EL REY Y LA CORISTA
Ellas no ponen
el foco en la amante. No hablan de ella, no les importa, hablan de lo que los
compañeros de tertulia callan
El príncipe y la corista (1957) / Laurence Olivier
–Es
un sinvergüenza.
–Y
un caradura. ¿Pues no se pasea por ahí, de regata?
–Anda,
que… A buenas horas lo cuentan.
–Claro,
porque lo han tapado todos.
–Y
el dinero, no te olvides del dinero, que lo pagábamos todos.
Señoras mayores indignadas. Las de la generación que se hizo juancarlista de la noche a la mañana. Las que no se perdían una boda de las hijas, del hijo. Las del mensaje de Nochebuena. A pesar del intento desesperado de los medios de toda la vida por achicar la vía de agua convertida en ola gigante, esas mujeres se quejan. Se sienten engañadas. Ahora tienen la seguridad de que durante décadas vivieron una ficción, una farsa, una película firmada por todos los que hicieron, permitieron, callaron, pagaron y ocultaron una comedia bárbara. Algunas no pueden dejar de pensar en que esas vidas lejanas, despojadas de lujo y oropel, se parece demasiado a lo que ellas mismas vivieron en un país machista, patriarcal, que las anuló durante vidas enteras. Las malcasadas, las abandonadas, las que se partieron los cuernos que les ponían trabajando para sacar adelante a sus hijas. La rabia les sube los colores a la cara. Están indignadas.
Y
eso que era un secreto a voces, más después del escándalo del elefante y de
Corinna Larsen. Algunas recuerdan las mofas con aquel spot publicitario
que narraba la escapada de un VIP que huye de sus propios escoltas en un coche
muy potente para encontrarse con una chica muy guapa.
–Y
todas dijimos: ¡anda, como el rey!
Corría
el año 2000 y el rey no era emérito sino solo campechano.
24
años después, hemos pasado de reír las gracias a los ayes y lamentos áulicos
recorriendo platós, redacciones, estudios de radio. Y todo por culpa de
Bárbara, qué buen nombre. El bellezón de los setenta y ochenta, de quien todos
sabíamos que el nombre artístico venía con segundas y quizá se lo puso Adolfo
Suárez, muñidor del affaire. Ella es la más famosa de la larga lista de
mujeres del don Juan. Juanito.
“Era
el hombre más deseado y más guapo de todas las monarquías europeas. Las mujeres
se le tiraban encima, ¿qué iba a hacer?”, dijo, orgulloso, un octogenario
periodista de los monárquicos de toda la vida. Se le caía la baba de cortesano
pringando el suelo pegajoso de la opinión lamebotas. Años después –da igual
cuántos porque han sido décadas de propaganda– en una tertulia televisiva de
esas que pasan por progres, se aposenta un jovenzuelo con apellido de ministro
franquista, para insistir en que “no hay que poner el foco en el rey, sino en
esa mujer”. Otros tantos siguen la consigna como si aún estuviéramos en los
dosmiles, o en los noventa del siglo pasado para defender al “pobre hombre” que
“sufre injustamente con lo que ha hecho por España”, sorprendidos de su
“inocencia” por “decir esas cosas a una… señora como esa…”.
Las
voces masculinas escupen las palabras “señora”, “esa” o “mujer” con segundas.
Ya sabemos todas lo que les ronda el pensamiento: ese insulto. El de siempre.
Lo reconocemos. Tras el insulto está la rabia, la impotencia. O la consigna.
¡Rápido, a las bombas! ¡Que el barco se hunde! ¿Será el Bribón? Como Bárbara,
el nombre de su equipo de vela y de los barcos en los que compite desde 1972,
lleva un spoiler dentro.
–Es
que han sacado las fotos.
–Pues
ya verás si también tienen los vídeos que dicen.
–¿Pero
tú has oído las grabaciones? Eso es lo peor. Las cosas que dice ese hombre, por
Dios…
Sale
un expresidente anciano junto a otro anciano vicepresidente que dicen que son
socialistas. “Rumorología”, “Yo pensé que este era un programa
serio”, “¡Ni puta idea!” gritan. Esa palabra. De nuevo. Nada, nada… Todo
es salseo, materia rosa. Cosas de mujeres que son cotillas, si lo dice hasta el
papa –al fin y al cabo, hombre, aunque lleve faldas–. Los hombres no hablan de
esas cosas. Lo suyo con cosas serias: la guerra o, por ejemplo, los negocios,
porque todos hacen negocios. El coronado hasta lo grita a su amante, ¡TODOS! en
los audios emanados de un pseudodiario con conexiones poceras, que huele a
sudores policiales. La cloaca máxima.
.
–¿Y
Armada? ¿Qué calló Armada?
–¿Qué
pasa con la ley franquista de secretos oficiales?
–¿Por
qué sale ahora?
–Ya
no hace daño, ya está colocado el otro.
No
importan los dineros públicos en maletas, ni el matonismo del CNI ni el
chantaje. El seductor Mañara ahora es abu en Abu Dabi, monta una sociedad
financiera para gestionar los millones misteriosos, los que dejaron los saudíes
y está lo del AVE a la Meca. También la falsa esplendidez del viejo tacaño que
quiere escaquearse de Hacienda y pone a nombre de otra amante los dineros
ocultos.
–Quería
casarse con ella, dicen.
–¿Con
Bárbara?
–Nooo…
Con Corinna.
Y,
sobre todo, debajo del manto de armiño levantado por los audios infames, queda
el hombre vulgar, bronco, cobarde, inculto y soez que siempre fue, al que
disfrazaban de campechano para disimularle la estupidez. La incapaz
aristocracia española siempre se parecerá a la de La escopeta nacional,
pero sin la brillantez de su caricatura. Por cierto, en la película de Berlanga
pueden ver a Bárbara Rey en una jugada maestra de la ficción sobre la
realidad.
Ellas
hablan. A las amigas, hijas, nietas, nueras. En la cola del teatro, en la
peluquería, en la manicura, paseando o sentadas en la butaca mientras esperan a
que empiece la película. No hay voces de hombres. Allí no están ellos, los
maridos, los padres, los hijos. Aquí sí pueden.
–Pues
yo le dejo plantado. No sé por qué ha aguantado tanto.
–Anda,
esta… Con lo bien que se vive de reina. ¿No ves que desde que echaron a la
familia no tenía dónde ir?
La
salsa se espesa: las otras versus la “santa”. Esa que comparte la
fortuna del marido en régimen de gananciales, aunque nada se sabe de las
capitulaciones matrimoniales firmadas por la pareja en 1962. La consorte
consentidora manteniendo con dineros españoles a la familia exiliada por
golpista, porque no se hicieron, como aquí, demócratas de toda la vida. Aquellos
griegos habían sido germanos de filias nazis, nada menos.
–Es
que todo viene de largo…También está lo de la hija, no te olvides.
Caso
Iñaki. Los nietos tarambanas y las blacks. Escándalos grandes, pequeños,
medianos, según decide la prensa afín siempre en manos de hombres, muchos
hombres, solo hombres tapando las vergüenzas al rey desnudo mientras las
tertulianas de todos los colores le cortan un traje. Ellas no ponen el foco en
la amante. No hablan de ella, no les importa, hablan de lo que los compañeros
de tertulia callan. Del uso y abuso de dinero público, de amenazas a las
amantes por parte de espías al servicio del Estado. De miedo, de acoso. Los
hombres se revuelven, incómodos. Algunos son los mismos que siguen insultando a
Nevenka y defendiendo a su acosador. Casualidades.
¿Y
cuándo preguntará el CIS a la ciudadanía? Quizá averigüemos qué se piensa sobre
la monarquía y no solo sobre el odio a los migrantes pobres. Diez años llevamos sin la pregunta
de marras. ¿Por qué será?
La
señora indignada cambia de canal.
–¿Qué
película ponen en la tele?
–El
príncipe y la corista (Olivier, 1957).
–Muy
bonita. Y qué guapa era Marilín…
Las
abuelas exjuancarlistas llaman así a la Monroe.
–También
podemos ver La favorita (Lanthimos, 2018).
–¿La
de los Oscar? Esa es en la que quien tiene amantes es la reina, ¿no? Las
actrices, buenísimas. Y oye, por una vez, nos cuentan la historia al revés.
La
Historia al derecho y al revés, porque los reyes bárbaros siempre han sido
peliculeros, como Enrique VIII, el perejil de todas las salsas audiovisuales
cuando hay que hablar de intríngulis de alcoba real, cisma y amantes-esposas
decapitadas. Pero ahora son las reinas y princesas las que están de moda:
Sissi, Maria Antonieta, Lady Di… Las pantallas exhiben sus miserias de mujeres
mercadeadas, malcasadas, insatisfechas, atrapadas, abusadas. También en España,
donde está pendiente de estreno la serie sobre otra cornuda real: Ena (2024) cuyo
creador es Javier Olivares (El Ministerio del Tiempo) sobre Victoria
Eugenia y su marido Alfonso, el rey pornógrafo y corrupto. Exiliados, vivieron
separados y en países distintos. ¿Como los eméritos? Parece que la ficción
española se acerca cada vez más en el tiempo a la posibilidad de contar las
cuitas de los reyes y reinas contemporáneas… Pero no
tanto.
Porque
contar barbaridades antiguas no molesta a nadie. Al revés, nos regodeamos en
esas penas de alto copete, aliñadas de valses, corpiños y miriñaques. Nos
gustan no solo por todo eso, que también, sino porque vemos desfilar ante
nosotros las miserias del poder que en su día nadie contó. No sabíamos, no
conocíamos, porque las señoras no tenemos poder; nunca fue nuestro. El poder es
de los hombres que siguen diciendo bien alto que las cosas bárbaras son de
machos, de hombres muy hombres. Pero su rabia y su violencia verbal revelan que
algo ha cambiado. Ahora temen dejar de ser los reyes, los amos impunes,
inviolables como ese al que tanto defienden. Porque mañana, España, puede que
no sea republicana, pero será una señora indignada.
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