lunes, 8 de febrero de 2021

MUERTOS

 

MUERTOS

AGUSTIN GAJATE

Cementerio de la Recoleta en Buenos Aires, Argentina

La covid-19 parece que está cambiando la percepción sobre la muerte en amplias capas de la poblacón, que creen como dogma de fe argumentarios políticos relativos a la gestión de la pandemia por parte de algunos responsables públicos electos, mientras los de su partido son excelsos líderes, aunque con similares o peores resultados que los criticados.

Para crear y mantener el estado de crispación de sus fieles, los argumentarios se plasman en imágenes y mensajes breves, que se difunden a través de grupos de contactos por acólitos, 'comunity managers', 'influencers', 'youtubers' domiciliados en fríos paraísos fiscales, 'haters' profesionales y aficionados y demás fauna que pulula por redes sociales y por algunos medios de comunicación, que hace tiempo han descartado contrastar cualquier pseudoinformación que ofrecen y que se han decantado por el sensacionalismo y la opinión como forma de fidelizar y ganar audiencia, una fórmula que comienza a ser tendencia en otros medios que hasta ahora trababan de ser más rigurosos y fiables, en consonancia con los principios éticos y deontológicos del periodismo.

 

Pero ni los hechos, ni los datos, ni las estadísticas avalan ideas como que la covid-19 no existe o que, por el contrario, es la principal causa de muerte en España o en el mundo, como tampoco que esa mortalidad se deba a la mala gestión de aquellos dirigentes públicos pertenecientes a los partidos políticos con los que no se simpatiza, a excepción de los negacionistas, ignorantes y los que dan la espalda a la realidad por intereses económicos. Muchos han cometido errores y han titubeado ante la magnitud del reto, pero si no se hubieran adoptado decisiones drásticas en algunos momentos, aunque en ocasiones erráticas, la situación hubiera sido mucho peor y la historia está ahí para recordarlo.

 

Según datos provisionales del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2020 fallecieron en España 501.026 personas, 86.112 más que en 2019 y 73.305 más que en 2018. No he encontrado datos comparativos sobre las causas de la muerte de los fallecidos en estos dos últimos años, pero sí sabemos de qué murieron quienes fallecieron en 2017 y que fueron 424.523 personas, según el último informe publicado sobre 'Patrones de Mortalidad en España' que edita el Ministerio de Sanidad.

 

En ese 2017 murieron de cáncer 109.073 personas y otras 85.143 de enfermedades del corazón. Juntas sumaron el 45,8 del total de fallecimientos. Si a éstos añadimos los producidos por las enfermedades cerebrovasculares (26.937), el porcentaje asciende hasta el 52,1 por ciento del total. Las neumonías y gripes sólo causaron la muerte de 11.397 personas, algo menos que los accidentes no intencionados, cifrados en 11.502 óbitos. Las enfermedades crónicas pulmonares causaron otras 15.486 muertes. Sin embargo, el estudio también atribuye 102.536 fallecimientos al tabaco y ningún político opositor ha echado nunca culpa alguna al respecto a ningún gobierno o dirigente. Ni siquiera a los vendedores de tabaco y mucho menos a las industrias fabricantes y a las distribuidoras. También ese año 24.198 muertes fueron atribuidas al alcohol y tampoco hay culpables políticos o empresariales señalados.

 

¿Pero fue 2020 el año en el que murieron más personas en España? Según las cifras del INE desde 1900, no. En 1918, el año de la denominada 'gripe española, fallecieron 695.758 personas, cifra que bajó en los años siguientes a 482.752 en 1919 y 494.540 en 1920. En 1900 se registraron 536.716 muertes, 517.575 en 1901 y 491.369 en 1905, con la salvedad de que entonces el país tenía muchos menos habitantes, por lo que la tasa de mortalidad de aquellos años duplicaba e incluso triplicaba la actual. Durante la Guerra Civil y los primeros años de posguerra también se incrementaron los fallecimientos: 413.579 en 1936, 472.134 en 1937, 484.940 en 1938, 470.114 en 1939, 424.888 en 1940 y 484.367 en 1941.

 

¿Y en el resto del planeta? ¿De qué muere la gente? Según el último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) correspondiente a 2019, las causas principales de defunción en el mundo, con arreglo al número total de vidas perdidas, se atribuyen a tres grandes grupos: “Las enfermedades cardiovasculares (cardiopatías isquémicas y accidentes cerebrovasculares), las enfermedades respiratorias (enfermedad pulmonar obstructiva crónica e infecciones de las vías respiratorias inferiores) y las afecciones neonatales, que engloban la asfixia y el traumatismo en el nacimiento, la septicemia e infecciones neonatales y las complicaciones del parto prematuro”.

 

Aunque no en todas partes se muere de lo mismo, sino que depende del nivel de vida y de desarrollo. Así las dos principales causas de mortalidad en países con ingresos bajos son enfermedades transmisibles, en ocasiones ligadas a la malnutrición y a sistemas inmunológicos deprimidos, como son las afecciones neonatales y las infecciones de las vías respiratorias inferiores. Las personas que viven en estos países tienen una probabilidad mucho mayor de morir de una enfermedad transmisible que de otro tipo de enfermedad.

 

En cambio, en los países de ingresos medio-altos, las dos principales causas de muerte son la cardiopatía esquémica y el accidente cerebrovascular, pero también han aumentado “notablemente” los fallecimientos por cáncer de pulmón. Además, el cáncer de estómago tiene una gran incidencia en estos países en comparación con los otros grupos de ingresos y sigue siendo el único grupo en que figura esta enfermedad entre las diez causas principales de defunción.

 

¿A dónde quiero llegar? A falta de estudios más exhaustivos y concluyentes, y en base a los datos públicos disponibles a comienzos de febrero de 2021, la muerte por covid-19 en 2020 afectó a 1,8 millones de personas en el mundo y a 50.400 en España. Si extrapolamos estas cifras a las de la OMS de 2019 y del Ministerio de Sanidad de 2017, siempre y cuando se repitieran las mismas pautas de fallecimientos, el coronavirus sería el pasado año la sexta o séptima causa de mortalidad en el mundo y la tercera en España.

 

Pero la situación actual podría haber sido peor, como en 1918 en España, año en el que, bajo el reinado de Alfonso XIII, hubo tres presidentes de gobierno, uno de ellos lo fue además en dos mandatos diferentes: Manuel García Prieto, marqués de Alhucemas. Los otros dos fueron Antonio Maura y Álvaro de Figueroa conde de Romanones. ¿Se imaginan la gestión actual de la pandemia con una inestabilidad institucional tan grande?

 

En toda muerte intervienen múltiples factores y culpar a dirigentes políticos actuales con responsabilidad en las administraciones públicas de ser los causantes de un solo fallecimiento me parece una afirmación tan grave como falsa en el caso de la actual pandemia. Todos somos corresponsables en mayor o menor medida de esas muertes, si en algún momento no hemos seguido las recomendaciones y protocolos higiénicos recomendados por los expertos, aunque éstos también puedan equivocarse.

 

Nadie es perfecto y creer que determinados políticos o personajes mediáticos van a resolver un problema de salud pública como el actual como por arte de magia constituye un grave error. Podemos creer en la ciencia y en la capacidad de nuestros científicos, pero no como una cuestión de fe, sino de esperanza en que la compleja mezcla de inteligencia, conocimiento, constancia, tiempo, paciencia y recursos dé mejores frutos que los rezos o las ceremonias místicas que imploran la intervención divina para resolver los problemas que estamos creando, la mayoría de los cuales ponen en peligro tanto la vida humana como la del resto de especies con las que compartimos una estrecha franja del planeta que denominamos biosfera.

 


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