(Nota sobre RUMOR HIALINO, de José Rivero
Vivas, obra de teatro en verso,
agosto de 2016)
JOSÉ
RIVERO VIVAS
Seguimos todavía a la espera
de que venga alguien foráneo a decirnos cómo somos. Significa que, suspicaz en
su apariencia, el hombre niega haber oído la absurda explicación del mando
supremo, una vez terminada la operación de limpieza étnica, llevada a cabo bajo
la dirección del resuelto colaborador quien, con su cohorte de ineptos, apunta
conminante a la propietaria de la cueva, donde reposa junto a su corazón, que
la anima y llena de orgullo por cuanta desmesura sufre la población cautiva.
Algo, no obstante, subraya que este individuo se arriesga demasiado en defensa
de un matiz malquisto, que no corresponde a su esencia sentimental, y,
desorientado, se ve abrumado en medio de un banco de datos, utilizado por la
agencia oficial en su misión de relajación y olvido.
Existe, sin embargo, la impresión
de que el tema, aun recóndito, aflora al recuerdo, bien de palabra, en cine, en
radio, en esos artilugios para llevar en el bolsillo y que cada cual porta en
mano como amuleto de infructuosa separación. Esperanzados creen que es válida
su manera de actuar frente al poder, cual si fueran seres extraterrestres,
instalados en el planeta para control legal del abusivo uso de sus bienes.
Claro es que, esta declaración, no tributa verdad ni existe evidencia respecto
del movimiento social que cunde por doquier, a pesar de las conclusiones
científicas acerca de la secuela de la diversas eras. De modo que, nuestra
pasiva actitud continúa en igual pauta a la mostrada por los antiguos
habitantes de estas Islas, de quienes no conocemos sino lo que libremente
quisieron reflejar algunas personas, que al parecer tuvieron contacto con
ellos, aun cuando cabe la duda de si esto es cierto, o solamente supieron
interpretar, en clave subjetiva, lo que contaron aquellos miembros de la
soldadesca que sí tuvieron relación, pese a desconocer cómo se produjo y en qué
condiciones se dio el roce con los naturales que a la sazón se hallaban aquí.
Aparte lo recopilado por los
centros académicos, el criterio observado acerca del complejo acaecer permanece
mayormente afincado a espaldas de la población, como si su naturaleza les fuera
extraña y hubiera que esforzarse en salvaguardar su virginidad acerca del
designio, erigida su nueva estructura en distinto programa de embellecimiento
de fachadas -elemento de soterrada estirpe-, con leves fundamentos de sus edificios,
de bajo coste, lo cual eleva el ditirambo inserto en letras de cantos populares,
dirigidos a un parnaso de obviedad suma, fraguados con escueta certitud y sobria
coloratura. El edil mayor constata ante sí mismo que no es posible prolongar su
gestión teniendo inhabilitado al funcionario de la Corporación, se trate de
simple oficinista, de abnegado limpiador, de oficial de policía o de probo
ciudadano que contribuye a incrementar el peso específico de las arcas del Municipio.
Agobiado encima de calor, en las postrimerías del estío, añora la albura del
invierno, tras copiosa nevada en las altas cumbres, en mitad del cual se alza
el deseo de ir lentamente al término donde celoso conserva su bienestar, merced
al cual asume su papel de ministril, después de ver tantas hojas caídas del
calendario, en cuyo embrujo vierte el pueril temor de una dilatada noche de insomnio.
Todavía hoy, transcurridos los siglos,
observamos que, sobre los sometidos, casi nada nos instruye de su estimación,
su opinión acerca de los sucesos que marcaron su verdadero protagonismo, aunque
su rol les fuera sustraído por los cronistas, para pasarlo a propiedad de las
figuras relevantes de aquellos hechos, de victoria para el de arribada y
luctuosos para los de largo asentamiento, inmersos en profunda tristeza al ver
que su paraíso, con mayor o menor equidad, fútil inconveniencia y seria
desventaja, les fue de aviesa forma arrebatado. Los escribanos, insensibles a
su quiebra, no dejaron huella de que aquella gente tendría también facultad de
pensamiento, y, sobre todo, fervoroso afán y auténtico amor por su tierra,
perdida por la fuerza desatada contra una población reducida por las armas. La
vastedad de esta operación habría de coger hasta límites imprecisos del
firmamento, incluido el espacio exterior, duda espesa de quienes, en rigor
secreto, esperaban hallar relación con aquellos carros de dioses sobrevolando
el Golfo Pérsico, que mente febril de un autor, oriundo del Archipiélago,
estableció en Valle de la Orotava. La solución a este desvelo solivianta el
espíritu del isleño avezado a la meditación y el ensueño, mientras deja,
colgada de su abstracción, la expectativa inconcreta de quien basa su
conocimiento en fría estadística, ajeno por completo a cuanto sucede en ámbito
apartado de ilustración lateral, lo que a Fausto encantó, y hay quien
reivindica su índole como genuina exuberancia de la Tierra.
Así, pues, la cuestión no se centra en acusar
la sociedad ni enjuiciar la puesta en efecto de cuanto acto merece reprobación.
El caso que nos atañe estriba en poner de manifiesto que nadie se preocupó de
dejar por escrito el sentir de aquel pueblo, del que en parte descendemos, y
esta onerosa conciencia nos estigmatiza hasta hoy día; de modo que, pese a
cuanta arrogancia muestre el canario en relación con gente de las Islas, dobla
la cerviz ante el extraño, a quien recibe con amplia sonrisa para premiar su
interés por decirnos quiénes somos y cómo el mundo pondera nuestro gentil y
amable estar en estas rocas. Pero, no vale la pena preocuparse por este
panorama que de través se nos presenta; será otro el culpable, aunque sea en
realidad el mismo, condenado tiempo atrás por presunto enemigo que un día hubo
de caer al abismo que entre todos dispusieron en la senda; él, sin percatarse
del peligro, no tomó precauciones y, durante su brega, se dejó arrastrar por el
velo que lo llevó en volandas al fondo de su sino. Cuando quiso darse cuenta,
se hizo tarde para enmendar el yerro, puesto que el resultado real lo sacó de
dudas después de sacudir su entereza.
Ello subraya que la producción
creativa canaria no alcanza el Cabo de San Vicente ni la Punta de Tarifa,
porque aquellos de allá, ebrios de tanta fidelidad y entrega, continúan pensando
que el espíritu señorial prevalece, y, con notificar de tarde en tarde la
visita del oportuno virrey, estiman sobrado el monto de lisonjas para el
personal. De aquí la gran decepción, el desencanto, la gloria empañada por
cuanto pierde fuerzas la promoción incierta. Alguno resuelve argumentar que la
forma grata del distante agravio se afinca en la raíz de la pervivencia, y con
ella va adherida la faz rutilante de la estrella, que pregona pertenecer a una
galaxia huida del universo de esta podredumbre marginal, con pretensión de
ignominia regenerada, que rauda va en pos de cartel anunciador de feria,
disperso en la espesura del pedregal, en hora sincronizada de apelación ante la
noche, para que suavice su manto toposo y el espectro de vulnerabilidad perfile
el borde de la cesura de aquel verso suelto, sin rima asonante ni medida, en el
escrito que el autor excluido somete a crítica.
Por causa de esta menguada postura,
adquirida durante la infancia, nos cuesta apreciar lo que nace dentro de nosotros
mismos, dicho por nuestros padres, hermanos, hijos; nuestros vecinos y nuestros
compatriotas de las otras Islas. En absoluto ponemos atención a cuánto ellos exponen,
y, anhelantes esperamos a que, el extraño de ultramar, aparezca y se digne
confiarnos su veredicto sobre nosotros, netas criaturas de nuestro fragmentado
entorno. Alguno habrá que, cansado de trillar el mismo tema, agite su mente,
llena de pelusa, y niegue el sosiego aportado por la lectura de cuatro
renglones, elegidos al azar, de una obra desconocida por ser autóctona.
Comprenderá entonces que es preferible salir al campo, al mar, a cualquier
paraje de esta tierra, con tal de cambiar de aires y aliviar la semblanza de
tanto malestar apático, abocado al enaltecimiento y la adoración de quienes
ganan y son por ello valorados como los más avanzados en su quehacer, sin
pensar que tienen en sus manos los instrumentos para rendir a quien nada
importa el daño colateral infligido a la apartada nación.
La juventud, la niñez, la
infancia; el fútbol, los cantos, la parrada; los amantes y sus requiebros,
plenos de prodigiosos poderes, ejercen todos control en el haber de las Islas,
descalificado gratuitamente su numen por carencia de traza que nos conduzca al
conocimiento del canario, pretérito y presente, bien que reaccionemos aquiescentes
a cuanto, los de allende el mar, aseveran que en esencia somos. No es, por
tanto, juicioso rogar al incesante luchador que temple su espíritu y se
mantenga al margen del diario acontecer. Alborotado por cuanto suceso reciente
se propaga en nuevas de medio tecnológico, vuelve a estar desacreditado ante la
consecución inaudita de triunfo, que constriñe al ser inquieto a vivir en plena
dificultad, indiferente a séquito generoso de liberalidad y auxilio. Por
consiguiente, quien vaya en procura de advertencia, piense en lo arriesgado de
su misión, por ser cometido que implica enorme compromiso ante el deterioro
social, traducido en deformación histórica, sin necesidad de decreto oficial ni
de consigna coercitiva del imperio, independiente del grito exacerbado de gente
ofuscada, con la concepción nefasta de la dignidad perdida, por carencia de
premura en mantener la integridad de quien se siente anonadado ante la superior
enseña.
Vendrá con segundas la paz, a
costa de quien sufre por su llaneza, cargado además con la exhortación de buenos
auspicios de quien mora en su torre de marfil, lejos de cueva o de chabola
abandonada, lo que plantea al desvalido la incógnita de a dónde ir, en un lugar
en que todos se conocen y nadie sabe qué hacer más allá. No es esta premisa un
regalo de ilusión ni tiende al entendimiento entre quienes habitan el ámbito
insular, puesto que ni siquiera previene al noctámbulo individuo que, en el supuesto
diamantino de unos magníficos ejemplares formando la pirámide invertida, -enternecido
el globo por el diagnóstico de aquel doctor de método dispar-, trajo a colación
el conocimiento por el que osó suspirar antes de tumbarse en su lecho con
reserva que satisficiera su necesidad de aliento y comprensión. Ello ratifica
que el sistema, aun cuando presuma de innovador, sólo pinta bien para aquellos
que se avienen a profetizar el poder de nunca echar atrás, lema de quienes auguran
la línea dura del procedimiento a seguir en la investigación recurrente acerca
de cuanto pensaron entonces, y, en la actualidad piensa algún originario de estas,
en parte, Islas Afortunadas.
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(Nota sobre RUMOR HIALINO, de José Rivero Vivas, obra de teatro en verso,
(Nota sobre RUMOR HIALINO, de José Rivero Vivas, obra de teatro en verso,
agosto de 2016)
José Rivero Vivas
San Andrés, Tenerife,
agosto de 2016
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