FRAGA, FEIJÓO Y LA GAITA
DAVID TORRES
Existe la creencia
generalizada de que Cataluña y el País Vasco son las comunidades autónomas
donde el independentismo ha calado más a fondo en la sociedad española. En
realidad, el auge de los partidos nacionalistas vascos y catalanes, de derecha
y de izquierda, viene a certificar más bien un fracaso que una victoria, un
diagnóstico en lugar de un alta, una frustración histórica y no una realidad
objetiva. Es obvio que la comunidad autónoma donde el indepentismo ha triunfado
a sus anchas es Galicia, y lo ha hecho con tal autoridad que apenas necesita
más representación política que el PP.
Siempre ha ocurrido
así, al menos desde los tiempos inmemoriales en que Fraga se presentaba de
repente acompañado de cien gaiteros y se merendaba una mariscada él solo. Fraga
era tan independiente que no hablaba ni castellano ni gallego sino un idioma
propio y unipersonal al que los foráneos reaccionaban con alarma y los
lugareños con afecto. No se le entendía un carallo, también es verdad, pero
para el caso daba lo mismo. Los nacionalistas vascos presumen del euskera como
una rareza lingüística que ni siquiera tiene raíces indoeuropeas, sin embargo,
lo que mascullaba Fraga ni siquiera parecía de origen terrestre. Era un
lenguaje primitivo y tribal más enraizado con la gaita que con cualquier otra
cosa. Lo dijo el propio Fraga una de las pocas veces en que se le entendió
todo: “Un gallego al que no le guste la gaita muy gallego no es”.
Este amor elemental
por la gaita es lo que no acaban de comprender los principales candidatos a la
Xunta, ni Luis Villares de En Marea, ni Xoán Bascuas de CxG, ni Ana Pontón del
BNG, ni Leiceaga del PSG. De ahí que las encuestas publicadas en diarios
regionales que dan la mayoría absoluta a Alberto Núñez Feijóo hayan sorprendido
a todos ellos excepto al propio Feijóo, que sabe de sobra que una encuesta
entre gallegos tampoco hay que tomarla muy en serio. Hasta hace poco tiempo
nadie apostaba si Feijóo iba a aceptar la oferta de Amancio Ortega o la de
Mariano Rajoy, pero entre una aventura comercial o una odisea textil no había
color. Hay que elegir siempre lo más arriesgado y pocas empresas más
arriesgadas que una tercera legislatura de Feijóo al frente de la Xunta. No tan
arriesgada para Feijóo como para los gallegos.
De ahí que la
semana pasada, mientras Galicia seguía ardiendo por los cuatro costados, Feijóo
prometiera un parque acuático en Orense. Meter a la población amenazada en una
piscina: eso es una política antiincendios cabal y no dotar a las escuadras de
bomberos de mangueras y doble ración de bocadillos. El discurso electoral de
Feijóo recordaba las mejores páginas de Cunqueiro, de Cela, de Wenceslao
Fernández Flórez y de Torrente Ballester. La promesa emocionó a los orensanos
tanto como una salida al mar: algunos casi se pusieron a levitar al estilo de
Castroforte de Baralla cuando sus habitantes entraban en trance. Si -como
auguran los pronósticos- Feijóo arrasa en las elecciones lo mismo que otro
incendio forestal, quedará demostrado no sólo que Fraga sigue tocando la gaita
desde el más allá sino que se le oye mejor cada día que pasa.
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