ALBERT RIVERA EN HONRADOS ANÓNIMOS
DAVID
TORRES
Estos días los
periódicos vienen tapizados de arriba abajo con las fotos de los desencuentros
entre Mariano y Albert, un dúo cómico que amenaza con inaugurarse pero que no
acaba de cuajar. El problema es que ni siquiera ellos mismos saben si van a
dedicarse al humor, a la canción o a otra cosa. En los reportajes sobre música
pop lo habitual es dedicar las primeras planas a los grupos que se separan; en
las crónicas políticas lo que interesa es el momento en que la banda va a
juntarse, afinando los instrumentos y tanteando el repertorio. Mariano y Albert
están a punto de triunfar como dúo siempre y cuando Albert acepte la
precedencia en todos los órdenes de Mariano, quien nunca va a aceptar que sean
Albert y Mariano por la mismas razones que Simon y Garfunkel no eran Garfunkel
y Simon.
Tal y como se
estrechan la mano, prolongando el apretón un buen rato, mirando al horizonte y
sonriendo aplicadamente a la cámara, dan la misma impresión que cualquiera de
esas parejas artísticas que siguen unidas por presiones del público o por
consejos paternales de su manager. No es que no tengan ganas de seguir: es que
no tienen ganas de empezar. La tirria que se profesan es previa a sus
relaciones íntimas, justo al revés que ciertos matrimonios, pero en su
ingenuidad piensan que quizá un buen revolcón pueda enderezar las cosas. Con lo
que sueñan en realidad, por pragmatismo e ideales, es con fusionarse en una
yunta artística de hermanos al estilo de Estopa, Pimpinela, Azúcar Moreno o,
mejor todavía, Los Chunguitos.
Para dirimir las
diferencias de criterio entre ambos, Albert le ha comunicado a Mariano una
lista de seis condiciones previas que no parecen muy difíciles de cumplir:
bastaría con disolver el PP. De hecho, por la peste que va soltando de norte a
sur y de este a oeste, el partido entero está podrido. Sin embargo, según el
electorado -por no hablar de los datos y estadísticas- España rula
perfectamente aun con un gobierno en descomposición. Ya se han ido tres
ministros por el desagüe y la cosa no para de mejorar; en cuanto se marchen los
demás, podríamos salir del agujero.
Las seis
condiciones ineludibles a las que Albert ha condicionado su apoyo no son más
que una simplificación del programa de doce pasos de Alcohólicos Anónimos. No
hay más que ir sustituyendo en cada uno de los epígrafes los términos “poder
superior” o “Dios” por “PP” y el término “alcohol” por el término “honradez”,
esa extraña droga a la que está enganchado Albert Rivera desde hace un año y
que tantos disgustos le está dando. Por ejemplo:
1. Admitimos que
éramos incapaces de afrontar solos la honradez y que nuestra vida se ha vuelto
ingobernable.
2. Llegamos a creer
en un PP superior a nosotros que podría devolvernos el sano juicio.
3. Resolvemos
confiar nuestra voluntad y nuestra vida al cuidado del PP, según nuestro propio
entendimiento de él.
6. Estamos
enteramente dispuestos a que el PP elimine todos estos defectos de carácter.
7. Humildemente le
pedimos al PP que nos libre de nuestras culpas.
Etcétera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario