viernes, 5 de febrero de 2021

EL ENMUDECIMIENT0 Cuento José Rivero Vivas

 

EL ENMUDECIMIENT0

Cuento

José Rivero Vivas 

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Del libro:

EL EUNUCO

José Rivero Vivas

Obra: C.07 (a.07)

(ISBN:

978-84-9941-057-9)

D.L. 2348 – 2009:

Ediciones IDEA,

Islas Canarias.

Diciembre de 2009

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José Rivero Vivas

LUCERNA de EL EUNUCO

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La abigarrada compilación fue escrita en Madrid, hacia 1981-1982, donde en su momento fue el manuscrito pasado a máquina.

Ya en Tenerife, hacia 1993-1994, fue escaneado y puesto limpio en ordenador.

Hacia 2002-2003, en Londres, se cambió su contenido de disquete a pendrive, operación que comportaría atenta lectura del texto. En 2004-2005 hubo nuevo análisis y consiguiente revisión.

Con ausencia del autor, por encontrarse en Londres, Ediciones IDEA, Islas Canarias, publica EL EUNUCO en diciembre de 2009.

*

Época de dificultades económicas y asperezas humanas, por la inadaptación conducente al fracaso, en abanico de tramas que comprenden paro y escasez, lacra urbana, pérfidos fines y cándidos sueños de seres desheredados de la Tierra. Las historias referidas van impregnadas de cierta similitud, con aire de denominador común, que las identifica como de un solo cuerpo, puesto que nacen de una idea general, no de la suma de relatos dispares que integran un volumen.

Esta serie de cuentos, desgarrados, da fe del momento aciago de su creación. Consciente de ello, su autor recurre a la introducción de algunos pasajes versificados, con objeto de templar la descarnada desnudez y acritud del tema. Sucede que, la disposición del verso, en su forma de hacer, es consecuente con su contenido; sin embargo, el extraño a este sentir, sigue a su aire el discurso, lo que en cierto modo suele obviar el objetivo someramente insinuado.

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José Rivero Vivas

Tenerife – Islas Canarias

Mayo de 2018

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José Rivero Vivas

EL ENMUDECIMIENT0

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Solía cantar de mañana templando la lira de su gargan­ta hasta desgañitar de esfuerzo, con la quiebra consiguiente de su voz más allá del confín de su potencia. Pero con bravura sin igual repetía siempre su tonada consabida:

 

Lunas, estrellas, cielos;

naves que en aire flotan.

Clara presencia exhibe

de león imagen rota;

víctima no propicia,

fiera que no devora. 

Pájaro que no canta,

tímpano que no goza.

 

Cansada su mujer, compró un canario, lo cubrió con una manta y lo tuvo escondido hasta el día siguiente.

Cuando Samuel se levantó y se dispuso a entonar su acostumbrada canción, rompió el canario su trino con vibración ensordecedora, llenando a Samuel de asombro y al ámbito de notas maravillosas. Luego fue amainando el volumen de su voz hasta dejar la casa inundada con su melodioso son, causa del estupor de Samuel, que ya no pudo iniciar melodía alguna ni aun esforzándose en templar el arco de su lira en vano intento de suavizar las cuerdas de su garganta.

A partir de ese día, Samuel dejó de cantar. Teresa, su mujer, rió feliz al observar la reacción de su marido, y miró arrobadamente al canario, llamándolo mi niño y otras lindezas.

Samuel no se inmutó. No pareció tomarlo a mal. Ni siquiera lo tuvo en cuenta. Pero permaneció serio y callado mientras contemplaba ausente el avecilla canora.

El pájaro, feliz o infeliz en su encierro, trinaba que era un primor, anegando la casa con su tono agudo, rítmico y cadencioso. Teresa gozaba sin disimulo, y limpiaba la jaula con gran esmero para después ponerle agua, alpiste y alguna hoja de lechuga que el bicho comiera con fresco sabor. Seguidamente lo sacaba al patio, cerciorándose de que la tempe­ratura era amorosa, y antes de caer la tarde lo entraba para que no cogiera frío y evitarle un posible entumecimiento.

*

Pasado cierto tiempo sin haber roto su mutismo, Samuel empezó a denostar cada mañana tan pronto el canario rompía su trino atronando el entorno.

El pájaro se entrena a cantar y a mí me desbarata entero.

Pero son tantos los ruidos que perturban su tino, que no puede Samuel vivir en paz como quisiera, con tranquilidad, oscuridad y silencio. No es posible porque las circunstancias actuales lo empujan hacia la iluminación brutal, los ruidos escabrosos y la plena intranquilidad. Le disgusta esta situa­ción, encuentra desagradable su quehacer y presiente que debe terminar antes de que la costumbre vicie cualquier empresa ulterior.

Buscar nuevo nivel y superarlo. Tropezar la borrache­ra. Decir que no a quien pregunte si me hallo a salvo. Mandar al diablo a quien se pretenda amigo o protector. No quiero na­da de nadie, aunque necesito tanto que no hay lugar para negarme.

Después de cada arenga contra sí mismo, Samuel se arrincona en su tumbona y no pronuncia siquiera el saludo de rigor cuando llega su mujer.

A medida que el tiempo transcurre, Samuel aparece más callado, mohíno y a disgusto con la vida. Pero no quiere con­tinuar desbarrando por causa de los sones de ese concierto ­que escucha al pájaro de su dolor, y se envuelve en su pro­pia piel y en el amor que le brinda la quietud de su casa, pe­se a las molestias que soporta debido a lo incómoda y reduci­da. Ahora, además de los ruidos procedentes del exterior, le acompaña también el canto del ave, que no cesa un momento, ha­ciéndolo sufrir horrores. Samuel se compadece de sí y de quien como él mora al arrimo de cuatro tabiques cuya fragilidad propicia la invasión de la algarabía externa y le impide sentar­se a leer, escribir o divagar, enfrascado en hondo pensamien­to de atar.

Le ensordece el bullicio de la calle y se estremece al comprobar que la vida comienza cuando apenas ha descansado y tiene que abandonar el lecho para incorporarse al diario tra­jín de ganar el pan. La madrugada lo sacude y se despereza ­lanzando su copla desde tan temprano:

 

Mas, ¿qué cantar al viento en

sones pintiparados

de león convertido

en un cordero manso?

 

Samuel siente unas ganas tremendas de expresar su pensamiento sin aspavientos ni gritos, y callado, mudo, en tácita oratoria, va desgranando las ansias que le azotan de vol­car fuera su adentro, aun a sabiendas de que suponen acto re­flejo sin importancia para nadie que no pertenezca a su pro­pio secreto, arcano que celoso guarda su deseo de libertad. Ay, cuánto do de pecho en su nombre para ignorar cuál es en el fondo su auténtico significado.

 

libertad del esclavo

libertad del señor

libertad del magnate

y del trabajador

libertad del artista

del investigador

libertad individual

del estado en redor

 

¿Tienen estos conceptos relación entre sí... No lo sé. No alcanzo a dilucidarlo. Siempre me lo he preguntado y nada ni nadie me responde con acierto. Y obstinado parafraseo:

 

libertad del millonario y del desharrapado

libertad del miserable y del opulento

libertad del sublime y del vilipendiado

libertad de quien feliz o acaso infelizmente

permanece con los pies hundidos en el lodo

que en todo a la redonda salpica su jardín.

 

¿Qué es pues la libertad? Decidme, sabios egregios, ­¿qué es esa libertad pregonada? ¿Es quizá el canto de este canario enjaulado de por vida o el quejido del gorrión que cae del árbol muerto de frío?... Quién sabe. Mas, en nombre de esa libertad tan celebrada, cuántos actos deplorables se cometen.

Es difícil para Samuel serenar su espíritu y ponerse a cantar dichoso. Algo altera su armonía y lo incita a discurrir sobre temas escabrosos que hasta hoy ha soslayado. Pero sus escarceos mentales son sólo borbotones que arrancan de cualquier lado y no sabe sobre qué terreno verterlos, pese a que en su día creyó tomaban forma de canción audible y sensi­tiva, Ahora, empedernido en su silencio, Samuel no quiere ya cantar ni desea expresar su sentir ni intenta modelar su pen­samiento.

¿Para qué gritar mi descontento si nadie quiere escucharme? Tanto me duele mi adentro que sería barbaridad confesar los ayes almacenados desde el principio de luz y ne­grura que conforma mi sufrir.

*

Samuel continuó preso de su mudez, sin pronunciar palabra en conversación con su mujer. Firme en su obsesión, no contestaba al saludo diario ni articulaba sonido pidiendo sa­tisfacer necesidades urgentes e ineludibles, y lo más del tiempo lo pasaba retirado en aquel rincón del pasillo donde estaba colocado un sillón desvencijado que le hacía de poltro­na. Las horas transcurrían sin que Samuel se inmutara, y ape­nas se le notaba vida como no fuera por su mirada fija clava­da en el pajarillo, que no dejaba de cantar mientras entrara claridad por la ventana.

Teresa empezó a preocuparse por tamaña apatía, y, abandonando los mimos prodigados al canario, trasladó su cariño a Samuel con deseos de recuperarlo nuevamente para su halago. Pero su marido estaba de veras alicaído y se mostraba cada ­día más hundido en la crisis que padecía. Teresa, en su des­vivencia por ayudarle a superar aquella morriña que lo consu­mía, se agenció una gramola de ocasión y compró una selección de discos, compuesta en su mayor parte por intérpretes del ­bel canto, con intención de que Samuel reaccionara al oír aque­llas voces supremas y, en su entusiasmo por lo que siempre ­amó, volviera a sentir el impulso salvador que lo llevara a cantar tal cual acostumbraba antes de la infeliz llegada del pájaro competidor.

Pero Samuel vivía sepulto en la tristeza que le proporcionaba la limitación en torno y desechó discos y gramo­la, arias y cantantes, yendo a refugiarse en aquel sillón en que descansaba su desventura mientras se sumía en la paz de su nostalgia.

Teresa se compunge viéndolo amodorrado en el asiento sin ánimos ni aliento para respirar, como si un mal eterno se hubiese apoderado de su espíritu negándole fuerzas para la vida.

El canario, entretanto, trina alocado clamando su anhelada libertad, que ni siquiera conoce por haber nacido en cau­tiverio desde múltiples generaciones antes. Teresa lo mira en­ternecida, sufriendo con el animalillo la crudeza de estar en­cerrada. Entonces mira a su marido, y recordando su recita­ción de ayer, musita acongojada:

-¿No cantas, Samuel?

Él levanta la vista, aunque no mira. Se rebulle en el asiento, y luego dice:

-Cantaré más tarde, cuando la luz agonice y acabe el día. Es para mí el momento ideal, que me asemejo al mochuelo, única ave que admiro por sus ojazos tranquilos y su paciente estar sobre la rama al acecho de un animalejo que alimente ­sus entrañas. La diferencia estriba en que yo no cazo nada ni aun cuando necesite sustento y ande decaído y desanimado; exangüe, unas veces, y con desaliento, otras. Pero me atrae la serenidad del mochuelo en la noche, con sus enormes ojos fijos en la nada mientras aguarda el instante atroz de su ataque ­despiadado sobre la rata que pasa.

    -¡Aaah¡- grita Teresa exacerbada.

    Y sin esperar un minuto más se precipita sobre la jaula.

    -¿Qué haces?- exclama Samuel.

    -Arrancarle la cabeza. Este pájaro no sigue fastidiándome con su trino y su canto y su menguado vuelo en tor­no a su reducido espacio.

    -¿Qué daño te hace el canario?

    -Si no guarda silencio le corto el pescuezo, lo des­plumo y lo echo al caldero. Menudo puchero me sale con sus notas gloriosas, su maleficio y su arrebato.

-Déjalo que cante. Que trine. Que llene el aire con sus sones,

-Pero tú callas.

-No lo creas. No he de callar mi grito por mucho que el pajarillo ensordezca mi mente con su trino.

*

Teresa no quedó satisfecha con la explicación de Samuel, y un día decidió contratar a un profesional de la juer­ga para que tocase junto a su ventana en el tiempo preciso ­durante el cual su marido sestea y el pájaro dormita frente al vencido rival de su canto.

Esa misma tarde, en el momento más apacible del calor estival, rasgueó la guitarra en mi y brotó en sol la importu­na voz del borracho, que desgajó su queja con un ay triste y lastimero, bronco y desolador.

El desacuerdo armónico hizo temblar al pajarillo y Samuel se alzó agitado, como herido injustamente en alguna fi­bra sensible de su ser.

La voz continuó adelante, con su desafío imperioso, tra­tando de despertar aficiones marchitas en el que fue cantante Samuel. Gris, monótono, casi incoloro, desgranaba el artista su recitativo:

 

Se oyó el rugir feroz

del león, y su presa,

de agónico estertor,

cae víctima total.

 

Muertos los contendientes,

los hombres no supieron

esclarecer las culpas

para aplicar justicia.

 

En inútil pregón

abunda la sentencia,

sin causa ni motivo

que explique la quimera.

 

Samuel se levanta apresurado, se acerca a la ventana, y grita:

 

Calla, pedazo de animal,

y vete al prado a rebuznar. 

No quiero más cantos extraños

que el de este pájaro canario.

 

Acto seguido se puso a entonar las canciones que hacía tiempo dejó arrumbadas en el ámbito de su hogar.

 

al amor de la lumbre

llega la aurora

estampa legendaria

de flor hermosa

 

que haya muerto la queja

a nadie importa

sacrificada o salva

la nave orza

            

si bajo el firmamento

su canto entona

un ave que encantada

al alma loa.

 

Teresa acudió asombrada al oírlo, y cuando prorrumpía en gracias tantas, libró el ave su cantar con un gorjeo maravilloso de ensueño y satisfacción.

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José Rivero Vivas

EL ENMUDECIMIENT0

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Del libro:

EL EUNUCO

José Rivero Vivas

Obra: C.07 (a.07)

(ISBN:978-84-9941-057-9)

D.L. 2348 – 2009:

Ediciones IDEA,

Islas Canarias.

Diciembre de 2009

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Enero de 2021

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