A contracorriente
ORGULLOSOS DE SER GAYS
Enrique
Arias Vega
En la lucha por los derechos humanos —la
vida, la libertad, el trabajo, la sexualidad, lo que sea—, hay razones de
enorme y estricta justicia, claro, pero también de moda, de oportunidad y hasta
de estilo.
Algo de eso sucede con el Día del
Orgullo Gay, transformado en movimiento LGTBI, y apelado finalmente sólo como
Orgullo.
Cuando asistí a mi primera marcha gay
en Nueva York, en 1988, me sorprendió su carácter masivo —entonces con más
curiosos que militantes, lógicamente—, pero también de alborozo, diversión y
solidaridad. Fue, aquél, un acontecimiento animado y entretenido que, para mí,
contrasta frontalmente con algunos rasgos más carnavaleros y hasta
esperpénticos de las manifestaciones actuales.
Me parece justa la denominación de
Orgullo, en el sentido académico de “autoestima” de un grupo o colectivo —como
ahora se califica a los participantes de cualquier tendencia, aunque no tengan
nada que ver unos con otros—, pero me perturba en cambio el que muchos lo usen
en su acepción de “arrogancia”, que para la RAE “suele conllevar sentimiento de
superioridad”. O sea, que sería parecido, salvando las distancias, al que
predicaron en su día los “panteras negras” o al que exhiben los ultraortodoxos
judíos en sus rituales.
Frases como ésta no me harán ganar
amigos, por supuesto, como tampoco, por ejemplo, el que presuma de ser
heterosexual, lo que podría ser considerado como una provocación fuera de
lugar. Pero es que a mí me va la sensatez y la mesura, e igual que respeto a
unos procuro hacer lo mismo con sus contrarios, siempre que ambos respeten de
verdad esos derechos y principios universales que dicen defender. ¿Estamos
seguros, sin embargo, de que realmente es eso lo que pretenden?
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