EQUIDISTANTES, COBARDES Y VALIENTES
FRENTE A LA ULTRADERECHA
IVÁN REGUERA
En los últimos días
hemos leído mucho la palabra equidistante. Su significado es el siguiente: “Que
es equilibrada y no se inclina ante las partes de un conflicto”. En el caso que
nos ocupa, el conflicto es el trabajo del Gobierno en una crisis mundial frente
al ruido de los opositores, en especial una ultraderecha acostumbrada a los
mensajes de odio, los ultrajes y una constante crispación.
La polémica saltó
hace días por un tuit de Santiago Segura (fechado el 24 de mayo) que decía:
“Que tristeza esa España de fachas y de rojos, de malos y buenos, de extrema
derecha fascista o bolcheviques bolivarianos. Banderas, himnos, caceroladas,
odio fratricida y mal rollo perpetuo. Concordia, entendimiento, armonía...
Igual suenan a descafeinado, pero son palabras necesarias”. Pero no sonaba a
descafeinado, sonaba a equidistante porque metía en el mismo saco a la
ultraderecha con el resto de opciones políticas.
Segura equiparó a
quienes pretenden tumbar a un Gobierno en medio de una pandemia mundial con los
que respetan el juego democrático. ¿Tiene el señor Segura derecho a ser de
derechas, si es que lo es? Nadie dice lo contrario, tiene el mismo derecho que
el cantante Francisco, José Manuel Soto, Marta Sánchez, Los del Río, Felisuco,
Toni Cantó, Albert Boadella, Josema Yuste, Paco Arévalo o Enrique San
Francisco, que en una charla realizada con el infame Javier Negre dijo que
estaba “muy de acuerdo con muchísimas cosas de Vox”. O que Fernando Sánchez
Dragó, el gran fichaje “intelectual” de la ultraderecha que llegó a decir que
“no debería existir el sector público” cuando ha cobrado, durante muchos años,
muy generosos sueldos de televisiones nacionales y autonómicas.
Igual de
equidistante que Segura se mostró el famoso tenista Rafa Nadal, que declaró en
una entrevista: “¿A mí qué más me da si lo hace bien Vox, el PP, Podemos, el
PSOE, Ciudadanos o el que sea? Me da igual Casado, Abascal, Arrimadas, Iglesias
o Sánchez”. Con esa equidistante contestación, Nadal normalizaba a la
ultraderecha de forma bastante evidente. Y no hay quien se trague que le dé
igual uno que otro.
Otro representante
del deporte español, el portero Pepe Reina, no resultó nada equidistante al
mostrarse claramente a favor de la ultraderecha. En su Twitter escribió junto a
una foto de la manifestación de Vox: “¡Ah! Pues parece que ha salido gentecilla
a la calle, ¿no?”. Lo acompañó con emojis de aplausos, la bandera de España y
los hashtags #democracia y #unidossomosmasfuertes.
Y en medio de los
equidistantes y los que se mojan están los que callan, que es la mayoría entre
“la gente de la cultura” en España. Casi la totalidad de los que se dedican al
cine, la televisión, la música o la literatura no se meten en política, no
muestran manifestación ideológica alguna. Y las redes solo las usan para
hacerse publicidad, para promocionarse.
La suya es una
reacción timorata y conservadora, pero también comprensible. Santiago Segura,
uno de los protagonistas de La reina de España, vio como la película naufragaba
en los cines (400.000 euros recaudados frente a 11 millones de presupuesto)
después de que Fernando Trueba dijese, tras recibir el Premio Nacional de
Cinematografía, no haberse sentido español “ni cinco minutos” de su vida.
Fue la típica
declaración que a Trueba en ese momento le parecería tremendamente ingeniosa,
sobre todo con el ministro Íñigo Méndez de Vigo Montojo, Barón de Claret, delante. Pero lo pagó caro,
aunque tampoco es probable que sus haters ultras estuvieran esperando el
estreno de La reina de España para llenar las salas. Esa gente no entra a ver una película
española ni borracha. Y el film era lo suficientemente malo como para fracasar
en taquilla sin necesitar boicots de la derecha.
Pero el caso Trueba
dejó preocupados a muchos. Cuando te juegas los cuartos de esa manera, poca
broma con las opiniones políticas. Y todavía se recuerdan otros casos de acoso,
como los de los desaparecidos Pepe Rubianes, Federico Lupi o José Luis Cuerda,
que nunca ocultaron su desprecio hacia la derecha más rancia y radical. También
sufrieron serios ataques de la ultraderecha el espectáculo del humorista Dani
Mateo y el de Edu Galán y Darío Adanti (Mongolia).
Aun así, hay unos
cuantos valientes en las redes sociales que dan su opinión con libertad y que
se ponen de cara frente a la crecida ultraderecha. Estos son algunos
ejemplos:
DANIEL GUZMÁN
Ganador de dos
premios Goya (mejor cortometraje de ficción y director novel), Guzmán se ha
manifestado a favor del Ingreso Mínimo Vital y ha apuntado en su cuenta de
Twitter a la derechona de los barrios pijos: “Las caceroladas han terminado,
los españoles y muy españoles ya pueden seguir jugando al golf”. También
protagonizó un rifirrafe con el torero Cayetano Rivera, derechista que animó
las algaradas contra el gobierno. Guzmán le escribió: “Cayetano, entiendo tu
aburrimiento y malestar por no poder ganar dinero matando animales en estos
momentos, pero entiende que ahora hay cuestiones humanitarias, sanitarias y
sociales más importantes. Instar a un golpe de estado, quizá, no es lo más
conveniente en una democracia”.
ANABEL ALONSO
Cómica de raza,
Alonso suele recurrir al humor para pitorrearse del facherío y sus textos
breves son un éxito morrocotudo en la redes sociales y carnaza para todo tipo
de medios. Alonso hizo mofa hasta del relevo del número tres de la Guardia
Civil en medio del escándalo por el informe del 8-M (“A este paso la Guardia
Civil se va a quedar en “el guardia civil”) y se enfrentó a los exaltados de
los barrios pijos: “Están en su derecho de manifestarse, faltaría más. ¿Pero no
pueden esperar un poquito, que avance la desescalada, que no pongan a nadie en
peligro y que no contaminen?”.
PAULA VÁZQUEZ
Fue insultada en
masa en Twitter con improperios como “puta” o “mugrosa”. Y todo por celebrar
que se aprobara el Ingreso Mínimo Vital. Otra actriz, Beatriz Rico, sufrió una
avalancha de insultos por algo tan humano como celebrar que España dejaba de
contar muertos diarios. Así lo escribió: “Me voy a la cama triste, incrédula y
hundida. He compartido feliz la noticia de que hoy, por fin, han anunciado 0
fallecidos. Me están insultando, me “ordenan” que quite el tuit o lo corrija.
¡Hay gente molesta porque las cifras de fallecidos mejoren! Es de terror. ¿Sois
personas?”.
GORKA OTXOA
El actor de Vaya
semanita, Pagafantas y Fe de etarras también es contundente y valiente, nunca
se anda con medias tintas en su cuenta de Twitter: “Si hay fascismo, no hay
democracia. Si no hay antifascismo no hay democracia. Es sencillo”. Sobre la
famosa bandera gigante desplegada en el Barrio del Pilar bromeó: “Y nosotros
con Fe de etarras queriendo hacer comedia con banderas grandes. Madre
mía...”.
ISMAEL SERRANO
Uno de los que
mejor ha resumido el acoso de la ultraderecha es él: “En estos días mi Twitter
se llenó de trolls por un tuit que no era especialmente controvertido.
Diferentes artistas desde EEUU hicieron un llamado internacional para sumarse a
una campaña contra el racismo. Yo decidí apoyarla. De repente cientos de
cuentas que no me siguen (incluidos distinguidos diputados de Vox) aparecieron
comentando mi tuit, acosándome, insultándome en un claro intento de intimidarme
para que desista de escribir y aparque mi cuenta. El empeño de la ultraderecha
es trasladar esa sensación de consenso (el Gobierno es un caos, los emigrantes
son peligrosos, conspiraciones judeomasónicas) del mundo virtual al real”.
Otro actor que
nunca ha ocultado su rechazo a las ideas de la ultraderecha es Antonio de la
Torre, que ha defendido el Ingreso Mínimo Vital, ha denunciado las
informaciones cocinadas de la Guardia Civil y la infame gestión de Ayuso en la
Comunidad de Madrid. También Paco León acusó a Vox de delito de odio (por un
demencial ataque a todo el cine español) y Hugo Silva escribió sobre la
caravana de Vox: “Alentar a la gente a hacer algo peligroso para todos es tan
miserable como hacerlo”. Los tres han demostrado tener agallas.
Ante los
equidistantes o los cobardes, están los valientes y los libres. Para advertir
de un evidente peligro para el futuro del país y para enfrentarse a gente
mezquina y tremendamente dañina. Menos mal.
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