viernes, 12 de febrero de 2021

LA OTRA PANDEMIA

 

LA OTRA PANDEMIA

LOS JÓVENES NOS HEMOS CONVERTIDO EN UN BLANCO: SOMOS LOS IRRESPONSABLES, LOS QUE NO CUMPLEN LAS MEDIDAS, LOS NIÑATOS QUE SE QUEJAN POR NO PODER IRSE DE FIESTA... NOS ENCANTA EL ‘COLIVING’, EL ‘CARSHARING’ Y LOS TRABAJOS BASURA

ELISA MORA ANDRADE

A menudo solemos encontrar en la prensa artículos sobre salud mental, estrés, ansiedad, depresión y otros trastornos. Normalmente, todos están escritos desde la perspectiva del experto: psiquiatras, psicólogos, neurólogos, que llenan los textos de datos y consejos. Es poco común que alguien que sufre alguno de esos trastornos publique una pieza contándolo.

La salud mental sigue siendo una especie de tabú, algo de lo que parece que hay avergonzarse, que hay que callarse por miedo a que te juzguen, no te crean o no te tomen en serio.

 

Mucha gente cree que la ansiedad o la depresión son problemas del primer mundo, sin mucha importancia; paradójicamente, a menudo incluso quienes la sufrimos lo pensamos, nos sentimos culpables. Hay gente que no come y yo aquí, agobiada por mi futuro. A veces es mejor no relativizar.

 

Este último año hemos sufrido una doble pandemia; una la del virus, la otra, la de la salud mental. La primera alimenta a la segunda, que no entiende ni de edades ni de lugares. Y de lo segundo ya veníamos tocaditos de antes, con el consumo de ansiolíticos y antidepresivos batiendo récords cada año.

 

Hablemos de los jóvenes. En estos tiempos nos hemos convertido en una especie de blanco: somos los irresponsables, los que no cumplen las medidas, los niñatos que se quejan por no poder irse de fiesta, que quieren exámenes online para copiar. Nos encanta el coliving, el carsharing y los trabajos basura.  No.

 

Las generaciones de los 90 hemos vivido el lastre de la crisis de 2008 y ahora el de la pandemia. A la frustración de no encontrar un trabajo digno, con un salario decente tras años y años de magnífica preparación, a la obligación de vivir con tus padres si no quieres destinar el 70% de tu sueldo a un alquiler, se le ha unido el pánico a contagiar a los de tu alrededor o a ser contagiado; el miedo a perder a los tuyos, a perder el trabajo; a acabar tus estudios y a tener muy pocas posibilidades, a la soledad.

 

Por otro lado está la presión. La presión a la que nos sometemos nosotros solos y la presión que ejerce el sistema. Triunfar, tener éxito. Esto nos meten en la cabeza desde que somos pequeños. “¿Y si no triunfamos?” Nos preguntamos todos. ¿Seremos unos fracasados?

 

Pero, ¿qué es el éxito? ¿Sacar una carrera? ¿Tener una buena casa, un buen coche, una familia, un perro y trabajar 12 horas al día? ¿Estar más horas delante de la pantalla que con la gente que quieres? ¿Estar sometido de por vida a las reglas del capitalismo y del neoliberalismo? El propio sistema imposibilita ese supuesto éxito, por eso nos hacen creer que queremos compartir coche y piso hasta los 35.

 

 

¿Qué ocurre si no estamos dispuestos a hacerlo? El pánico. Es curioso que ni siquiera la pandemia se haya cargado esa idea y no haya conseguido poner de manifiesto que, en el fondo, todo eso da igual.

 

Tenemos tan interiorizadas las reglas del sistema que este virus incluso ha reforzado esa presión por contentar, en realidad, a ese sistema y no a nosotros mismos. Tenemos que llegar ahí, sea como sea. El sistema quiere que haga una cosa, pero él mismo me lo impide: es una encrucijada a la que todos estamos sometidos.

 

Y eso desencadena un estrés y una ansiedad que de repente se hace incontrolable, que te come por dentro.

 

Ojalá alguien nos enseñase a reivindicar el hacer algo que nos satisfaga a nosotros y no al maldito sistema capitalista. Ojalá la política empezase a promoverlo y nos permitiese pagar las facturas haciendo algo que nos haga felices. Ojalá nos liberasen de ese peso y de esa presión, de esa idea de éxito que en realidad no existe. Ojalá entendiéramos que el verdadero éxito es la tranquilidad, la libertad y la satisfacción personal.




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