lunes, 24 de septiembre de 2012

AUTOINMUNIDAD DEL IMPERIO


AUTOINMUNIDAD DEL IMPERIO


Eduardo Sanguinetti


Cuando ponemos en discusión y analizamos las prácticas de un sistema simulador, vetusto y conservador en sus fines, los deprimentes denunciantes rentados del sistema acuden de inmediato a utilizar la palabra “anarquía”, que amedrenta a muchos intelectuales o periodistas y los lleva a renunciar demasiado rápido al análisis y la interpretación de lo que, en efecto, se parece a un estado de caos, demasiado ordenado por el poder, en provecho de sí mismo y sus componentes.

Es indispensable dar lugar a esta instancia y redoblar los análisis acerca de esta apariencia. Debemos utilizar todos los elementos de los que disponemos para que este simulado “caos” sea lo más inteligible posible e intentar desarticularlo con argumentos justificables.

El fin de la “izquierda” legítima dejó un solo campo de acción, en verdad una coalición de Estados que detentan el poder junto con el Imperio del Norte, enfrentados a corporaciones anónimas, no estatales, movimientos armados virtualmente con presunto poder nuclear, que también pueden, sin acciones devenidas en ataques personales, utilizar técnicas mediático-informáticas, dibujando la realidad.

No caben dudas de que los detractores de lo aquí manifestado se remitirán a la existencia del Derecho Internacional (cuyos fundamentos, en mi opinión, pueden ser perfeccionados, revisados, y exigen una completa reestructuración, tanto conceptual como institucional).

Pero tengamos muy en cuenta que este Derecho Internacional no es respetado en ningún lugar. En cuanto una parte no lo respeta, las otras dejan de considerarlo respetable. Estados Unidos e Israel no son las únicas naciones que, desde hace tiempo, se dan todas las libertades que consideran necesarias con respecto a las resoluciones de las Naciones Unidas.

Estos fenómenos ya no tienen como objetivo la conquista o la liberación de un territorio y la fundación de un Estado-nación. Ya no se trata de ocupar un territorio, sino de asegurar un poder tecno-económico o un control político que solo requiere un mínimo de territorio. Si bien el recurso petrolero, por ejemplo, sigue siendo uno de los raros territorios, uno de los últimos lugares terrestres no virtualizables, entonces será suficiente, pues, asegurar el derecho de paso para un oleoducto.

Es indudable que por el momento toda la potencia tecno-industrial de los países hegemónicos depende de esos oleoductos y que, por más compleja y sobredeterminada que sea, la posibilidad de aquello de lo que acabamos de hablar sigue anclada en esos territorios no reemplazables, no desterritorializables; los cuales siguen perteneciendo, en derecho y dentro de la tradición aún sólida del Derecho Internacional, a Estados-naciones soberanos.

No olvidemos que el poder dominante es quien logra imponer, y por consiguiente legitimar, incluso legalizar (pues siempre se trata del derecho), en un escenario nacional o mundial, la dominación a través de la lengua, la religión y una cultura armada para la ocasión.

Es así como, en el transcurso de una larga y atroz historia, los Estados Unidos han conseguido suscitar un consenso intergubernamental en América del Sur para llamar oficialmente “terrorismo” a toda resistencia política, incluso cultural, organizada contra el poder establecido, y por ahí el derecho convocar a una coalición armada contra el susodicho “terrorismo”.

De ese modo, los Estados Unidos pueden aún hoy delegar la responsabilidad en los gobiernos de América del Sur con perfil progresista y accionar neoliberal, y evitar las acusaciones justificadas de intervencionismo violento, que han existido con la ayuda incondicional de políticos de la región, aún en vigencia y en función.




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