sábado, 30 de diciembre de 2023

AGUINALDO PARA MAROTO

 

AGUINALDO PARA MAROTO

DAVID TORRES

El portavoz del PP en el Senado, Javier Maroto, durante una sesión plenaria en la Cámara Alta. EUROPA PRESS/Gustavo Valiente

Todos los años, siempre que llega el 28 de diciembre, aguardo con impaciencia la clásica inocentada publicada en primera plana: bodas por sorpresa, fichajes de última hora, dimisiones catastróficas; esos titulares inverosímiles que huelen a chamusquina y que finalmente se destapan como una broma. Ocurre, sin embargo, que la realidad cada vez le quita más terreno a la fantasía y ya no hay manera de saber si una noticia será verdad pata negra o una ocurrencia del redactor de turno. Vamos, a mí me dicen en verano que iba a haber gente en Ferraz, noche tras noche, pasando frío y calamidades, incluso rezando el rosario para echar a Pedro Sánchez de la Moncloa, y no sabría si estaban anunciando una película de terror o si Tinder pensaba abrir una sucursal para beatos.

 

El caso es que leí la noticia de que Almeida le había dado un cargo a dedo al marido del senador Javier Maroto, José Manuel Rodríguez Carballo, y pensé si no se les habría ido la mano con la inocentada. Era muy extraño, en primer lugar, porque todos los medios se habían puesto de acuerdo para reírse de la peña al unísono, cuando cada periódico y cada cadena de televisión suele inventarse sus propias paridas. En segundo lugar, por haber elegido el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes, para hacer pública la designación de un puesto que acarrea 90.000 euros anuales. Luego caí en la cuenta de que los madrileños llevamos a la espalda un muñequito llamado Almeida y que sufrimos inocentadas prácticamente cada día del año.

 

Afiliarse al PP es como cultivar tréboles de cuatro hojas en cada maceta de la ventana, como encontrar una herradura en cada esquina, como tener una pata de conejo y restregársela todo el día por la chepa. Lo mismo te toca la lotería varios años seguidos como a Fabra, que te cae una comisión millonaria por un contrato de unas mascarillas como al hermano de Ayuso, que te eligen para un cargo la hostia de bien remunerado como al marido de Maroto. Porque sabemos únicamente que se trata de buena suerte, que si no, pensaríamos otra cosa. En lugar de un partido político tenían que haber fundado el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería de Harry Potter. De hecho, en Génova tenían a Bárcenas de contable, que, más que magia, hacía milagros.

 

A Javier Maroto, la verdad, siempre le pasan cosas muy raras. Salió del armario un poco antes de que Mariano Rajoy saliera del plasma y se convirtió en el gay oficial del PP, un partido que considera la homosexualidad un trastorno mental. Luego se casó con su novio por todo lo alto en una boda que, según algunos de sus más preclaros ideólogos, venía a ser lo mismo que una unión entre peras y manzanas. No es de extrañar que, con esos antecedentes, Ayuso haya hecho de la fruta uno de sus lemas de campaña, aunque por el momento se desconoce, en el matrimonio entre Maroto y Rodríguez Carballo, quién hace de pera y quién de manzana. Poco tiempo después, poniendo en práctica la ancestral costumbre de los vascos de nacer donde les da la gana, Maroto se empadronó en Sotosalbos, provincia de Segovia, una localidad de 113 habitantes a quien de repente les brotó un senador de un bancal como si fuese una remolacha. Ahora le ha caído el aguinaldo a dedo, por pura casualidad. Enhorabuena.

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