ORGULLOSAMENTE
ANTICOLONIALISTAS
MOVIMIENTO
POR LA UNIDAD
DEL PUEBLO CANARIO
El primer asiento del colonialismo en
Canarias tuvo lugar en el año 1402, en el Rubicón, Titeroygacat (ex Lanzarote)
por los esclavistas y genocidas Bethencourt y La Salle, colonialismo que
constituye la convergencia de dos fenómenos que acaecieron el primero a raíz de
las “cruzadas”, por lo tanto en la edad media y, el segundo, en el mal
denominado renacimiento europeo con el capitalismo. La apropiación de lo ajeno
mediante el saqueo y el control de las principales rutas comerciales
constituyen los principales objetivos de la expansión comercial europea.
La primera fase de esta expansión se
inició, desgraciadamente, en Canarias a principios del siglo XV y aún no ha
concluido, desde donde se extendió al continente americano, sin olvidar el
enclave del colonialismo en Sudáfrica y consistió en someter militarmente un
territorio de forma cruel, vil y sanguinaria para expoliarlo económicamente y
esterilizarlo culturalmente, como sucedió en las colonias españolas, mediante
la aculturación, proceso de recepción de otra cultura y de adaptación a ella,
en especial con pérdida de la cultura propia, lo que constituye la principal
herramienta del dominio colonial español, ese es el motivo por el cual
actualmente no se enseña nuestro idioma materno, el wanche, en las escuelas,
institutos y universidades españolas en Canarias y de ahí también la urgencia
de desarrollar nuestra ancestral cultura, incluido nuestro excelente idioma.
No
podemos detallar los sufrimientos infinitos causados por la bestia del
colonialismo y, haciendo un salto histórico muy grande, nos remontamos a
principios del siglo XIX, momento en el que las potencias colonialistas
europeos perdieron el dominio de sus imperios americanos. En efecto, España,
Gran Bretaña y Francia ya habían perdido la casi totalidad de sus posesiones
coloniales por la lucha de liberación llevada a cabo por los anticolonialistas
que condujeron a la emancipación de las poblaciones criollas, en el caso de
España y Gran Bretaña, y de conquista en el caso de Francia. Respecto a
Portugal y su colonia brasileña, ésta se separó pacíficamente en 1821. Las
pérdidas territoriales resultaron inmensas, no así en términos económicos, debido
a que no ha habido un verdadero proceso de descolonización y a que mantuvieron
el dominio de las islas caribeñas (las “islas de azúcar” mencionadas por
Voltaire), las cuales continuaron generando durante décadas inmensas ganancias
a sus metrópolis.
La
segunda fase del colonialismo comienza en el siglo XIX y adopta una forma más
brutal y agresiva, si ello fuera posible, que el colonialismo de la edad media,
fase a la que se denomina, por motivos didácticos, imperialismo, siendo las
intenciones las mismas: someter, saquear y esterilizar territorios y sus
pueblos con la excusa de “civilizar” pueblos que definían “bárbaros” o
“salvajes” como en África, o culturas “decadentes” como en Asia.
El
Reino Unido de la Gran Bretaña inició su expansión imperialista estableciendo
puntos de interés estratégico como los de el Cabo (1814), Singapur (1819), Aden
(1839) y Hong Kong (1842), así como los territorios insulares en el Atlántico
sur o el océano Índico, entre otros enclaves, que les permitieron controlar
territorios en todos los continentes, como la India, Australia y Canadá, además
de las posesiones asiáticas y africanas.
Asia y
África también sufrieron la rapiña imperialista de otros estados europeos, como
el país de la “libertad, igualdad y fraternidad”, Francia, que instauró otro
imperio colonial, comenzado con el sometimiento de Argelia (1830) y continuando con otros países
africanos, Asia y el Pacífico.
Alemania, Bélgica e Italia se unieron al expolio del
colonialismo, ensañándose particularmente con los hermanos pueblos africanos,
que termimaron repartiéndose. No obstante conviene hacer notar que el
sometimiento de los pueblos africanos nunca fue sencillo para el colonialismo,
que sólo consiguió sus viles objetivos con el desarrollo del complejo industrial
militar. Por ejemplo el sometimiento de Canarias que se inició en el años 1402,
como se dijo al principio, no finalizá hasta la claudicación de Chinet (ex
Tenerife), el 26 de julio de 1495, después de un siglo de heroica resistencia
del pueblo wanche.
En el caso de África continental su sometimiento por los
regímenes imperialistas no tuvo lugar hasta que se descubrió el tratamiento de
la malaria por medio de la quinina.
Las rivalidades entre las potencias imperialistas que comenzó a
generar el sometimiento de África, ante el miedo a un conflicto armado entre
saqueadores, indujo al canciller alemán Bismark a convocar en 1884 un encuentro
diplomático sobre África, la Conferencia de Berlín, en la cual se repartieron
el continente africano: Etiopia (Abisinia), Liberia y los estados libres de
Orange y Transvaal fueron los únicos territorios que pudieron escapar a la
voracidad del imperialismo europeo. El Congo, que todos ambicionaban y siguen
ambicionando, se entregó a la monarquía belga, como una propiedad privada (bajo
el invento del colonialismo de Estado Libre del Congo). España y Portugal,
cuyos territorios estaban también en la mira de los británicos, franceses y
alemanes, pudieron mantenerlos e incluso ampliarlos. Sigue siendo el caso de
Canarias, pese a haber rechazado su españolidad la única vez que hemos tenido
ocasión de manifestarla, el glorioso Referéndum celebrado el 12 de marzo de
1986 en contra de incluirnos en la OTAN y cuyos resultados están aún pendientes
de ejecutar, con las falsedades de que en el Estado español triunfó la posición
favorable a la integración, olvidando que esto es un enclave colonial español e
incluso con la torticera argumentación del colonialismo de que algunas islas
votaron a favor, a sabiendas de que Canarias constituyó una única
circunscripción electoral.
La misma suerte corrió Asia. En la segunda mitad del siglo XIX
la India estaba bajo dominio británico. El sudeste asiático fue la siguiente
presa de este insaciable imperialismo europeo. Desde el siglo XVII el
archipiélago indonesio era una posesión holandesa. En el siglo XIX los
diferentes reinos de la península del sudeste asiático fueron sometidos por
Francia bajo el nombre de Indochina.
China fue después de África el caso más vergonzoso del
imperialismo europeo, al representar, dentro de la lógica capitalista, un
potencial comercial de primara magnitud, que todavía mantiene. Británicos y
portugueses comerciaban por los puertos de Hong Kong y Macao (1557). Francia,
Alemania y Rusia también poseían puertos chinos en los que controlaban la
totalidad del comercio, la hacienda y las aduanas, además de derechos
extrajudiciales.
Francia penetró en China desde Indochina, con la cesión del
puerto de Zhangjiang y luego controló las regiones de Yunnan y Guangxi. Por su
parte, Rusia llegó a dominar todo el norte de China, desde Xinjiang hasta
Manchuria. Alemania recibió el puerto de Qingtao y el control de Shandong. Otra
vez más, la porción más grande fue para Gran Bretaña, que logró dominar todo el
centro de China, desde el Tíbet hasta Nanking. Shangai, por su parte, fue
establecida como “puerto libre”, abierta al comercio de todos los países.
Otra variante de este imperialismo europeo decimonónico fueron
Austria (Austria-Hungría a partir de 1867) en los Balcanes y Rusia en el
oriente. Esta última, dueña desde el siglo XVII de Siberia y de la mayor parte
del reino de Polonia-Lituania en el XVIII, se extendió después por el Cáucaso
(1828) para luego hacerse con el control de las regiones de Kajastán (1853) y
de Turquestán (1873) en Asia Central y del territorio alrededor del río Amur en
el Lejano Oriente (1869). De ahí, al finalizar el siglo XIX, se adentró en
Afganistán y llevó sus reivindicaciones territoriales hasta el Tíbet.
Por último citemos el Imperio Otomano (conocido también como Imperio
Turco), un imperio que, paradógicamente, terminó siendo víctima del
imperialismo europeo. En el ocaso de su poderío, este imperio se extendía hasta
Argelia en el sudoeste, Yemen y Kuwait en el sudeste, además de dominar toda la
península de los Balcanes y Hungría, en pleno corazón de Europa. A partir del
final del siglo XVIII el Imperio Otomano entró en decadencia. Luego, diferentes
presiones e intervenciones europeas lo obligaron a otorgar la independencia a
Grecia (1830), después a Rumania (1859), Serbia, Montenegro y Bulgaria (1878)
y, finalmente, Albania (1912). En África renunció a Argelia y Túnez en
beneficio de Francia (1830 y 1881 respectivamente), Egipto (1882) a favor de
Gran Bretaña, Libia en detrimento de Italia (1911), hasta ser finalmente
reducida a la Península de Anatolia, es decir a la Turquía actual (1922).
En conclusión, la bestia del colonialismo sigue tan vigente como
en sus orígenes, reconociendo las Naciones Unidas al menos diecisiete
territorios bajo dominio colonial, entre los que, incomprensiblemente, no ha
incluido todavía al archipiélago canario. Los territorios que estuvieron bajo
regímenes coloniales todavía siguen sufriendo sus desastrosas consecuencias,
tanto económicas como psicológicas, debido fundamentalmente a que la
proclamación de su independencia no llevó aparejado el proceso de
descolonización, de ahí que la descolonicación e independencia siga siendo la
única consigna libertaria en un colonia.
Movimiento por la Unidad
del Pueblo Canario
No hay comentarios:
Publicar un comentario