sábado, 30 de noviembre de 2019

VILLAREJO Y LA NOSTALGIA DEL LODO


VILLAREJO Y LA NOSTALGIA DEL LODO
DAVID FELIPE ARRANZ
La Audiencia Nacional levanta las alfombras y enseña el feísmo nacional: había una vez un comisario jubilado que cobraba por espiar a líderes políticos y empresariales. Presuntamente. Había una vez unas cloacas el Estado imputadas por el juez Manuel García-Castellón por delitos de cohecho y revelación de secretos. Presuntamente. Había una vez un circo que alegraba siempre el corazón… de las cuentas de las compañías de Villarejo. Naturalmente.



La culpa –dicen los imputados– es de los jefes de seguridad, esos señores que practican la seguridad como ética y la ética como seguridad, y que valen más por lo que callan que por lo que cuentan: lo que llamamos un “puerta”, pero a lo grande, el preciosismo de todas las puertas giratorias, por las que entran y salen los señores del poder con un exagente de la Policía Nacional como botones y generosas propinas, en el trullo y sin fianza desde 2017. La cloaca del poder es de novísimo pinchazo telefónico: alguien guarda las grabaciones y luego los telediarios y las emisoras de radio hacen audiencia poniéndolos por capítulos. Y así van desfilando las Corinnas, De la Rosa, Ignacio González y demás, como en un serial a lo Sálvame, pero sin las calvas de los Matamoros y con gorra plana y rural. Porque en la Operación Tándem esta ronda o carrusel de Arthur Schnitzler a la española nos plantea una reflexión, casi literaria, sobre la danza de la trastienda: a alguien se le ha ocurrido subir el telón cuando el reparto estaba ya desvistiéndose entre bambalinas. “Esto no ayuda a la reputación del sector”, ha dicho el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, que ahora anda preocupado por la llamada banca en la sombra. Como si la banca, después del coste de 65.725 millones de euros –el 82,7% de fondos públicos– del rescate, gozase de la misma reputación que Fray Escoba –San Martín de Porres, es decir–.


Incriminados en la causa se niegan a declarar por ese esteticismo propio de consejero delegado, de traje-chaqueta y coche con chófer: es la ventaja del macrosumario, del macrogrupo y la macroempresa, donde todo se ralentiza y algunos acusados se cosen los labios con hilo de oro para no cantar la Traviata ante su señoría. Todo muy macro, como en un relato épico con una facturación de más de once millones de euros a lo largo de trece años por las empresas del villarejiano Grupo Cenyt (Club Exclusivo de Negocios y Transacciones: más claro… agua de la fuente). La España del poder trasiega las operaciones ilegales como un tabernero y se viste sus galas excelsas para comprarle un peluche a la nieta en el rastrillo navideño en concepto de donación: alivio de culpas y absolución a peccatis tuis. La ética –como las energías y los espionajes– es renovable en la España de hoy. Y luego quieren hacer el gran relato cosmopolita y paneuropeo del I+D+i, debate ausente en las campañas de los candidatísimos, en un país que ha pasado del chamizo y la cañada a la burbuja del ladrillo. Tomen nota: España gasta el 1,2% del PIB en I+D+i, según Eurostat, y ejecuta menos de la mitad, a decir de un informe de la Fundación Cotec.

Constructoras, eléctricas, bancos, cajas y fondos de accionistas. Como si el Madrid de las economías horteras fuese Wall Street y Michael Douglas se bajase en Azca, fumándose un puro, con sus tirantes sujetándole los pantalones y con un par de jais de la Moraleja cogidas del brazo. A los que sueñan aún con la España del pelotazo y viven gracias a ella les ha llegado la renovación generacional, de la mano de una élite de jóvenes que, afortunadamente, se encuentra ajena al cohecho, al blanqueo de capitales y a toda la novela picaresca. De aquel geometrismo “rascacielense” de los reyes Midas de la Castellana ya solo queda el pequeño Nicolás pegándole puñetazos a un camarero de la calle Orense, el “barrio chino” de las antiguas finanzas. A una parte del personal de los mercados financieros españoles, que enmascaró su cutrez de gris Boggi Milano y Brook Brothers, se le fue la olla. Porque el euro, a su llegada al ruedo ibérico, también tuvo su cuota de tremendismo delincuencial. Pronto todo ello será pura nostalgia del lodo.

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