SE TE ACABARON LOS CUENTOS, SHEREZADE
ANÍBAL MALVAR
Los periódicos son librillos de historia escritos sin tiempo para pensar. O deberían. Si por La Razón fuera, dentro de unos siglos los estudiantes de Historia de España se estarán devanando el cacumen para analizar las razones por las que Pablo Iglesias exige capacidad de veto (sic) en la conformación del Consejo General del Poder Judicial. Y dejando de lado un acontecimiento secundario sobre no sé qué millones despistados de un tal Juan Carlos I, ese rey del que usted me habla, pues solo alcanza rango de segunda noticia en el diario que dirige desde las teles Francisco Marhuenda.
El Mundo también lo había planificado así, pues en su primera edición la portada nos destacaba que "Casado rompe con Sánchez para evitar las imposiciones de Iglesias", y solo en el faldón informaba de que "Juan Carlos I regulariza solo cinco de 12 años de viajes en jet privado". Se corrigió a tiempo Francisco Rosell en segunda edición, pues aquí ya sí nuestro emérito alcanza el cartel de prima donna en las noticias del día.
Están sufriendo
mucho los viejos templarios del periodismo patrio viendo cómo se les desmoronan
las reliquias, las leyendas con las que nos mantuvieron entretenidos durante
más de 40 años. Me enternecí mucho escuchando al querido Miguel Ángel Aguilar
el otro día en la Ser farfullando cuarteleras defensas descerebradas de la
regularización del emérito, hasta el punto de que los conductores de Hora 25
(creo que era) lo mandaron callar. Tiene que ser tristísimo crear un mito y que
el hombre que lo encarna no esté a la altura de tu imaginación. Pero no es el
caso. Si estos asombradizos periodistas veteranos se rasgan las vestiduras, es
pura pose. Cualquier persona medianamente informada sabía de los negocios
privados de Juan Carlos I incluso antes de que Francisco Franco le regalara el
máster regio que aun hoy detenta. Con Juan Carlos I no cae solo la borbónica
leyenda, sino la reputación de toda una generación de periodistas que han sido
tan pillados como él, pues ocultaron durante décadas la verdad a los españoles en
un paraíso deontológico tan descontrolado como las Islas Caimán.
El daño
reputacional que todas estas revelaciones están haciendo a la prensa española
es irreversible. Y no es que los periodistas gozáramos de gran prestigio antes
del borbonazo. Pero hoy ya podemos ser tildados sin aspaviento de colectivo
incapaz o mentiroso, a elección del consumidor.
Poca credibilidad
le queda al sector monárquico de la profesión para convencernos ahora de la
honestidad del heredero, un Felipe VI que se encuentra en la misma tesitura que
sus panegiristas. Si no sabía nada de las andanzas peseteras de su papi,
teniendo a sus pies uno de los más loados servicios de inteligencia del
planeta, poco margen le queda para convencernos de que está capacitado para
asumir la jefatura del Estado.
En la otra cara de
la moneda opaca, no olvidemos que Felipe VI era beneficiario de una de esas
herencias turbias, al menos. La off shore Lucum, cuya existencia, como sabéis,
hubo de ser desvelada por un diario británico, The Telegraph. Siempre la
pérfida Albión.
Cuesta creer que
tampoco supiera nada el nuevo monarca de esas tarjetas black que sus hermanas y
sobrinos manejaban con soltura por los cortes ingleses de Madrid, a dos tiros
de piedra de los espías de Zarzuela. Sobre todo con los antecedentes familiares
que ya había sufrido en carnes propias. Desde que estallara el caso Urdangarin,
nuestro rubio ex príncipe tenía el deber de vivir con la mosca detrás de la
oreja.
Se le han terminado
las historias a Sherezade. Hemos nacido, hemos crecido y moriremos en una
monarquía parlamentaria corrupta. Y así deberíamos hacerlo constar, incluso con
orgullo, en nuestra sacrosanta e inmarcesible Constitución. Y, si queréis estar
informados, idos a vivir a Inglaterra, que es lo que tiene que concluir un buen
patriota en estos casos.
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