sábado, 16 de diciembre de 2023

ATADURAS DE DIAMANTE: UNA HISTORIA SEXUAL DEL NEOLIBERALISMO

 

ATADURAS DE DIAMANTE: UNA HISTORIA SEXUAL

 DEL NEOLIBERALISMO

El individualismo extremista de Milei, inspirado en la turbulenta figura de Ayn Rand, tiene su reflejo en el carácter supremacista masculino de la no-sexualidad del nuevo presidente

JOSÉ MANUEL RUIZ BLAS

Javier Milei en el programa 'La Noche de Mirtha', 3 de

diciembre de 2022. / Ilan Berkenwald (Flickr)

La personalidad de Javier Milei ha desbordado el plano político de las elecciones argentinas, salpicadas por los chismes eróticos del candidato vencedor. Al estrafalario abanico de medidas ecónomicas paleolibertarias propuestas por La Libertad Avanza, la coalición encabezada por Milei, como dolarizar la economía, cerrar el Banco Central, facilitar el acceso a las armas, recortar el gasto en pensiones optando por un sistema pinochetista de capitalización privado o la compraventa de órganos (“puede ser un mercado más”), se han sumado las turbadoras conjeturas sobre su sexualidad.

 

Él mismo ha relatado su notable debut sexual a los 13 años. “Andaba con ganas y me fui a un viejo sauna solo”. Así se lo confesó a Moria Casán en 2018, en el programa de la televisión argentina Incorrectas. Se ha insinuado que es un hombre casto: en casa de Milei no entran mujeres porque, según él, ocupan la cuarta prioridad después de, por este orden, sus perros, la economía y el trabajo. Milei ha declarado también que el sexo tradicional le parece “espantoso”, que ha participado en tríos (en un 90% de las veces junto a dos mujeres) y que es profesor de “sexo tántrico”, una disciplina que le ha valido el apodo de “vaca mala” por la cicatería de sus eyaculaciones: cada tres meses. Sólo ha convivido con su madre y su hermana, Karina Milei, tarotista y jefa de campaña, a la que adjudicará el papel de primera dama cuando se instale en la Casa Rosada.

 

En casa de Milei no entran mujeres porque, según él, ocupan la cuarta prioridad después de sus perros, la economía y el trabajo

 

Sus “hijos de cuatro patas” son los perros clonados de Conan, su mastín inglés, al que conserva disecado y con el que se comunica a través de una médium. Se intuye que su noviazgo, con la bailarina y comediante de balnearios Fátima Flórez, es fingido. Parece que del euforizante eslogan que profiere al amparo de su peluca barroca (“¡Viva la libertad, carajo!”) se han ido cayendo básicos del ideal libertario: Milei ha abandonado su oposición al matrimonio, como “un contrato que encadena”, por una opción partidaria de las relaciones familiares conservadoras; está en contra de la educación sexual en las escuelas; y niega el derecho al aborto de “las pibas”. Incluso una de sus diputadas por Buenos Aires, la maquilladora y cosplayer Lilia Lemoine, ha presentado un proyecto de renuncia a la paternidad: un hombre no tendrá que hacerse cargo de su hijo si no quiere, puesto que “hay mujeres que pinchan condones para quedarse embarazadas sin conocimiento de sus parejas”.

 

Así pues, es tentador indagar sobre el vínculo entre la sexualidad y las ideas que discurren en su cabeza bajo el palio de su bisoñé. Un terreno resbaladizo de fácil incursión en la falacia ad hominem, si no fuera por la propia importancia que los neoliberales dieron a la naturaleza humana para sostener el edificio intelectual de sus postulados. Si la condición humana es la base de su teoría, a su través late de forma tácita la idea-fuerza de que “lo personal es económico”.

 

Aunque Milei se sienta incómodo con un término que le gustaría erradicar, el de “neoliberalismo”, porque según él es una divisoria artificial frente al liberalismo puro, sí designa una época de contornos precisos donde se restauraron los postulados de la economía neoclásica. El término fue acuñado por Alexander Rüstow en 1938, durante una conferencia organizada en París en agosto de ese año, con el fin de galvanizar un liberalismo alicaído en las dos décadas precedentes. Aquello fue el germen que dio alas a Friedrich Hayek para convocar a la Sociedad Mont Pélerin en 1947. Fue en el idílico Hotel du Parc, de estilo belle époque y con vistas al lago Lemán, en la cima misma del monte Pélerin, en Suiza. 36 intelectuales, en su mayoría economistas e historiadores, discutieron sobre la situación y el destino del liberalismo. Alertaron de que los valores de la civilización estaban en peligro (paradójicamente, justo cuando la bota del fascismo había dejado de afligir el suelo del continente europeo). Quizá el simbolismo de la reunión en altura inspirara a Ayn Rand para concebir el refugio de montaña de John Galt en La rebelión de Atlas, desde el que los emprendedores en huelga, escondidos, podían contemplar la hambruna de millones y el colapso de la sociedad, privada de “los motores capitalistas” que la hacen funcionar.

 

El énfasis en la naturaleza humana fue una constante del renacimiento neoliberal. Propensos a hacer fuertes afirmaciones sobre la condición humana, los ordoliberales de Rüstow eran optimistas: su debilidad numérica respecto al comunismo no era desalentadora, puesto que la naturaleza humana estaba, según ellos, de su parte. La “ciencia del hombre” soplaba a su favor, en sus propias palabras. Habían creído encontrar un fundamento científico para su idea. Más que una economía política, les importaba una política de vida (la propia Thatcher no veía en la economía más que un método cuyo “objetivo es cambiar el alma”). Las políticas familiares, e incluso el erotismo, debían estar moldeados por el ideal de lo que significa ser humano. Puesto que es la naturaleza humana lo que soporta y legitima la idea liberal, es pertinente abordar la vida sexual de sus teóricos, economistas, filósofos y pensadores.

 

El individualismo libertario radical de Milei se inspira en el que defendió en sus obras Ayn Rand, una filósofa y novelista rusa, nacionalizada estadounidense, que promulgó un pseudosistema filosófico conocido como “objetivismo”. Egoísmo, individualismo y capitalismo serían la trinidad anticívica de su aparato intelectual, que plasmó en novelas como La rebelión de Atlas o El manantial.

 

Algunos pasajes de la obra narrativa de Rand son una síntesis de sus ideas sobre el amor. Lo malo es que sus lectores los leen como manuales de vida aceptables, sin discriminar la fantasiosa ficción, por donde desfilan los héroes equiparables a Batman o Superman, de una realidad tan chata que en el universo randiano sólo consistía en rascacielos, industrias y ferrocarriles. E ideas: las suyas.

 

En Atlas, una mujer fría y poderosa es dominada sexualmente por un hombre aún más frío y dominante. “La pulsera de diamantes en la muñeca de su brazo desnudo le daba el aspecto más femenino de todos: la apariencia de estar encadenada”. O: “Francisco se detuvo, la miró y le dio una bofetada. Ella sintió (...) un violento placer (...) por el dolor intenso y ardiente en su mejilla y por el sabor de la sangre en la comisura de su boca”. A continuación, ella se ríe y dice que espera que aumente la hinchazón, porque disfruta. O: “Ella sintió sus brazos agarrándola en una respuesta violenta, y supo por primera vez cuánto había deseado que él lo hiciera. (…) Él la abrazó, presionando todo su cuerpo contra el de ella con una insistencia tensa y decidida, su mano moviéndose sobre sus pechos como si estuviera conociendo la intimidad de un propietario con su cuerpo, una intimidad impactante que no necesitaba el consentimiento de ella. Sin autorización. (...) Sabía que el miedo era inútil, que él haría lo que deseara, que la decisión era suya, que no le dejaba nada posible excepto lo que él más deseaba: someterse”.

 

También en Atlas, el primer encuentro sexual entre Dagny Taggart y el heroico Hank Rearden, se describe en términos casi de coacción “como un acto de odio, como el golpe cortante de un látigo rodeando su cuerpo (...) su pecho doblado hacia atrás bajo la presión de él, su boca sobre la de ella”. En su narrativa abundan las heroínas que anhelan sexo violento, y escenas sexuales apenas discernibles de la violación. En El manantial, Roark toma casi siempre por la fuerza a Dominique Francon: “Lo hizo como un acto de desprecio. No como amor, sino como contaminación”. Tras el orgasmo, se marcha sin decir palabra mientras Dominique, por su parte, todavía piensa una semana más tarde en el acto en términos extasiados: “He sido violada... He sido violada por un matón pelirrojo de una cantera de piedra”. En la misma novela, una mujer implora ser abofeteada, y en otra, disfruta hundiendo los dientes en la mano de un hombre, deleitándose con el sabor de la sangre. No es de extrañar que su catálogo de abusos le granjeara a Rand las simpatías de la comunidad BDSM.

 

Muchas de las ideas de Milei provienen sin duda de las del economista nortemaericano Murray Rothbard

 

Muchas de las ideas de Milei provienen sin duda de las del economista nortemaericano Murray Rothbard, el principal teórico del anarcocapitalismo y fundador del Partido Libertario estadounidense. Iconoclasta y controvertido, Rothbard era partidario de la total desaparición del Estado, erigiendo una utopía que reposaba en el derecho natural de cada individuo a disponer de sí mismo y de lo que adquiriera mediante intercambio o don. Libertad y propiedad eran indisolubles.

 

Rothbard era partidario de privatizarlo todo, hasta las calles. Habría que pagar por acceder a ellas, por lo que sus propietarios estarían interesados en garantizar su cuidado. Las funciones de la policía serían reemplazadas por compañías de seguros interesadas en reducir los índices de criminalidad que incluirían sus servicios en la prima. La desaparición de los tribunales, que no satisfacen a nadie, se vería compensada, dentro del mercado, por el arbitraje privado. Según Rothbard, la contaminación del agua y del aire se deben a que no pertenecen a nadie. De lo contrario, sus propietarios velarían por su preservación. Privatizar los mares, como propone Milei, evitaría la extinción de las ballenas. Los problemas medioambientales se resolverían asignando derechos de propiedad. Cualquiera puede atisbar que estamos ante la praxis económica de las mafias. “Si pagas, te dejo pasar por mi calle. Yo te garantizo que nadie te molestará. También que no te rompan el escaparate”.

 

Rothbard entró en contacto brevemente con el círculo de Ayn Rand en 1950. A él le debemos una aguda descripción del mismo, al que caracterizó como un culto religioso que el acólito debía abrazar de forma acrítica. El único requisito para ser miembro y avanzar en él era la absoluta obediencia y adoración a su gurú: Ayn Rand. Los neófitos solían ser jóvenes y tenían prohibidas ciertas lecturas, en un culto de tintes sectarios que exigía el juramento de que Rand llevaba siempre razón. El neófito randiano se unía típicamente al movimiento, atrapado emocionalmente por el Atlas y sugestionado por los conceptos de razón, libertad, individualidad e independencia. Una pareja del círculo se casó en Nueva York jurándose lealtad sobre el Atlas, a manera de Biblia, y leyendo pasajes de este durante la ceremonia.

 

Rothbard narra cómo los miembros engullían la comida sin alegría, como medio de supervivencia. El sexo no debía disfrutarse, sólo era una reafirmación de los valores más elevados. “Muchos matrimonios fueron disueltos por los líderes de la secta, que informaron severamente a la esposa o al marido que sus cónyuges no eran lo suficientemente dignos de Rand”. Sus miembros tenían terror a incurrir en una herejía, y vivían en un estado de miedo y asombro. Defendían el tabaquismo. Fumar era una obligación moral, porque en una frase de Atlas la heroína se refiere a un cigarrillo encendido como símbolo de un fuego en la mente, el fuego de las ideas creativas. Ayn Rand era sencillamente una fumadora compulsiva (dos paquetes diarios) que necesitaba acomodar su adicción a un aparato “racional”. Cuando se le detectó un cáncer de pulmón, la gran defensora de la “razón” puso en tela de juicio la evidencia científica.

 

Ayn Rand, que consideraba la homosexualidad como una inmoralidad, nunca ocultó que los demás le importaban una mierda

 

No se puede decir que Ayn Rand fuera deshonesta en la ficción respecto a la sexualidad que prefería en su vida. Tenía relaciones fuera de su pareja, a menudo con sus discípulos. La esencia de la feminidad para Rand era la sumisión al hombre, preferiblemente al héroe al que entregar su cuerpo y alma. Se casó en 1929 con el actor Frank O’Connor sólo porque su visado expiraba, y le obligó a abandonar su trabajo como actor para llevar un rancho y mantenerla económicamente. Luego se lió con su discípulo Nathaniel Branden, 25 años más joven y casado. Se reunió sencillamente con su marido, O’Connor, y la esposa de Branden, y les expuso la conveniencia de que Nathaniel y ella mantuvieran un romance estructurado: debían verse una tarde y una noche a la semana en su apartamento de Nueva York. Branden salía del dormitorio conyugal de Rand dando amistosamente la mano al marido de esta, como parte del humillante ceremonial. Branden abandonó a Ayn Rand en 1964, cuando ella tenía 59 años, dejándola por la modelo de 24 años, Patrecia Scott. Rand entró en cólera y Branden tuvo que mudarse a Los Ángeles por el temor a ser asesinado por algún miembro del culto randiano. Ayn Rand, que consideraba la homosexualidad como una inmoralidad, nunca ocultó que los demás le importaban una mierda, aunque disfrazando su filosofía bajo el envoltorio de los “valores morales”.

 

Rüstow fue un liberal conservador que disentía del laissez-faire capitalista cuyas teorías inspiraron la economía social de mercado, de raíz cristiana. Quizá por ello supo ver que el proceso de dominación de unas clases sobre otras, de guerreros nómadas sobre el pacífico campesinado, desembocaron en la feudalización de la vida y de los sentimientos. La actitud social sádica de la clase dominante en el poder, ya fuera a través del matrimonio por secuestro o la institución del harén, acabó permeando las relaciones internas dentro de la propia clase, donde la ternura fue segregada del erotismo. El efecto de esto fue la elevación del carácter supremacista masculino de las relaciones amorosas. El ascetismo fue el vehículo de rechazo a una vida erótica degradada, privada de ternura y humanidad. Rüstow intentó demostrar que la degradación de la vida amorosa observada por Freud fue producto de una relación histórica particular entre gobernantes y gobernados.

“Somos superiores moral y productivamente al zurderío de mierda”, ha dicho Milei. Si hemos de fijarnos en la persona, ni Ayn Rand ni epígonos suyos como Milei evocan nada que no sea la traslación de una visión sexual perturbadora a las lógicas de dominación que rigen el mercado. Ayn Rand acabó sus días empobrecida, solicitando los cheques del seguro social y el programa de salud pública. Los mismos que se financiaban con los impuestos arrebatados a los héroes capitalistas por los parásitos de los que terminó siendo parte.

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