LOS SIETE RISCOS...17 y 18
DUNIA SÁNCHEZ
Lluvia torrencial
imparable para luego sangrar por la boca, por corazones, por pulmones, por el
alma caída en el abismo. La muerte negra había llegado de manera insospechada,
de manera silenciosa. La muerte negra, la negra muerte reventando cuerpos que
huían a no sabe donde en el eco del mediodía. En su celeridad, en su
devastación impertinente, inesperada fueron olvido de la cacería de la noche
sin luna. Un gemido hosco y cruel emanaba de las gentes de aquel pueblo
asentado entre los siete riscos de las siete mujeres en medio del océano. El
cura miraba fijamente la figura de un Cristo que también sangraba por sus
poros. El terror y la desesperación lo poseyeron de nuevo. No, no alcanzaba el
por qué de toda esta circunstancia materializada en sus cuerpos. Poco a poco la iglesia se fue llenando de
vagabundos de la muerte negra, de la negra muerte. Niños, mujeres, hombres,
todos caían en los precipicios de una fosa común emanando por la boca
imparables hemorragias, imparables de inteligencia rota.
La nada. Toda la aldea enferma un castiga del cielo se les había enviado, un azotar de Dios. El cura, lívido, febril, atónito abrazó los pies de la figura que veía insana, enferma en la decadencia, en la tristeza. “La maldición esta corrompiendo nuestros ciudadanos. Cristo, mi amor ¿qué hemos hecho ahora? No comprendo, no alcanzo a entender esta persecución del mal sobre estos pobres. Todo es rojo, rojo oscuro. Dime, dime algo. Construiremos una ermita allí. Sí, allí, donde los cuerpos de las almas perdidas caen. Solo quejido y más quejido bajo este techo, tu casa. Solo muerte y más muerte en estas tierras sombreadas por el poder oscuro, por el poder de las tinieblas en la destrucción, en la ruptura de la vida. “ Rápido el párroco reaccionó, campanas al galope anunciando el horror, el miedo, la muerte. Ordenó la construcción de una especie de ermita en una zona ajena a la aldea y que llevaran a los poseídos por el diablo allí, a todos indicó que los enterrasen para edificar esa especie de santuario a Dios para el perdón de los pecados.
La nada. Toda la aldea enferma un castiga del cielo se les había enviado, un azotar de Dios. El cura, lívido, febril, atónito abrazó los pies de la figura que veía insana, enferma en la decadencia, en la tristeza. “La maldición esta corrompiendo nuestros ciudadanos. Cristo, mi amor ¿qué hemos hecho ahora? No comprendo, no alcanzo a entender esta persecución del mal sobre estos pobres. Todo es rojo, rojo oscuro. Dime, dime algo. Construiremos una ermita allí. Sí, allí, donde los cuerpos de las almas perdidas caen. Solo quejido y más quejido bajo este techo, tu casa. Solo muerte y más muerte en estas tierras sombreadas por el poder oscuro, por el poder de las tinieblas en la destrucción, en la ruptura de la vida. “ Rápido el párroco reaccionó, campanas al galope anunciando el horror, el miedo, la muerte. Ordenó la construcción de una especie de ermita en una zona ajena a la aldea y que llevaran a los poseídos por el diablo allí, a todos indicó que los enterrasen para edificar esa especie de santuario a Dios para el perdón de los pecados.
LOS SIETE RISCOS...18
18
Deus ad jutorium
meum intende. La lluvia era torrencial a eso del mediodía. El abad desde su
celda concurrió a las campanas dando la orden del rezo, de ese ofrecimiento a
Dios de todos los monjes estuvieran lo que estuvieran haciendo. Era la hora
sexta, hora donde todos con sus quehaceres oraban. El abad de aquel pequeño
monasterio llegadas las noticias de la aldea no muy lejos suplicaba por la
cordura de los que la habitaban y más para el cura que los guiaba en su
comunión con Dios. Se sentía en la pena, baldío, envejecido. Umh, como le
gustaría que todos se enterasen que la naturaleza había enviado la muerte
oscura, esa epidemia que iba gangrenando a cada uno de ellos. El sabía dónde
estaba la cura, quien podría pararla. Respice,quasumus, domine, super hane
familiam tuam. Proqua Dominus noster Jesús Christus non dubatavit manibus tradi
nocentium, et crucis subiré tormentun… Y cómo llegar se preguntaba, como hacer para que aquellas
siete mujeres de los siete riscos fueran
sanadoras de esa población. Esa población ofuscada por la palabra hipócrita,
por la idolatría, por la locura de la religión. En su rezo pedía perdón por ese
estado inconsciente de una aldea dislocada, destartalada. María, madre de gracia. Madre de misericordia
defiéndenos del enemigo en nuestra última hora. Cuando terminó de orar se
arrodilló frente una pequeña ventana de su celda. Desde allí el humo resquebrajaba
sus sentidos. Todos los cenobitas del monasterio lo sabían. Una catástrofe
estaba matando a los aldeanos, a ese pueblo entre los siete riscos de las siete
mujeres. La peste toma acción en su
detrimento, su fallecer, su decadencia, su caída. Una mezcla de cuerpos
quemados y hojas húmedas penetra en su pausada respiración. Umh, se dice para
sí mismo inspirar y espirar hasta que la calma acuchille su estómago.
Meditabundo mira el crucifijo sobre su camastro la luz de la virgen , de los
ángeles rebota por las paredes de su cuarto. Umh, se siente observado por la
salvación, por la idea precisa para erradicar la muerte oscura de esas gentes.
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