viernes, 29 de diciembre de 2023

ESCRIBIR DESPUÉS DE GAZA

 ESCRIBIR DESPUÉS DE GAZA

                                                         JONATHAN MARTÍNEZ

Periodista

Los residentes de los campos de refugiados de Al Nusairat y Al Bureij comienzan a evacuar tras una advertencia israelí sobre el aumento de las operaciones militares en los campos de la franja de Gaza, 26 de diciembre de 2023. EFE

En un breve ensayo fechado en 1949, Theodor Adorno llega a la conclusión de que escribir un poema después de Auschwitz constituye un acto de barbarie. Los juicios de Núremberg eran aún un evento reciente y las imágenes de los campos de exterminio permanecían tan frescas en la memoria que era imposible evadir la mirada sin hacer examen de conciencia. No hay cultura que se sostenga al margen de la historia. De poco sirve el arte ensimismado cuando sabemos que la realidad ha sobrepasado todos los límites de lo concebible, y hasta las frases de preocupación o de denuncia corren el riesgo de convertirse en discursos vacíos.

 

Las palabras de Adorno resonaron en el tiempo, no tanto como un lamento sobre la ineptitud de la creación sino más bien como una fórmula solemne que resumía la gravedad del Holocausto. A partir del Tercer Reich, la historia de Europa se bifurca y echa a rodar por un camino que nadie nunca jamás debería volver a recorrer. Las crónicas de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, nos enseñan que las tecnologías de la muerte sobrepasan los estrechos límites de Treblinka, Majdanek o Sobibor. Tal vez la historiografía oficial haya sido benévola con los Estados Unidos, pero no hay mirada posible sobre el alcance del terror sin mencionar las masacres de Hiroshima y Nagasaki.

 

Tras regresar de su exilio estadounidense, el filósofo Günther Anders visitó las ruinas de Auschwitz y experimentó un escalofrío de pavor y de vergüenza al contemplar las montañas de maletas, los amasijos de gafas, los sombreros, los zapatos, el último residuo de tantas otras vidas que pudieron haber sido también la suya. En algún giro de sus cavilaciones, Anders incubó la convicción de que Auschwitz era algo más que un episodio del pasado, y todo lo que allí sucedió podría repetirse cada día, de modo que "también nosotros seguimos tal vez estando expuestos a la tentación de cooperar en la producción de lo monstruoso, o al peligro de participar en su padecimiento".

 

Anders intuyó con una claridad profética que la industria de la devastación seguiría su curso en el nombre de la paz y del progreso. La escalada nuclear y el derroche de armamento no solo no se detuvieron tras la capitulación nazi sino que pujaron hacia nuevas cimas de desarrollo. De hecho, Anders pudo reafirmar sus peores intuiciones después de haber viajado a Japón para conocer los estragos del Enola Gay y escuchar a los supervivientes. El despliegue atómico estadounidense es paralelo a los experimentos alemanes con uranio, así que Anders ve en Auschwitz una operación melliza de los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki.

 

Cabe preguntarse una vez más si es posible escribir después de Auschwitz e Hiroshima, aunque en realidad la pregunta admite ya nuevos topónimos. Después de Vietnam. Después de Iraq. Después de los Balcanes. Abundan las dudas formuladas a posteriori sobre masacres lejanas cuyos números definitivos conocemos y cuyos culpables engrosan con deshonor o gloria los libros de texto de todas las escuelas. No imaginábamos, quizá, que el avance tecnológico permitiría retransmitir con tanta inmediatez un exterminio. Ya no existe el privilegio de diferir las reflexiones. Internet escupe vídeos de muerte a discreción y el genocidio a escala industrial es cosa de un aquí y de un ahora.

 

No hay forma de saber si escribir un poema después de Gaza constituye un acto de barbarie porque Gaza se desangra día tras día en un presente infinito. Sabemos, eso sí, que cada vez es más incómodo escribir sobre cualquier otro asunto sin que suene banal e intrascedente, palabrería hueca de un lujo vulgar y casi ofensivo. Los idiomas no bastan para explicar las estadísticas y las imágenes fluyen a tanta velocidad que no tenemos tiempo siquiera para honrar con propiedad a cada una de las víctimas. Por si fuera poco, ha cundido un sentimiento general de impotencia, como si cubrir las calles o invocar la diplomacia fueran recursos desesperados, las últimas brazadas de un ahogado.

 

Mientras tanto, nuestros teléfonos arden con un barullo de novedades informativas. Una excavadora abre una fosa en Rafah y transporta paladas de cadáveres envueltos en plástico. Sobre la hierba de un estadio gazatí caminan prisioneros semidesnudos con un aire de desamparo que evoca la degollina del Estadio Nacional de Chile. El ministro de Defensa de Israel proclama que ha extendido sus armas hacia Irán, Yemen, Siria, Líbano e Irak, y prolonga sus amenazas sobre todos aquellos que se atrevan a poner en cuestión su doctrina de campo quemado. Hay cónclaves internacionales que emiten declaraciones estériles y salpicadas de sangre. El contador sigue contando.

 

Ahora es tentador hacer apelaciones al futuro, creer que la historia juzgará con vehemencia a los criminales y a los cómplices de los criminales. Podemos aguardar la sentencia de las nuevas generaciones y mostrarles con todas sus mayúsculas los nombres imperiales de aquellos que han blindado Israel en beneficio de la codicia geopolítica. Sabemos de sobra que solo la esperanza nos sostiene, solo la protesta nos consuela en esta larga narración que no comienza ningún 7 de octubre sino que hunde sus fundamentos en más de siete décadas de limpieza étnica, desplazamientos forzados, detenciones arbitrarias, cárceles inmundas, impunidad y colonialismo.

 

El poeta Refaat Alareer no podrá escribir después de Gaza porque murió el pasado 6 de diciembre aplastado por las mismas bombas de Israel que mataron a otros seis miembros de su familia. Alareer no podrá escribir después de Gaza pero publicó en Gaza y desde Gaza unos versos que ahora suenan más a demanda que a epitafio. "Si tengo que morir, tú tienes que vivir para contar mi historia". Anders tenía razón: ni Auschwitz ni Hiroshima ni Gaza son meros episodios del pasado sino jalones de una aniquilación permanente, un espanto sin fin donde unos matan, otros mueren y otros viven con el deber civil de seguir contándolo.



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