YO VOTO POR CAYETANA
MARINA LOBO
Manual
para sobrevivir al voto por correo
Primera
instrucción: no desesperen. Les habla una persona que en los últimos cuatro
años ha votado por correo cuatro veces. No digo que lo haya superado con éxito
pero, al menos, no me ha dejado secuelas visibles.
Veamos. Lo primero
es solicitar el voto. Por cierto, sólo el 10% de las personas que vive en el
extranjero solicita el voto por correo. Una vez te llega la notificación, ya
puedes ir a votar. Compruebo que llevo el DNI, no vaya a ser que me pase como
la otra vez y tenga que volver a casa, pienso mientras me dirijo a la puerta.
Me despido de mi perro. “Ahora vuelvo”, le digo como si me entendiera.
Salgo a la calle.
Me pongo música para el camino. ¿Qué música es idónea para este momento?
¿Coldplay? Siempre he defendido con convicción que hay que votar aunque no
comulgues 100% con ninguna de las opciones políticas, aunque los partidos te
parezcan monigotes ajados a los que ya nadie mira. Soy de las que piensan que,
a día de hoy, nuestro voto es de las pocas herramientas que tenemos para
participar de la democracia, estemos más o menos de acuerdo con el estado de la
misma. Pero tengo que confesar aquí, de hombros encogidos y ligeramente
desubicada todavía, que, por primera vez en mi vida, estas semanas me ha
rondado por la cabeza la idea de no ir a votar.
Antes de que me
critiquen, y habiendo sido yo una de esas personas que pone el grito en el
cielo cada vez que alguien expresa su intención de no ir al colegio electoral y
a pesar también de ser responsable (lo reconozco) de convencer a amigos y
familiares indecisos aunque para ello tuviera que emplear horas en sacar toda
la retórica que he podido acumular en estos 27 años, dejen que me explique. No
era enfado lo que sentía, que es lo que yo siempre creí que llevaba a la gente
a abstenerse. Era apatía, hastío, saturación emocional. Como cuando te pasas la
tarde viendo chicos en Tinder pero no te gusta ninguno y te inunda la certeza
de que morirás sola rodeada de gatos o peor: siendo Rosa Díez. Era agotamiento,
era indiferencia. E impotencia en muchos sentidos. Sentía envidia cuando mis
amigos discutían sobre a quién iban a votar. Yo, que siempre he sido de las
primeras en entrar a esas tertulias familiares de Whatsapp que no llevan a
ninguna parte y que acaban con tu tía abandonando el grupo, no tenía pensado
rebatir nada. Me fascina la política, la comprendo, sé que tiene sus tramas,
sus tiempos. Soy periodista, creo en los movimientos sociales, me gusta dar la
batalla. Y he estado semanas pensando en no solicitar el voto. Ni siquiera
estoy convencida en este momento, mientras me dirijo a Correos.
Tarde, ya estoy
aquí. Segunda instrucción. Hay bastante gente. Todos para lo mismo, claro. Hay
algo de ritual en esto del voto por correo. Cuando estamos allí todos parecemos
concentrados y serios. Como si nos diera vergüenza que alguien nos viera
felices o entusiasmados por votar. Una vez has aceptado que estás allí, todo se
relaja. Sonrisas resignadas, suspiros ante formularios interminables, bolis que
pasan de mano en mano, preguntas vacilantes a la persona que tienes al lado
sobre qué tienes que escribir en aquella celda o dónde debes meter ese sobre
que va dentro de ese otro sobre que tienes que entregar junto al sobre mayor.
Por otra parte, también se genera una especie de recelo improvisado, una serie
de intercambios de miradas rápidas con las personas que tienes alrededor, unos
segundos en los que calibras a qué partido votan los individuos que te rodean.
El del traje que habla por los airpods mientras mete el voto en el sobre, a
Ciudadanos; la chica del pelo caoba y el maletín con portátil… quizás al PSOE;
el de tirantes y bandera de España, a Vox. Seguro que a Vox. Es divertido hacer
conjeturas.
Va avanzando la
fila. Tercera instrucción: asegúrate de que tienes todo preparado. Por si
acaso, siempre tendrás a un dependiente de Correos que gritará cada dos
minutos: “¡Remitente en el sobre y DNI en la mano!”. Vamos, ya queda sólo uno
para que llegue mi turno. “Pero si no has escrito el remitente en el sobre”,
escucho indignado al hombre de Correos mientras riñe al chico cual profesor de
inglés.
Vaya por Dios.
Siempre pasa lo mismo. Mientras me hago a la idea de que voy a tardar unos
minutos más en salir de allí de lo que imaginaba, la respuesta del chico que no
ha escrito el remitente rompe mi paz interior:
–¿Qué es eso del
remitente?
Madre mía.
El dependiente de
Correos, que ya de por sí no estaba muy feliz, tarda unos minutos en responder
tras superar –espero– el shock inicial de la pregunta. Me mandan pasar a otro
mostrador mientras arreglan esa barrera cultural infranqueable y entrego todo.
El empleado que me atiende es de León (como yo). Se da cuenta cuando recoge mi
sobre: “¡Hombre, de León!”, grita. No sé a qué viene tanta sorpresa. Hay mucha
gente de mi ciudad en Madrid. León lleva años desangrándose a nivel
poblacional. Pierde miles de habitantes cada año y los negocios no dejan de
cerrar. “Yo también voto allí”. –continúa el hombre– “Voto al PREPAL”.
Me sonrío. El PREPAL
es el Partido Regionalista Leonés, que rechaza Castilla y León y propugna el
‘País Leonés’ (León, Zamora y Salamanca) dentro de España. La inesperada
confesión del hombre en voz alta llama la atención de sus compañeros, hasta ese
momento absortos en su trabajo mecanizado de garantizar nuestro voto. El hombre
me entrega un resguardo y, mientras me voy, le escucho contestando a las
preguntas de sus compañeros, que han oído el comentario, sobre ese tal partido
regionalista y la curiosidad sobre León y ese regionalismo desconocido para la
mayoría les invade. Qué ansión (que se dice nostalgia en leonés).
Bueno, pues ya
está. He cumplido como ciudadana. Durante el camino de vuelta, pienso en el
chico que no sabía lo que era el remitente mientras entro en Instagram. Veo las
fotos del cumpleaños de Dulceida. Todas las influencers juntas en un hotel de
lujo vestidas de personajes Disney con el hashtag: #dulce30. Pongo la misma
cara que con el chico que no sabía lo que era el remitente: qué pereza.
Ya en casa, me
llega una alerta al móvil sobre Rocío Monasterio: otra obra ilegal salpica a la
diputada de Vox. Al pinchar en el enlace me recomienda que complete mi lectura
con una entrevista a Cayetana Álvarez de Toledo.
Habla de “defender
a los demócratas abandonados” y llama “profanar tumbas” a la exhumación de un
dictador que rompió miles de familias y abrió las heridas más profundas de
nuestra historia reciente. Cuarta instrucción: si tienen dudas sobre si ir o no
a votar, lean una entrevista a Cayetana. Cómo me alegro de haber votado.
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