martes, 20 de mayo de 2014

JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ: TORQUEMADA EN EL MINISTERIO DEL INTERIOR



JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ: TORQUEMADA EN EL MINISTERIO DEL INTERIOR
RAFAEL NARBONA

Jorge Fernández Díaz, Ministro del Interior, ha manifestado su intención de limpiar las redes sociales de “indeseables” y se ha reunido con Alberto Ruiz-Gallardón, Ministro de Justicia, para estudiar la posibilidad de incorporar al Código Penal un nuevo artículo que persiga y castigue la “incitación al odio”. Jueces para la Democracia y la Asociación Francisco de Vitoria han declarado que solo las dictaduras adoptan medidas de esta naturaleza, cuyo propósito no es defender el derecho al honor y la intimidad, sino reprimir la libertad de expresión. La ciudadanía ha contemplado con perplejidad cómo se organizaban unos funerales de estado para honrar a un político asesinado por una venganza personal. Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación de León, no pasará a la historia por su gestión ejemplar, sino por su caciquismo pertinaz. Acumular 13 cargos y cobrar 150.000 euros anuales en una época de penurias solo puede interpretarse como un gesto de avaricia e insolidaridad. Nadie tenía derecho a quitarle la vida, pero no se merece honras ni homenajes oficiales. Esa clase de privilegios se reservan para figuras que han trabajado a favor de la paz y el bienestar general. Nelson Mandela no logró acabar con las desigualdades en Sudáfrica, pero puso fin al apartheid, evitando que se produjera un baño de sangre. Las expresiones de duelo que brotaron a raíz de su muerte nacen del reconocimiento a su labor. La muerte de Isabel Carrasco no debería haber trascendido la página de sucesos y el ámbito estrictamente familiar, pero ha adquirido un inmerecido protagonismo político.

No quiero ni pensar qué habría sucedido si el autor del crimen hubiera sido un “indignado”, lo cual es bastante improbable, pues la no violencia fue la bandera del 15-M. O si un obrero en paro hubiera cometido el asesinato, ofuscado por su situación de miseria y desamparo. Imagino las portadas del ABC, El Mundo y La Razón, incitando al odio. A fin de cuentas, esos periódicos llevan mucho tiempo envenenando la convivencia y deformando obscenamente la verdad, sin respetar los principios elementales de la ética periodística. La derecha de este país nunca se ha cansado de avivar el odio, la intransigencia y la humillación del adversario. En España, hablar de derecha democrática es un mal chiste, pues no hay nada parecido. Solo existe una derecha neofranquista, que protege a los torturadores y se niega a condenar los crímenes de la dictadura. Una derecha “yihadista” que ha colocado concertinas en las vallas fronterizas para destrozar la piel de magrebíes y subsaharianos, una turba tan peligrosa como las “hordas marxistas” exterminadas por la espada triunfadora del general Franco, un caballero tan cristiano y ejemplar como nuestro Ministro del Interior. Jorge Fernández Díaz es un buen ejemplo de esa derecha “yihadista”. Afiliado al Opus Dei y a la Sacra y Militar Orden Constantina (consagrada a la glorificación de la Cruz, la difusión de la Fe y la defensa de la Santa Madre Iglesia), pidió la intercesión de Santa Teresa de Jesús en “estos tiempos recios” y concedió la Medalla de Oro al Mérito Policial con carácter honorífico a Nuestra Señora María Santísima del Amor. Imagino que reclutar a la Virgen para realizar trabajos policiales constituye un éxito colosal, pero los que somos escépticos en materia religiosa, preferimos que lo sobrenatural y lo fantástico no desborden el círculo de las devociones íntimas y personales. De lo contrario, el siguiente paso será fichar a Dios y a los santos de la Iglesia para repartir mamporros en las concentraciones de “perro-flautas” y “rojo-separatistas”.

De niña, Santa Teresa huyó del hogar paterno con su hermano Rodrigo. Ambos soñaban con ser “descabezados” por amor a Cristo. Mucho más práctico, Jorge Fernández Díaz ha considerado más eficaz y cristiano descabezar a sus enemigos, desatando una oleada represiva que nos acerca a pasos agigantados a la España de Arias Navarro, el “carnicerito de Málaga”. No conozco detalles de su infancia, pero me aventuro a especular que tal vez jugaba a ser Torquemada, levantando piras inquisitoriales y chamuscando a las hormigas que se cruzaban en su camino. Ahora se contenta con amedrentar a los que critican la gestión del PP, creando una atmósfera de miedo e inseguridad. No está solo. Aunque le apoyan todos sus correligionarios y un sector de la población con nostalgia del franquismo, ha encontrado un inestimable colaborador en la figura de Alberto Ruiz-Gallardón, un energúmeno con cejas de centurión falangista. Los dos trabajan codo a codo, luchando para crear un ambiente prebélico. Mi madre sobrevivió en el Madrid de 1937 a una bomba de la aviación fascista y no deja de preguntarme si nos hallamos en el umbral de una nueva tragedia. Yo intento consolarla, respondiéndole que solo vivimos el final del régimen nacido el 18 de julio de 1936 y reformado en 1978 para adaptarse a los cambios históricos. Sin embargo, mis palabras resultan poco convincentes, pues una nueva legislatura del PP representaría una gravísima amenaza para la convivencia pacífica. Los nuevos recortes que no esperan para cumplir el pacto fiscal europeo, la Ley de Seguridad Ciudadana y la reforma del Código Penal exacerbarían las desigualdades (salarios miserables, pobreza infantil, desempleo crónico, desahucios) y acentuarían la represión policial, liquidando nuestras escasas libertades democráticas.

No sé si el piadoso Fernández Díaz y el cínico Ruiz-Gallardón sueñan con imitar a Erdogan, primer ministro de Turquía, y a Yusuf Yerkel, uno de sus asesores, que se han liado a patadas con sus propios ciudadanos, incluyendo entre sus víctimas a un familiar de los mineros recientemente fallecidos. No creo, pues reservan esos menesteres a la Unidad de Intervención Policial, que realiza un gran trabajo aterrorizando a los españoles. El último informe de Amnistía Internacional afirma que el 45% de nuestros conciudadanos temen ser torturados, si son detenidos por los defensores de la ley y el orden. Tal vez ese es el mayor logro de Fernández Díaz, un Torquemada con cartera de ministro y cara de sabueso. Para mí, un auténtico indeseable. En Holanda, se asustaba a los niños gritando: “¡Que viene el Duque de Alba!”. Dentro de muy poco, los niños españoles temblarán al escuchar: “¡Que viene Fernández Díaz!”. Si no funciona, siempre se podrá utilizar una ligera variación: “¡Que viene el hijoputa de Ruiz Gallardón!”. No debería decirlo, pero en el fondo me dan lástima, pues como villanos no pueden hacerle sombra a Esperanza Aguirre, la aguerrida lideresa que experimentó la ebriedad del poder en un despacho situado sobre los calabozos de la antigua Dirección General de Seguridad, escenario de las peores torturas e infamias. Con el perdón de Cristina Cifuentes, ésa sí que daba miedo. Miedo de verdad.




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