cambio, atendiendo a
la enseñanza primordial de El padrino: «Ten cerca a tus amigos, pero más a tus
enemigos». A Errejón no es que lo tuviera cerca: es que lo tenía dentro, como
el bicho de Alien en la fase de hibernación, de modo que cuando parecía todo
más tranquilo, el estómago de Unidas Podemos ha reventado de golpe, poniendo
perdido de entrañas y sangre toda la estructura del partido y también la
carretera de Valencia a Madrid.
Si algo disculpa el
candor de Iglesias es el aspecto sietemesino de Errejón, de quien el inefable
Jiménez Losantos ha dicho que parece un «bebé probeta siempre en las faldas de
alguien; no se sabe si es hombre, niño, percebe, ameba o renacuajo». Desde
luego, si alguien puede disertar con conocimiento de causa sobre la apariencia
física de Errejón es Jiménez Losantos, uno de los pocos capaces de examinarlo
desde abajo, ya que él mismo, bien mirado, tiene la estatura moral e
intelectual de un aborto de garrapata. Lo ponen a Losantos de consejero en el
Trono de Hierro y las siete temporadas de Juego de tronos se quedan en un
tráiler.
La verdad es que
Iglesias, un especialista en aplicar contenidos audiovisuales a la politología,
tenía que haber visto venir a Errejón de lejos: basta saber que a los gremlins,
a pesar de su porte adorable, no hay que mojarlos nunca ni dejarlos comer
después de medianoche. Seguramente a Errejón le fastidiaba andar siempre a la
sombra de Iglesias, como el hijo que pasa por la puerta pequeña del Imaginarium
a la búsqueda del juguete perfecto, y al final se ha desmelenado en plan
Chucky, dispuesto a atomizar lo poco que quedaba de la izquierda en una réplica
del Coliseo de La vida de Brian. Hay una historia muy triste, o quizá no tanto,
sobre una niña ucraniana, Natalia Grace, que fue adoptada cuando contaba 6 años
de edad y a la que sus padres, Kristine y Michael Barnett tuvieron que repudiar
al descubrir que en realidad era una enana de veintitantos empeñada en
asesinarlos. Pero como decía Ibañez Serrador, ¿quién puede matar a un niño?
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