miércoles, 16 de octubre de 2024

EL REY Y LA CORISTA

 

EL REY Y LA CORISTA

Ellas no ponen el foco en la amante. No hablan de ella, no les importa, hablan de lo que los compañeros de tertulia callan

 

El príncipe y la corista (1957) / Laurence Olivier

–Es un sinvergüenza. 

–Y un caradura. ¿Pues no se pasea por ahí, de regata?

–Anda, que… A buenas horas lo cuentan.

–Claro, porque lo han tapado todos.   

–Y el dinero, no te olvides del dinero, que lo pagábamos todos. 

Señoras mayores indignadas. Las de la generación que se hizo juancarlista de la noche a la mañana. Las que no se perdían una boda de las hijas, del hijo. Las del mensaje de Nochebuena. A pesar del intento desesperado de los medios de toda la vida por achicar la vía de agua convertida en ola gigante, esas mujeres se quejan. Se sienten engañadas. Ahora tienen la seguridad de que durante décadas vivieron una ficción, una farsa, una película firmada por todos los que hicieron, permitieron, callaron, pagaron y ocultaron una comedia bárbara. Algunas no pueden dejar de pensar en que esas vidas lejanas, despojadas de lujo y oropel, se parece demasiado a lo que ellas mismas vivieron en un país machista, patriarcal, que las anuló durante vidas enteras. Las malcasadas, las abandonadas, las que se partieron los cuernos que les ponían trabajando para sacar adelante a sus hijas. La rabia les sube los colores a la cara. Están indignadas. 

  

Y eso que era un secreto a voces, más después del escándalo del elefante y de Corinna Larsen. Algunas recuerdan las mofas con aquel spot publicitario que narraba la escapada de un VIP que huye de sus propios escoltas en un coche muy potente para encontrarse con una chica muy guapa. 

–Y todas dijimos: ¡anda, como el rey! 

Corría el año 2000 y el rey no era emérito sino solo campechano. 

24 años después, hemos pasado de reír las gracias a los ayes y lamentos áulicos recorriendo platós, redacciones, estudios de radio.  Y todo por culpa de Bárbara, qué buen nombre. El bellezón de los setenta y ochenta, de quien todos sabíamos que el nombre artístico venía con segundas y quizá se lo puso Adolfo Suárez, muñidor del affaire. Ella es la más famosa de la larga lista de mujeres del don Juan. Juanito.

“Era el hombre más deseado y más guapo de todas las monarquías europeas. Las mujeres se le tiraban encima, ¿qué iba a hacer?”, dijo, orgulloso, un octogenario periodista de los monárquicos de toda la vida. Se le caía la baba de cortesano pringando el suelo pegajoso de la opinión lamebotas. Años después –da igual cuántos porque han sido décadas de propaganda– en una tertulia televisiva de esas que pasan por progres, se aposenta un jovenzuelo con apellido de ministro franquista, para insistir en que “no hay que poner el foco en el rey, sino en esa mujer”. Otros tantos siguen la consigna como si aún estuviéramos en los dosmiles, o en los noventa del siglo pasado para defender al “pobre hombre” que “sufre injustamente con lo que ha hecho por España”, sorprendidos de su “inocencia” por “decir esas cosas a una… señora como esa…”.

Las voces masculinas escupen las palabras “señora”, “esa” o “mujer” con segundas. Ya sabemos todas lo que les ronda el pensamiento: ese insulto. El de siempre. Lo reconocemos. Tras el insulto está la rabia, la impotencia. O la consigna. ¡Rápido, a las bombas! ¡Que el barco se hunde! ¿Será el Bribón? Como Bárbara, el nombre de su equipo de vela y de los barcos en los que compite desde 1972, lleva un spoiler dentro.

 

–Es que han sacado las fotos.  

–Pues ya verás si también tienen los vídeos que dicen. 

–¿Pero tú has oído las grabaciones? Eso es lo peor. Las cosas que dice ese hombre, por Dios…

Sale un expresidente anciano junto a otro anciano vicepresidente que dicen que son socialistas. “Rumorología”, “Yo pensé que este era un programa serio”, “¡Ni puta idea!” gritan. Esa palabra. De nuevo. Nada, nada… Todo es salseo, materia rosa. Cosas de mujeres que son cotillas, si lo dice hasta el papa –al fin y al cabo, hombre, aunque lleve faldas–. Los hombres no hablan de esas cosas. Lo suyo con cosas serias: la guerra o, por ejemplo, los negocios, porque todos hacen negocios. El coronado hasta lo grita a su amante, ¡TODOS! en los audios emanados de un pseudodiario con conexiones poceras, que huele a sudores policiales. La cloaca máxima. 

.

–¿Y Armada? ¿Qué calló Armada? 

–¿Qué pasa con la ley franquista de secretos oficiales? 

–¿Por qué sale ahora? 

–Ya no hace daño, ya está colocado el otro. 

No importan los dineros públicos en maletas, ni el matonismo del CNI ni el chantaje. El seductor Mañara ahora es abu en Abu Dabi, monta una sociedad financiera para gestionar los millones misteriosos, los que dejaron los saudíes y está lo del AVE a la Meca. También la falsa esplendidez del viejo tacaño que quiere escaquearse de Hacienda y pone a nombre de otra amante los dineros ocultos. 

–Quería casarse con ella, dicen. 

–¿Con Bárbara? 

–Nooo… Con Corinna. 

Y, sobre todo, debajo del manto de armiño levantado por los audios infames, queda el hombre vulgar, bronco, cobarde, inculto y soez que siempre fue, al que disfrazaban de campechano para disimularle la estupidez. La incapaz aristocracia española siempre se parecerá a la de La escopeta nacional, pero sin la brillantez de su caricatura. Por cierto, en la película de Berlanga pueden ver a Bárbara Rey en una jugada maestra de la ficción sobre la realidad. 

Ellas hablan. A las amigas, hijas, nietas, nueras. En la cola del teatro, en la peluquería, en la manicura, paseando o sentadas en la butaca mientras esperan a que empiece la película. No hay voces de hombres. Allí no están ellos, los maridos, los padres, los hijos. Aquí sí pueden.

–Pues yo le dejo plantado. No sé por qué ha aguantado tanto. 

–Anda, esta… Con lo bien que se vive de reina. ¿No ves que desde que echaron a la familia no tenía dónde ir?

La salsa se espesa: las otras versus la “santa”. Esa que comparte la fortuna del marido en régimen de gananciales, aunque nada se sabe de las capitulaciones matrimoniales firmadas por la pareja en 1962.  La consorte consentidora manteniendo con dineros españoles a la familia exiliada por golpista, porque no se hicieron, como aquí, demócratas de toda la vida. Aquellos griegos habían sido germanos de filias nazis, nada menos. 

–Es que todo viene de largo…También está lo de la hija, no te olvides. 

Caso Iñaki. Los nietos tarambanas y las blacks. Escándalos grandes, pequeños, medianos, según decide la prensa afín siempre en manos de hombres, muchos hombres, solo hombres tapando las vergüenzas al rey desnudo mientras las tertulianas de todos los colores le cortan un traje. Ellas no ponen el foco en la amante. No hablan de ella, no les importa, hablan de lo que los compañeros de tertulia callan. Del uso y abuso de dinero público, de amenazas a las amantes por parte de espías al servicio del Estado. De miedo, de acoso. Los hombres se revuelven, incómodos. Algunos son los mismos que siguen insultando a Nevenka y defendiendo a su acosador. Casualidades. 

¿Y cuándo preguntará el CIS a la ciudadanía? Quizá averigüemos qué se piensa sobre la monarquía y no solo sobre el odio a los migrantes pobres. Diez años llevamos sin la pregunta de marras. ¿Por qué será?

La señora indignada cambia de canal.

–¿Qué película ponen en la tele? 

El príncipe y la corista (Olivier, 1957).

–Muy bonita. Y qué guapa era Marilín…

Las abuelas exjuancarlistas llaman así a la Monroe.  

–También podemos ver La favorita (Lanthimos, 2018).

–¿La de los Oscar? Esa es en la que quien tiene amantes es la reina, ¿no? Las actrices, buenísimas. Y oye, por una vez, nos cuentan la historia al revés.

La Historia al derecho y al revés, porque los reyes bárbaros siempre han sido peliculeros, como Enrique VIII, el perejil de todas las salsas audiovisuales cuando hay que hablar de intríngulis de alcoba real, cisma y amantes-esposas decapitadas. Pero ahora son las reinas y princesas las que están de moda: Sissi, Maria Antonieta, Lady Di… Las pantallas exhiben sus miserias de mujeres mercadeadas, malcasadas, insatisfechas, atrapadas, abusadas. También en España, donde está pendiente de estreno la serie sobre otra cornuda real: Ena (2024) cuyo creador es Javier Olivares (El Ministerio del Tiempo) sobre Victoria Eugenia y su marido Alfonso, el rey pornógrafo y corrupto. Exiliados, vivieron separados y en países distintos. ¿Como los eméritos? Parece que la ficción española se acerca cada vez más en el tiempo a la posibilidad de contar las cuitas de los reyes y reinas contemporáneas… Pero no tanto.       

Porque contar barbaridades antiguas no molesta a nadie. Al revés, nos regodeamos en esas penas de alto copete, aliñadas de valses, corpiños y miriñaques. Nos gustan no solo por todo eso, que también, sino porque vemos desfilar ante nosotros las miserias del poder que en su día nadie contó. No sabíamos, no conocíamos, porque las señoras no tenemos poder; nunca fue nuestro. El poder es de los hombres que siguen diciendo bien alto que las cosas bárbaras son de machos, de hombres muy hombres. Pero su rabia y su violencia verbal revelan que algo ha cambiado. Ahora temen dejar de ser los reyes, los amos impunes, inviolables como ese al que tanto defienden. Porque mañana, España, puede que no sea republicana, pero será una señora indignada.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario