sábado, 13 de agosto de 2016

UN PIANO...

UN PIANO...

DUNIA SÁNCHEZ
Un piano. Canto de olas que vienen y van. Un cuerpo desnudo en los círculos de la salada espuma. Algas. Mar de fondo. Naturaleza que brota en el sentido de mis manos cuando a cada braceada se hunde en sus entrañas. Todo es sereno. Todo es silencio. Solo cuando en la superficie tus ojos observan el infinito de los astros en la caída de la tarde. Verdes rocas, sedoso tacto y la caída invisible de un faro que remienda la huída. Ahí están, barcas en la deriva de sus sueños, de sus anhelos balanceándose a través de la opacidad de estas tierras. Sigo con lo mío, sigo igual. Braceada tras braceada hasta llegar el fin de esa barra que equilibra profunda ondulaciones y la soledad. Me elevo, me edifico a lo largo de su ala. Solo yo y el océano. El océano y yo. Un piano. Y a lo lejos una playa donde el gentío son esqueléticas secuelas de la nada. Tengo que volver. La marea asciende hasta mis muslos y de nuevo soy hondo arrullo de las lánguidas olas, la luna me avisa, las perseidas se consumen en la luz. Nado callada, estatuas de caracolas me guían bajo la noche. Ahora , aquí. Mis brazos, mis piernas, mi vientre arropado por la tonalidad del sosiego. Ahí están las barcas en la deriva de sus sueños, de sus anhelos. Corriente que enajenan sus enterezas hasta no más que estar liados campos de rejas. Inspiro y espiro, una respiración que me ata sobre un llanto. Mi alma, presa, se consume guiada ante el derrumbe de sus manos ante la libertad. Continuo en las espesas y aniquilantes alas que escucharon ¡Allá la fortuna y el aliento de vuestros vuelos será mecer de la dicha¡ Todo se apaga, me arrullo entre sábanas. El calor es lengua pegajosa transmitiendo la pesadez.

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