UNA OBRA DE DOLOR Y ESPERPENTO
GERARDO TECÉ
Las obras que
comienzan con esperpento suelen acabar en más esperpento. Esta es la historia
del gobierno de coalición de izquierdas que nunca fue. No lo fue ni cuando la
realidad obligaba a que lo fuera. El esperpento comenzó hace ya 142 días. Con
las urnas recién recogidas y los de izquierdas de resaca por el triunfo de la
noche anterior, Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno y actriz revelación
de esta obra, se negaba a reconocer a la calculadora como interlocutor
político. Eso de tener o no los escaños suficientes, vino a explicarnos, no era
tanto una cosa matemática como del alma. El esperpento siguió con Pedro
Sánchez, actor principal, mareando la perdiz durante meses.
Meses de idas y
venidas a Doñana, de reuniones con colectivos sociales que pocos escaños de los
que necesitaba el país para arrancar podían aportarle al presidente en
funciones. En funciones y en plena función, quizá pecando de sobreactuación en
su papel de despistado. Sólo le faltó reunirse con la Asociación de Amigos del
Pimentón de la Vera antes de explicar que se le estaba bloqueando. Tanto mareó
la perdiz que, para cuando se quiso dar cuenta, en lugar de pedirle ayuda a su
potencial socio le estaba pidiendo que renunciara. La perdiz, por supuesto,
acabó vomitando sobre un posible pacto de izquierdas que, como esta historia,
tampoco llegó nunca a ser algo real.
La aparición
estelar del secundario de lujo Albert Rivera ha puesto la guinda al esperpento
que hoy toca a su fin. Desaparecido durante toda la obra, Rivera decidió
brillar en los minutos finales y lo hizo con una oferta consistente en su
abstención a cambio de que Pedro Sánchez diese rienda suelta al calentón
españolista aplicando el 155 sin motivos y devolviéndole Navarra a la derecha,
que es a quien le corresponde, además de comprometerse a no subir impuestos,
cosa de comunistas, vagos y maleantes. En definitiva, Albert le pedía a Sánchez
algo imposible a sus ojos: que demostrase ser un buen español. Rivera es de
esos que de niño soñaba con salir a hombros a gritos de héroe tras marcar un
espectacular gol en el último minuto y de mayor lo intenta. Sin éxito. Ante el
bloqueo que estaba sufriendo España –su España–, Albert se fue al programa de
Ana Rosa Quintana y desde allí –qué mejor y más solemne escenario– le anunciaba
al mundo que, ante la urgencia de la situación, él mismo le había mandado una
carta a Sánchez para salvar el país. Una carta y no una llamada a pesar de la
urgencia porque los goles soñados en el último minuto nunca se marcan de feo
puntapié, sino de elegante toque que entra por toda la escuadra. Y qué hay más
elegante que una carta.
Tras responder
Sánchez a la carta –Estimado Albert– el líder de Cs, que maneja como pocos la
multipersonalidad, cambió la de héroe del último minuto por la de aficionado
quemando contenedores por la frustración de la derrota: ¿te lo puedes creer? Me
ha dicho que él ya es lo suficientemente español, menuda tomadura de pelo a los
españoles de verdad. Ya en la ronda de consultas ante el Rey, tal vez por
imitación a la figura del estadista, tal vez por alargar la agonía, Rivera,
protagonista absoluto del cierre de telón, volvió a la personalidad serena
dejando de nuevo la puerta abierta para que Sánchez –hoy lo ha nombrado sólo a
él y su apellido, no ha nombrado a su banda, ni ha usado el calificativo
golpista– pueda gobernar. Tras recabar intenciones, entre ellas la más
importante, la de Sánchez, tras la incertidumbre provocada por este último
movimiento de Rivera, el Rey ha decidido –en una obra esperpéntica no podía
faltar un Rey decidiendo en plena democracia– que no habrá investidura, que nos
vamos a elecciones. Sánchez fracasa. Es decir, Sánchez consigue su objetivo.
La obra de dolor y
esperpento acaba hoy. Dolor por lo que supone que los representantes políticos
no sepan o no hayan querido saber cómo gestionar lo votado, un Gobierno de
izquierdas. Esperpento porque hubiera sido mucho más honesto reñirnos desde el
primer momento en lugar de marearnos. No habéis votado bien, nos deberían haber
explicado en lugar de someternos a esta obra eterna y agotadora que hoy acaba
dando paso a una nueva obra de teatro que, quién sabe qué nos deparará.
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