viernes, 25 de octubre de 2024

CAER DE LA SILLA

 

CAER DE LA SILLA

DIARIO RED

Ycayó. No fue a causa de su desempeño político, ni porque el periodismo hiciera su trabajo, ni gracias a sus compañeros de partido, ni lo causaron tampoco sus enemigos fuera de él: si alguien tumbó a Íñigo fue el feminismo. Las feministas.

El fuego lo prendió una denuncia anónima en la cuenta de una periodista, que, ésta sí, lleva años haciendo su trabajo, que es también su militancia, y su activismo, a pesar de un altísimo coste profesional y personal. Una denuncia que hablaba abiertamente de violencia sexual. En pocas horas, la situación escaló hasta convertirse en una baraúnda que saltó de las redes sociales a los medios de comunicación, y la dimisión se hizo inevitable.

Pero hay maneras y maneras de abordar lo que está sucediendo. Desde el periodismo honesto que queremos hacer aquí, no hay otro enfoque posible que la escucha a las víctimas, la responsabilidad y el evitar caer en sensacionalismos muy poco constructivos que revictimicen a quienes sufren o sufrieron esa violencia sexual. 

Ante las graves acusaciones sobre violencia sexual que caen sobre Íñigo Errejón, lo primero y fundamental es acompañar a las víctimas

Porque esa es la primera de las cinco ideas que convendría subrayar hoy, el día después: ante las graves acusaciones sobre violencia sexual que caen sobre Íñigo Errejón, lo primero y fundamental es acompañar a las víctimas. A las que deciden hablar y a las que no. A las que deciden denunciar y a las que prefieren no hacerlo. Conjugar el “yo sí te creo” y hacerlo carne no es sencillo, bien lo saben todas aquellas que lo han intentado antes y lo han pagado con escarnios, insultos, amenazas, silencios, castigos políticos, silenciamiento a la interna, vetos a plena luz y taquígrafos. La prioridad, siempre, deben ser ellas.

La segunda idea es, probablemente, la más incómoda. Porque en toda agresión confluyen tres elementos: un agresor, una víctima, y un entorno que decide ser encubridor… o no. Y en política, la omertà, el “pacto entre caballeros”, el silencio “por el bien del partido” era una norma transversal. Hasta que llegó el feminismo y las feministas, claro. No es cierto eso que repiten hoy muchos analistas de que la violencia de género no entiende de ideologías: hay agresores sexuales y machistas en todos los partidos, organizaciones, movimientos sociales, sí. Pero hay ideologías y militancias que niegan y desprecian a las víctimas y las hay que tienen el valor de sacar adelante una ley pionera en protegerlas y en hablar de consentimiento. Y hay también quienes prefieren que esto del feminismo “no se pase de frenada”, se les vaya demasiado lejos, moleste a sus amigos de 40 o 50 años o manche sus carrera ministerial. En ese grupo, por cierto, se encontraba Sumar.

El comunicado del ya exportavoz de Sumar es todo un ejercicio de irresponsabilidad: la culpa no era suya, sino del patriarcado, del neoliberalismo, de la presión mediática, del chachachá

La tercera idea, centrándonos en los hombres que dicen ser feministas, o que militan con feministas, o que asumen las teorías y los marcos que las feministas han puesto sobre la mesa —y hasta los defienden con vehemencia como hacía Errejón—, es más bien un imperativo: haceros cargo. Asumid vuestra parte. Aportad, o apartad; se acabó el tiempo de las excusas. El comunicado del ya exportavoz de Sumar es todo un ejercicio de irresponsabilidad: la culpa no era suya, sino del patriarcado, del neoliberalismo, de la presión mediática, del chachachá. Otros muchos compañeros le exculpaban en redes, algunos tirando de la manida presunción de inocencia y otros lamentando la salida por la puerta de atrás de una mente brillante. Como si las mentes brillantes no violasen. Como si persona y personaje, autor y obra, pudieran separarse en un entorno como es la política, que se basa y se construye a través de las relaciones entre personas y que, se supone, aspira a transformarlas. 

La cuarta idea nos hace mirar, como siempre, al periodismo. Anoche, Esther Palomera decía en TVE que esto era “un secreto a voces”. Miles de tweets hablaban de aquel clamor y rescataban viejas historias y testimonios de otras mujeres que en su día ya plantearon que esta violencia existía. Si eso era así, ¿dónde estaba entonces el periodismo responsable y feminista? ¿Quién protegió ciertos silencios a cambio de otros? ¿Hasta dónde llega la omertá? ¿Cuántos más, cuánto más? 

Esta catarsis es el momento ideal para que oportunistas de todo pelaje aparezcan a dar lecciones entre el “yo lo sabía”, el “calienta que sales” o la más profunda antipolítica

Y por último, una quinta idea: de quienes nunca han estado del lado del feminismo, lecciones, ni una. Ni una. Porque esta catarsis es el momento ideal para que oportunistas de todo pelaje aparezcan a dar lecciones entre el “yo lo sabía”, el “calienta que sales” o la más profunda antipolítica. Derecha, ultraderecha, Ramón Espinar o Lucía Etxebarría lapidan con placer sin aportar nada, absolutamente nada constructivo, porque el ruido de las piedras cubre también sus vergüenzas. Lo mismo ocurre con quienes blandieron un feminismo brillante y luminoso en la teoría, en la academia, en los ensayos, los libros y los actos multitudinarios, pero fueron incapaces de acuerparlo y de protegerlo con uñas y dientes cuando hubo que bajarlo al barro político ante la mayor ofensiva machista de la democracia española, que fue la ofensiva contra el consentimiento sexual. Ahora se dan golpes en el pecho, repiten eslóganes solidarios, se apartan de lo que tizna. De aquellas y aquellos, tampoco, lecciones, ni una. 

Ahora toca escuchar, reparar, pelear por contar con espacios seguros físicos y tangibles y no solo virtuales —como los Centros de Crisis que creó la ley Solo Sí es Sí— y pensar, interna y externamente, cómo evitar que vuelva a pasar, que siga pasando, qué hay que hacer y deshacer para que la impunidad y la vergüenza cambien por fin de bando.

Pero no nos olvidemos de lo fundamental: el feminismo organizado contra la violencia sexual lo cambia todo. Todo. Está tirando de la silla al poderosísimo presidente de la federación española de fútbol, a multimillonarios puteros, reyes, empresarios, agresores a izquierda y derecha. Ha expuesto el lawfare de la derecha judicial española, ha expuesto en su crudeza la omertá en el deporte, el cine, la cultura, las redacciones; y ahora está agitando la silla de los señores —y señoras— de 40 y 50 años a los que molestaba el feminismo pero que pueden gobernar gracias a él. 

Porque el feminismo valiente ya lo advirtió hace mucho: la violencia sexual va, sobre todo, de poder. En casa, en el partido, en la empresa o en el escaño. Y disputar ese poder, tirarles de la silla, cambiar su orden de género violento y patriarcal sobre el que sustentan tantos privilegios, es disputarlo todo. Seguimos.

 

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