MILICIAS, LINCHAMIENTOS Y GAMBAS
"La
escena no deja de dar más vergüenza ajena. Se abalanzan sobre un hombre que
había cogido una caja de gambas. No saben cuál es su circunstancia. No saben
que en España existe la figura del hurto famélico".
ANTONIO
MAESTRE
Imagen de archivo de un carro de la compra | Pixabay
La escena no deja de dar más vergüenza ajena. En un vídeo una serie de hipertrofiados musculados con su correspondiente atrofia cerebral se abalanzan sobre un hombre que había cogido una caja de gambas de una multinacional de la alimentación, lo agreden y lo retienen de manera ilegal porque juzgan que ha cometido un delito. Las redes comienzan a justificar la acción a pesar de que pudiera ser otro hecho. Con la pandemia están aflorando comportamientos de una bajeza moral vasta en ciudadanos normales y corrientes, dando la razón al efecto lucifer de Philip Zimbardo que considera que solo las circunstancias nos separan de convertirnos en el peor de los seres humanos.
La caterva de
linchadores ejerciendo de seguratas se cree con derecho a erigirse en policía y
juez y agredir y retener de manera ilegal a una persona que sale de un
supermercado con un producto en sus manos. No saben cuál es su circunstancia,
no conocen la situación en la que se encuentra el hombre, pero consideran que
es proporcionado tirar al suelo e inmovilizar a un hombre por detentar 5 euros
de una cadena de supermercados internacional como Lidl. Una turba de
indocumentados ha dictado sentencia y considera que ese hombre ha robado. No
sabe que en España existe la figura del hurto famélico, que declara como
eximente cualquier sustracción realizada por una situación de necesidad, no
sabe que una caja de gambas de 5, 10 o 15 euros no supone más que una multa y
que lo único que tendría que hacer es devolverla e irse a su casa andando con
la misma libertad que esos linchadores de cuarta.
El artículo 20.5
del código penal marca las exenciones de responsabilidad criminal por
necesidad. El pasado mes de marzo un hombre salía de una casa ajena con comida,
atún, azúcar, una batidora, un exprimidor y una sandwichera. El acusado fue
puesto en libertad por el juez y se investigaba si el caso se trataba de un
hurto famélico. También habiendo robado pequeños electrodomésticos, que no son
gambas pero que seguro servirían para que la tropa de la caverna adoradora de
Charles Lynch decidiera también agredir y retener al hombre por decidir lo que
es un producto de primera necesidad y lo que no. Porque los pobres solo pueden
comer arroz y harina de almorta.
No significa que
sea fácil probar que se trata de un hurto famélico, porque existen multitud de
servicios de atención en España, comedores sociales, etc... que hacen muy
difícil probar que el hurto de comida era la única salida a preservar un bien
mayor, en este caso la propia vida. Así que es muy probable que el hurto del
Lidl no llegara a considerarse como exento de responsabilidad en el caso de que
las circunstancias del ciudadano lo situaran en una situación precaria. Un juez
de Almería no consideró esta eximente en 2016 en el caso de un ciudadano que
robó una gallina para alimentarse al considerar que el acusado no había agotado
todas las vías posibles para lograr esa ayuda de otra modo. Pero eso lo tiene
que determinar un juez, no una tropa de miserables que se creen con derecho a
ejercer de vigilancia ciudadana a las puertas de un supermercado agrediendo a
quien consideran que ha cometido un delito de tan escasa envergadura.
El hurto famélico,
independientemente de su aplicación jurídica actual, tiene también una
dimensión moral que defendían grandes teólogos de nuestro país al considerar
que quien está necesitado tiene derecho a apropiarse de lo que no es suyo
cuando se encuentra en una situación de extrema necesidad, porque en ese caso los
bienes son de la comunidad: in extrema necessitate omnia sunt communia. Pero
para atender a esa dimensión moral hay que tener un mínimo de compasión y
respeto por la naturaleza humana, algo que le queda muy lejos a la gentuza que
se considera con derecho a privar del respeto a la integridad a quien se lleva
alimentos de un supermercado. Clasistas y amorales con potencial alma de
guardias de campo de concentración.
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