viernes, 29 de noviembre de 2019

EL VALOR DE LAS PALABRAS


EL VALOR DE LAS PALABRAS

VICENTE LLORCA (2004)
Esta semana se estrenó, dentro del Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, La Caja, el primer largometraje del canario Juan Carlos Falcón, inspirado en la novela Nos dejaron el muerto de Víctor Ramírez, a quien le debemos muchas de las mejores páginas de la literatura canaria contemporánea.
Hombre comprometido con su tiempo, Víctor Ramírez, ha retratado como pocos nuestro universo insular. En su discurso de ingreso a la Academia Canaria de la Lengua, que tituló Palabras libertarias para una conciencia canaria universalista, decía: «La conciencia se forma casi exclusivamente con palabras. Únicamente en la palabra radica la posibilidad de una transformación de nuestras conciencias». Antes ya había escrito: «En política las discrepancias son puro formalismo teatral y los encontronazos son por codicia y soberbia, jamás por afanes justicieros». Palabras y teatro. ¿Será que la vida, o decimos la política actual, es puro teatro, como cantaba La Lupe?
Esta semana en Coalición Canaria recuperaron el término «godo» para descalificar al candidato socialista a la presidencia del Gobierno regional, Juan Fernando López Aguilar, canario de nacimiento pero ensolerado políticamente en los madriles, y a un gobierno, el central, que ha dejado al canario fuera de la gestión y uso del supercomputador que estará operativo en unos meses en el Instituto Astrofísico de Canarias (IAC) de La Palma. Estos días, también, el presidente del Cabildo de Gran Canaria y del PP canario, José Manuel Soria, calificó como «trato colonial» su desalojo de la presidencia de la Asociación Mixta de Compensación del Polígono Industrial de Arinaga, en cumplimiento de una sentencia que da este cargo al representante de la Sociedad de Explotación y Promoción del Suelo (Sepes), perteneciente al Ministerio de la Vivienda.
De repente, vuelven a sonar viejos palabros, de profundo calado apenas se les quiera dar un pizco de trascendencia y que no son para bromas, que, además, fueron muy escuchados en tiempos no tan lejanos pero sí mucho más convulsos en estas Islas.
Según esto, toca decirles a los responsables públicos que tenga a bien tener muy presente el valor de la palabras, porque a poco que no lo consideren o lo intenten desvirtuar, a éstas las puede cargar el diablo. ¡Qué con ellas casi exclusivamente se forma la conciencia!
Saber administrar el lenguaje y, sobre todo, no usarlo con ligereza y doble sentido, ese tan usual en el Parlamento de Canarias, como se ha demostrado esta semana donde se ha regateado a la moratoria y se ha reescrito el caso eólico, es también un deber de los políticos, que han de velar, sobre todo, por la sana y democrática convivencia.
Sin embargo, tanto les puede el ánimo de ocupar el escenario que no dudan en sublimar los conflictos por la vía de la virulencia verbal, dando pábulo a la sentencia de que la política ha dejado de ser el arte de gobernar para convertirse en el de agraviar y denostar. Que no olviden que la política es más que chiste, difamación e intriga; y por supuesto, ha de ser mucho más que una permanente campaña electoral.

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