JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ: TORQUEMADA EN EL MINISTERIO DEL INTERIOR
RAFAEL
NARBONA
Jorge Fernández Díaz, Ministro del Interior, ha manifestado su
intención de limpiar las redes sociales de “indeseables” y se ha reunido con
Alberto Ruiz-Gallardón, Ministro de Justicia, para estudiar la posibilidad de
incorporar al Código Penal un nuevo artículo que persiga y castigue la
“incitación al odio”. Jueces para la Democracia y la Asociación Francisco de
Vitoria han declarado que solo las dictaduras adoptan medidas de esta
naturaleza, cuyo propósito no es defender el derecho al honor y la intimidad,
sino reprimir la libertad de expresión. La ciudadanía ha contemplado con
perplejidad cómo se organizaban unos funerales de estado para honrar a un
político asesinado por una venganza personal. Isabel Carrasco, presidenta de la
Diputación de León, no pasará a la historia por su gestión ejemplar, sino por
su caciquismo pertinaz. Acumular 13 cargos y cobrar 150.000 euros anuales en
una época de penurias solo puede interpretarse como un gesto de avaricia e
insolidaridad. Nadie tenía derecho a quitarle la vida, pero no se merece honras
ni homenajes oficiales. Esa clase de privilegios se reservan para figuras que
han trabajado a favor de la paz y el bienestar general. Nelson Mandela no logró
acabar con las desigualdades en Sudáfrica, pero puso fin al apartheid, evitando
que se produjera un baño de sangre. Las expresiones de duelo que brotaron a
raíz de su muerte nacen del reconocimiento a su labor. La muerte de Isabel
Carrasco no debería haber trascendido la página de sucesos y el ámbito
estrictamente familiar, pero ha adquirido un inmerecido protagonismo político.
No quiero ni pensar qué habría sucedido si el autor del crimen
hubiera sido un “indignado”, lo cual es bastante improbable, pues la no
violencia fue la bandera del 15-M. O si un obrero en paro hubiera cometido el
asesinato, ofuscado por su situación de miseria y desamparo. Imagino las
portadas del ABC, El Mundo y La Razón, incitando al odio. A fin de cuentas,
esos periódicos llevan mucho tiempo envenenando la convivencia y deformando
obscenamente la verdad, sin respetar los principios elementales de la ética
periodística. La derecha de este país nunca se ha cansado de avivar el odio, la
intransigencia y la humillación del adversario. En España, hablar de derecha
democrática es un mal chiste, pues no hay nada parecido. Solo existe una
derecha neofranquista, que protege a los torturadores y se niega a condenar los
crímenes de la dictadura. Una derecha “yihadista” que ha colocado concertinas
en las vallas fronterizas para destrozar la piel de magrebíes y subsaharianos,
una turba tan peligrosa como las “hordas marxistas” exterminadas por la espada
triunfadora del general Franco, un caballero tan cristiano y ejemplar como
nuestro Ministro del Interior. Jorge Fernández Díaz es un buen ejemplo de esa
derecha “yihadista”. Afiliado al Opus Dei y a la Sacra y Militar Orden
Constantina (consagrada a la glorificación de la Cruz, la difusión de la Fe y
la defensa de la Santa Madre Iglesia), pidió la intercesión de Santa Teresa de
Jesús en “estos tiempos recios” y concedió la Medalla de Oro al Mérito Policial
con carácter honorífico a Nuestra Señora María Santísima del Amor. Imagino que
reclutar a la Virgen para realizar trabajos policiales constituye un éxito
colosal, pero los que somos escépticos en materia religiosa, preferimos que lo
sobrenatural y lo fantástico no desborden el círculo de las devociones íntimas
y personales. De lo contrario, el siguiente paso será fichar a Dios y a los santos
de la Iglesia para repartir mamporros en las concentraciones de “perro-flautas”
y “rojo-separatistas”.
De niña, Santa Teresa huyó del hogar paterno con su hermano
Rodrigo. Ambos soñaban con ser “descabezados” por amor a Cristo. Mucho más
práctico, Jorge Fernández Díaz ha considerado más eficaz y cristiano descabezar
a sus enemigos, desatando una oleada represiva que nos acerca a pasos
agigantados a la España de Arias Navarro, el “carnicerito de Málaga”. No
conozco detalles de su infancia, pero me aventuro a especular que tal vez
jugaba a ser Torquemada, levantando piras inquisitoriales y chamuscando a las
hormigas que se cruzaban en su camino. Ahora se contenta con amedrentar a los
que critican la gestión del PP, creando una atmósfera de miedo e inseguridad.
No está solo. Aunque le apoyan todos sus correligionarios y un sector de la
población con nostalgia del franquismo, ha encontrado un inestimable
colaborador en la figura de Alberto Ruiz-Gallardón, un energúmeno con cejas de
centurión falangista. Los dos trabajan codo a codo, luchando para crear un
ambiente prebélico. Mi madre sobrevivió en el Madrid de 1937 a una bomba de la
aviación fascista y no deja de preguntarme si nos hallamos en el umbral de una
nueva tragedia. Yo intento consolarla, respondiéndole que solo vivimos el final
del régimen nacido el 18 de julio de 1936 y reformado en 1978 para adaptarse a
los cambios históricos. Sin embargo, mis palabras resultan poco convincentes,
pues una nueva legislatura del PP representaría una gravísima amenaza para la
convivencia pacífica. Los nuevos recortes que no esperan para cumplir el pacto
fiscal europeo, la Ley de Seguridad Ciudadana y la reforma del Código Penal
exacerbarían las desigualdades (salarios miserables, pobreza infantil,
desempleo crónico, desahucios) y acentuarían la represión policial, liquidando
nuestras escasas libertades democráticas.
No sé si el piadoso Fernández Díaz y el cínico Ruiz-Gallardón
sueñan con imitar a Erdogan, primer ministro de Turquía, y a Yusuf Yerkel, uno
de sus asesores, que se han liado a patadas con sus propios ciudadanos,
incluyendo entre sus víctimas a un familiar de los mineros recientemente
fallecidos. No creo, pues reservan esos menesteres a la Unidad de Intervención
Policial, que realiza un gran trabajo aterrorizando a los españoles. El último
informe de Amnistía Internacional afirma que el 45% de nuestros conciudadanos
temen ser torturados, si son detenidos por los defensores de la ley y el orden.
Tal vez ese es el mayor logro de Fernández Díaz, un Torquemada con cartera de
ministro y cara de sabueso. Para mí, un auténtico indeseable. En Holanda, se
asustaba a los niños gritando: “¡Que viene el Duque de Alba!”. Dentro de muy
poco, los niños españoles temblarán al escuchar: “¡Que viene Fernández Díaz!”.
Si no funciona, siempre se podrá utilizar una ligera variación: “¡Que viene el
hijoputa de Ruiz Gallardón!”. No debería decirlo, pero en el fondo me dan
lástima, pues como villanos no pueden hacerle sombra a Esperanza Aguirre, la
aguerrida lideresa que experimentó la ebriedad del poder en un despacho situado
sobre los calabozos de la antigua Dirección General de Seguridad, escenario de
las peores torturas e infamias. Con el perdón de Cristina Cifuentes, ésa sí que
daba miedo. Miedo de verdad.
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