EL PRECIO DE LA PROSTITUCIÓN
AMPARO DÍAZ RAMOS
La prostitución es
el paraíso del machismo, un espacio en el que los derechos humanos quedan en
suspenso porque lo que se compra es el dominio de hombre sobre la mujer. El
hombre es el consumidor de seres humanos y la mujer es el ser consumido.
Incluso en los casos en los que la persona prostituida es un hombre o niño, que
son minoritarios, ha sufrido un proceso de feminización que lo ha cosificado,
aunque por lo genera sin llegar a la brutalidad de la prostitución femenina.
Esa transacción ajena al marco de los derechos fundamentales de nuestra
constitución, y especialmente al artículo 14 que consagra el derecho a la
igualdad conlleva un alto precio para nuestra sociedad.
El precio que pagan
las mujeres y niñas que la padecen. Mujeres y niñas que ven anuladas sus
emociones, necesidades, pensamientos y
deseos en un grado extremo para
obedecer y complacer al hombre que
dispone de su cuerpo a un nivel que no existe en ningún otro tipo de
interacción humana. Esto genera una
tensión física y psicológica insoportable. Mujeres y niñas que deben convencerse así mismas para sobrevivir -disociando- de que eso les está pasando a otras no a
ellas. O
de que no es algo malo, negando o
minimizando, y atribuyendo a cualquier otra cosa su estado físico y
psicológico. Mujeres y niñas que sufren trastornos graves, que pierden su
propia estructura mental, y que por lo general tenían una situación previa
adversa a la que teníamos que
haber dado respuesta de apoyo -no de abuso- como sociedad. Mujeres y niñas que incluso si consiguen
salir de la situación de prostitución, arrastrarán durante años el daño que se
les ha causado, con problemas para conectar consigo mismas, de pánico, de
memoria, trastornos en la sexualidad, dificultades para relacionarse y falta de
estructura personal y social. Además de los daños físicos.
El precio que
pagamos las demás mujeres y niñas al
mantenerse y difundirse una sexualidad que cosifica a las mujeres, en las que
se espera que la mujer esté accesible y sea complaciente incluso ante prácticas
humillantes y violentas, es la pérdida de igualdad, libertad, seguridad y
dignidad. La cultura de la violación se alimenta de la prostitución y del
porno, y la padecemos todas.
El precio de la prostitución
es también este desgarro social que provoca el hecho de que una parte
importante del ocio de muchos hombres se lleve a cabo de manera reservada respecto de las mujeres e incluso
en no pocas ocasiones marcadamente oculta para nosotras. Celebrar una buena
reunión de trabajo o un negocio o un
encuentro político con una visita a un prostíbulo, reuniones mensuales de los
hombres del equipo en clubs de alternes, despedidas de solteros con una mujer
en situación de prostitución que se comparte, salidas de amigos después de
haber dejado a sus novias o esposas en casa que terminan “pillando” a una mujer
de carretera. Obviamente no todos los hombres son así y muchos sienten
repugnancia hacia quienes actúan de ese modo. Pero España es uno de los
principales países consumidores de prostitución, y es algo que se lleva a cabo
por chicos que al día siguiente van al instituto, por hombres que llevan a sus hijos e hijas de la
mano al colegio o que nos atienden en
las consultas médicas, o vienen a nuestras casas a traernos la compra del
supermercado, o nos llevan en autobús o nos juzgan, o se mezclan en nuestras
vidas de otras formas. Son algunos de nuestros compañeros de trabajo, algunos
de nuestros amigos, tal vez un hermano o un hijo. Tienen una vida paralela en la que compran el paraíso machista al
comprar el cuerpo de las mujeres . En ese espacio de supremacía machista no existen
más que las emociones,
necesidades, pensamientos y deseos del hombre.
No son solo las
víctimas las que están disociando, nuestra sociedad en su conjunto lo hace, y
para eso hay que hacer primero una gran ruptura, un gran desgarro. Hay que romperse para dividirse en dos. El
precio de la prostitución es también
este desgarro.
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