LOS SIETE RISCOS...20
DUNIA
SÁNCHEZ
Un astro rey dando
alimento a la aldea después de la tormenta otoñal. Una ermita edificada en la
fosa de la muerte. Y todo parece detenerse, y todo parece volver a la
normalidad. Manos como raíces saliendo de esa tumba común con ojos vibrantes en
existencia ¡La vida¡ El cura no puede creer lo que ante sus ojos late ¡La vida
otra vez¡ Una estrella de no sabe donde se evapora en aquella aldea donde,
astros que en su efímero estado atenúan el desorden, el caos y muertos
renacidos de las entrañas de la tierra como si no hubiese pasado nada. Todos volvieron a sus labores desmemoriados
del suceso espantoso. En un mundo aparte el párroco, con su sotana raída estaba
incrédulo. Por sus arterias corría desenfrenadamente la maldición. Las fuerzas
demoniacas se habían apoderado de aquella aldea de los siete riscos, creía. .
Una potencia casi imbatible, pensaba. Miraba la ermita de donde los muertos
habían sido resucitados como si la nada los atemperase, como si el silencio
contundente de su razón los hubiera abrazado. ¡La magia negra a caído sobre
nosotros, sobre ellos¡ Pobres criaturas de Dios, amnésicos en lo ocurrido. La
ermita está ahí a medio construir, sus cimientos no son fuertes y veo como se
derrumba en la vida de estos. El pueblo, mis ciudadanos están ciegos. Yo haré
que regresen a la realidad ¡A la caza¡ ¡A la caza imperdonable¡ Son ellas. Sí,
ellas las que traen la locura, el desbaratar de estas gentes. Me arrodillo ante
ti, Dios. Haré todo lo imperioso posible por acabar con esta tempestad de
hechizos oscuros. Nada comprendo señor mío. Estoy confuso, se desencadena
cierta inestabilidad en mi cabeza y extasiado fervientemente espero tu ayuda.
Socórrame señor ante esta embestida. Dime los pecados de estos ignorantes para
tanto y tanto azotamiento desbocado. En cruz y boca abajo calló en la tierra.
No, no entendía lo ocurrido , neblinas emparedaban sus ojos, sus oídos, su
boca.
LOS SIETE RISCOS...21
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Se hizo una pausa,
un tiempo que se paraba y distanciaba cada suceso transcurrido en el curso de
las almas de esa aldea de las siete mujeres de los siete riscos. Una detener
que hacía que las olas callasen, que hacía que los pajarillos silenciaran, que
hacía que el abad estático visionara lo que no es posible ver, el milagro, que
hacía que el cura absorto y paralizado se introdujera en un ronronear de vacío,
que hizo que todos los aldeanos, todos los lugareños se quedaran quieto
mientras el sol de filigranas incidentes sobre aquella isla no avanzara en el
tiempo. Un tiempo en quietud, con la solemne eternidad de movimientos
eclipsados. Las siete mujeres de los siete riscos en sus respectivas cuevas
lloraban y lloraban mientras el todo era
la nada. Arroyuelos salados desembocando en la calma de aquel jardín sin flores
del pueblo. Diminutos ríos que llevaban el hechizo a todas las gentes de manera
ferviente, viva, alegre. La alegría de la vida repartiéndose en todas las
casas. Luces y sombras vivían juntas en el recorrer de los años. Luces y
sombras amparados en el regazo de un sueño que ahora agazapaba a las siete mujeres
de los siete riscos antes de la partida, de esa huída verdadera ante sus
opresores. Muy vitales para la muerte circulaba por la mente de cada una. Un
aliento lanzado a las mareas, un suspiro…uhm…alcanzando el sosiego, la
tranquilidad de puentes girando en torno a la existencia en vertical. Un
horizonte también lisiado de armonía. Solo un arco iris daba animadas sonrisas
a estas siete mujeres de los siete riscos. Un arco iris cuasi eviterno en ese
otoño involucrado en la lucha. Todos quieren vivir, que la mortandad no sea
ajustada hora de sus singladuras. La respiración atenuada, vendada para todos.
Una descomunal insonoridad inundaba aquella pequeña ciudad de los siete riscos
de las siete mujeres. Y un aliento lanzado
a las mareas, un suspiro…uhm…
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