A contracorriente
¿QUÉ TIENE DE MALO VOTAR?
Enrique
Arias Vega
Nos pasamos los cuarenta años del
franquismo sin votar y suspirando por poder hacerlo. Y ahora, oh paradoja, nos
quejamos del exceso de elecciones.
Votar, en una democracia, debería ser
lo habitual, aunque se nos ocurran mil motivos para no hacerlo: desde el exceso
de convocatorias electorales, hasta su coste, pasando por la pésima calidad de
nuestra clase política actual.
No discuto ninguno de los argumentos
de esos detractores del electoralismo, pero me gustaría analizarlos y
matizarlos. Muchísimo más cuesta el desaforado mundo del fútbol, con fichajes
astronómicos, a cuenta de lo carísimo de nuestras entradas, y no decimos ni
palabra de ello. ¿Y qué decir de las prescindibles televisiones públicas, que
en su conjunto cuestan más que la ayuda al Tercer Mundo o la investigación de
las enfermedades raras?
Medimos, pues, el mundo con raseros
diferentes e incomparables. Lo mismo pasa cuando criticamos el sueldo de los
políticos y tragamos en cambio con que cualquier directivo de las grandes
empresas cobre cien veces más que ellos. Y, claro, criticamos entonces el bajo
nivel de nuestra clase política y el oportunismo con que se aferra a su puesto,
similar a los de quienes han sacado, sin enchufe o con él,
unas oposiciones de lo que fuere.
Por incómodo, y hasta ridículo, que sea votar repetidamente,
prefiero hacerlo a que me digan sin más qué es lo que tengo que hacer.
La única crítica que no se hace sobre la imperfección de nuestro
sistema electoral es que los ciudadanos votamos a unos fulanos que son
emanación de nosotros mismos, a unos
paisanos que tienen las mismas virtudes y defectos que nosotros, es decir, que
de resultas tenemos el Gobierno que nos merecemos y que si queremos otro mejor para
ello seguramente deberíamos cambiar de Galaxia
No hay comentarios:
Publicar un comentario