lunes, 13 de abril de 2020

PARTE DE LA BIBLIA FUE ESCRITA POR UNA MUJER HITITA


PARTE DE LA BIBLIA FUE ESCRITA 
POR UNA MUJER HITITA
ANA SHARIFE
Moisés pudo ser traicionado por todos y “asesinado por algún discípulo con la bendición de los mismos que mataron a Ajenatón”, señala una línea de investigación recién traducida del senegalés Sogué Diarisso, que refuerza la idea de que el sacerdote murió martirizado “como ya pensaba en 1922 el biblista y arqueólogo Ed Sellin, quien haría un descubrimiento capital encontrando en el libro del Profeta Oseas (siglo VIII a.C.), las trazas indudables de una tradición según la cual Moisés encontró un final brutal durante una revuelta”.



El recuerdo de Ajenatón, el faraón hereje que lo protegió, quedó borrado y “ocultaron sus orígenes egipcios” por temor, señala en La revolución del faraón Ajenatón y el moisés bíblico (2018). Varios siglos después de aquella expulsión se reescribiría la historia de Egipto en la Torah. Según Roger Sabbah, egiptólogo, arqueólogo y descendiente de una larga línea de rabinos, por sacerdotes egipcios, quienes, frente a la amenaza persa quisieron salvar la fantástica visión del mundo a través de mensajes codificados.

“La búsqueda de consensos con los pueblos que abrazaron la espiritualidad egipcia, aun conservando sus tradiciones, debió llevar a los redactores de la Biblia a injertar sus historias”. Por eso se aprecian diferentes estilos y lenguajes, contradicciones y duplicados.



El mismo historiador Harold Bloom sostiene en El libro de J (1990) que “parte de la Biblia la escribió una mujer”, al menos lo que ahora conocemos como Génesis, Éxodo y Números. “Lo que ella escribe fue censurado, revisado y frecuentemente abrogado o distorsionado por una serie de redactores a lo largo de cinco siglos, culminando con Ezra, o uno de sus seguidores, en la época del regreso del exilio babilonio”. Posiblemente una mujer hitita, quizá Betsabé (sugiere un reseñista del escritor) que retrató a Yahvé con una insólita “libertad e ironía”.

Hoy, un estudiante de Historia del Arte, de Literatura o Filosofía e incluso de Cine estaría perdido si no supiera nada de la Biblia. Sus textos impregnan toda nuestra cultura, y se perdería excelencias literarias como el Libro de Judit, o El Cantar de los cantares, una celebración del amor furtivo de dos amantes.

El escritor senegalés señala que “las corrientes más modernas sobre el estudio de la Biblia, sobre todo las obras de Philip R. Davies, Niels Peter Lemche y el arqueólogo bíblico Israel Finkelstein consideran que todos sus libros, especialmente la historia del Éxodo, la Conquista y los reinados de Saúl, David y Salomón fueron compuestos en un período tardío (entre la conquista asiria y el dominio persa) sobre la base de viejas leyendas alteradas para legitimar las reformas religiosas de la época”.

Por eso, en sus páginas encontramos numerosos relatos sumerio-mesopotámicas, entre ellos el diluvio universal, que procede de la narración acadia en verso del Poema de Gilgamesh, o la elegía babilónica Enûma Elish, que narra el origen de la creación, de enorme influencia en el Génesis. E incluso la leyenda de la infancia de Moisés, tomada de una antigua leyenda sumeria donde Sargón de Acadia (el fundador del Imperio Acadio) sería abandonado en una cesta en el río al nacer (2270 a. C.).

El faraón hereje

“Por favor sácame de estas minas” fue la súplica inscrita en alfabeto semita por un esclavo que imploraba ayuda al Dios hebreo. Hallada en una pared de una excavación arqueológica en Sarabit al-Jadim (Sinaí egipcio) donde en la antigüedad se extraía turquesa, su lamento nos sacuden desde el fondo del tiempo.

Tanto Messod y Roger Sabbah como Sigmund Freud coincidieron en señalar que los caracteres hebreos procedían de una adaptación de los jeroglíficos a las escrituras fenicias, y que el pueblo hebreo tiene su primer núcleo en estos hombres, los primeros adeptos de un joven faraón que vendría a revolucionar la religiosidad de su tiempo: Ajenaton (1353-1336 a. C.), un soberano que cuestionaría la cosmogonía ancestral de Egipto y consagraría su fe a un solo Dios, Atón, un ser supremo que se relacionaba con la existencia de forma tierna y bondadosa.

El nuevo faraón pone a un destacado y rebelde sacerdote, Osarsif Marmusé, al mando de los Nueve Arcos (pueblos tradicionalmente hostiles a Egipto), quien llama a los hicsos establecidos en Canaán (actual Israel y Palestina) con quienes levanta un poderoso ejército. Egipcios, hicsos, hititas y habirus, entre otros, empiezan a disfrutar de los mismos derechos bajo la protección de Ajenatón. Todo el pueblo tiene acceso a la muerte osiriana, una fusión con la luz divina anteriormente reservada para la élite. Tanto el cronista romano Manetón (siglo III a.C.), como el egiptólogo Jean-Charles Coovi Gómez señalan a Osarsif como el verdadero Moisés, quien tomará su nombre más adelante.


 “Princesas, mujeres y esclavas extranjeras elegidas por su belleza se instalan en Ajet-Aton, la nueva capital del imperio. El cortejo de sirvientas que las acompañan aumenta la población femenina”. La ciudad se convierte en pocos años “en un auténtico paraíso, un jardín de Edén, poblada con las mujeres más bellas del mundo”, cuenta Messod y Roger Sabbah en Los secretos del Éxodos (2000).

El faraón organizaría todo para atraer a la élite egipcia a su ciudad, a la que sería la primera religión monoteísta de la historia, y distribuye equitativamente joyas y bienes materiales entre sus habitantes. “El papel de la mujer es cada vez más importante en la sociedad y se asiste a una primera voluntad de igualdad de género”, señala Juan-Claude Berk en La aventura amarniana de Akenatón (1975).

En África: la unión de Jesús y Mahoma (2018) Diarisso recuerda que, según el cronista romano, “Osarsif terminaría siendo destituido por el clero de Tebas”, sacerdotes que despreciaban a los pueblos de los Nueve Arcos, a quienes Moisés y su faraón habían protegido, muchos de ellos sufridos esclavos, canteros y constructores de pirámides que hasta entonces vivían confinados en los trabajos de excavaciones, sin siquiera poder fundirse con la luz divina al morir.

En conexión, las contemporáneas Cartas de Amarna, correspondencia diplomática grabada en tablillas de arcilla, describen bandas asaltantes de habirus atacando territorios egipcios. Roger Sabbah señalaría en Los secretos de la Biblia (2004) que el faraón es asesinado y su gente expulsada de Egipto. La ciudad fue repentinamente vaciada tras la muerte del faraón y Osarsif (Moisés) y sus hombres forzados a abandonar Egipto, perdiendo el imperio parte de su élite depositaria de las tradiciones, del saber y de los misterios.

Dios: un personaje literario

El investigador senegalés recuerda que historiadores como Tidiane Ndiaye y Yaïr Zakovich hablan de Moisés y el Éxodo como ficción literaria basada en la historia real de los ancestros de los hebreos, especialmente los que siguieron al escriba Beya. Este ayudaría a la viuda del faraón Seti II (1204-1198) y nieto de Ramsés II a que su hijo heredara el trono, pero tras la oposición del general Sethnajt y el desencadenante de una guerra civil, Beya huye con su gente a Etiopía (hechos registrados en los anales egipcios), convirtiéndose “los falashas en los negros errantes del pueblo judío”.

La explicación a toda esta “situación marginal dentro de la Biblia”, prosigue, “hay que buscarla “en la persistencia de la persecución de los sacerdotes egipcios en Egipto, Babilonia, Canaan, etc., y la voluntad de distanciarse de ellos. Perseguidos por todo el contorno de la cuenca mediterránea se van diseminando en las profundidades de África y un poco en Asia, dejando a otros pueblos apropiarse de su historia y reescribirla a su antojo”. Verán todas sus hipóstasis suprimidas “y ni el Sol quedará rezagado”.

De esta dispersión de sacerdotes egipcios nacerían el resto de profetas: en el siglo VI a.C. se sitúan todos los movimientos religiosos destacados. Buda, un sacerdote egipcio expulsado por Menfis (525 a.C.), Confucio en China, Zoroastro en Irán. Y la adoración a Dios sería la adoración a un personaje literario adulterado por sacerdotes revisionistas y escribas culturales a lo largo de los siglos.

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