DEFENDER LA PAZ ENTRE TAMBORES DE GUERRA
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Alberto Ortega / Europa Press /
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Los avances rusos en Ucrania abren la puerta a que los actores europeos del
consenso belicista acepten que no habrá “victoria ucraniana” y que será necesario
sentarse a negociar con Rusia
En los albores de la invasión rusa de Ucrania, la narrativa belicista se consolidó como el sentido común de época en el seno de las sociedades europeas. Medios de comunicación, gobiernos y partidos políticos ensalzaban no solo la bravura e inteligencia estratégica del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, sino también la necesidad de que Europa se volcase contra Rusia en aquel escenario del Este continental.
Sin duda,
el inicial fracaso de la avanzada rusa avivó los ánimos del eje otanista en
la región. Durante un tiempo, Estados Unidos y los Estados europeos habían
presionado a Moscú política y militarmente utilizando a Ucrania para su
particular juego contra el gobierno de Vladímir Putin. Iniciada la incursión en
febrero de 2022, a inicios del mes de abril el Ejército ruso ya se había
retirado de Kiev y Zhitómir, iniciándose así una guerra de desgaste de larga
duración que habría de tener en el sur y en el este de Ucrania los principales
escenarios de la contienda.
La
resistencia ucraniana impidió la toma de Kiev, la capital, y exacerbó la
excitación belicista de amplios sectores de la política europea, deseosos de mandar a morir al frente a jóvenes ucranianos —cuando no a
los jóvenes de sus propios países—. Finalmente, el consenso de guerra en Europa
no fue tan lejos, sino que se “limitó” a financiar a Ucrania para posibilitar
su esfuerzo de guerra y a armar a su ejército para combatir con los rusos en la
larga guerra. Durante todo 2022 y 2023, el objetivo irrenunciable era lograr
éxitos en el campo de batalla: que Rusia se retirase por completo o, al menos,
que retrocediera notablemente.
No sentarse a negociar con
Rusia no solo sumiría a Ucrania en la destrucción de su territorio y su
economía, sino que condenaría al pueblo ucraniano a la muerte de su juventud
Durante
aquellos dos años, algunos sectores de la izquierda europea (ciertamente, no
todos) condenaron la estrategia europea; no sentarse a negociar con Rusia en
2022 unos términos justos para el fin de la guerra no solo sumiría a Ucrania en
la destrucción de su territorio, su infraestructura y su economía, sino que
condenaría al pueblo ucraniano a la muerte de su juventud. Es más, el esfuerzo
de guerra del Ejército ucraniano y el necesario apoyo financiero y
armamentístico de Europa y Estados Unidos no lograría hacer retroceder a Moscú
a punto tal que contentase a la OTAN: no había “lado bueno” en la decisión de
impulsar una guerra.
El
diagnóstico de aquella izquierda era correcto, pero no logró imponerse. Por contra, la narrativa imperante fue la de que Rusia pretendía conquistar
toda Ucrania para, a posteriori, seguir avanzando en Europa —pese a
que el gobierno de Vladímir Putin no tenía capacidades para sostener una
conquista más allá del Dniéper y, además, no había mostrado nunca voluntad de
profundizar en el continente—. La militarización de Europa y la negativa a
sentarse con los rusos fue, en efecto, una máxima de la que era difícil
desligarse… bajo riesgo de marginalización política.
El
devenir actual de la guerra, no obstante, parece abrir la puerta a que los
actores europeos, finalmente, reconsideren su mirada respecto a Ucrania. Salvo
participación activa de tropas de la OTAN, es difícil imaginar una “victoria”
ucraniana en los términos planteados por Volodímir Zelenski. Rusia sigue
desgastando a las fuerzas ucranianas y minando la moral de su sociedad, lleva
meses logrando victorias clave en Donetsk y
ha repelido con relativo éxito la aventura del Ejército ucraniano en Kursk.
Hoy, si
bien tímidamente, algunos medios y dirigentes europeos empiezan a esbozar unas
prioridades más “realistas”. En el escenario actual, con Rusia avanzando en los
frentes, es difícil lograr que Moscú se siente a negociar, pues cuenta con
un momentum favorable; no obstante, según estas “nuevas”
perspectivas, la idea central del apoyo a Ucrania ya no es pretender una
retirada rusa, ni siquiera un retroceso, sino lograr una ralentización de sus
avances o, en el mejor de los casos, un estancamiento, que permita a Occidente
ofrecer términos lógicos para una negociación con Rusia.
Los casi tres años de guerra
financiada, auspiciada y apoyada por Europa y Estados Unidos han traído
únicamente la destrucción física y moral de Ucrania y consecuencias
devastadoras para el sistema energético europeo
Con Corea
del Norte aparentemente volcada del lado ruso en la contienda y con unos
Estados Unidos y Europa que tienen cada vez menos clara la posibilidad de una
victoria ucraniana, escenarios interesantes se han abierto. La guerra
nunca tuvo sentido desde la perspectiva europea. Bajo la
lupa de un análisis honesto de las capacidades y las intenciones de Moscú tras
la invasión de Ucrania, el único escenario aceptable habría sido propiciar una
negociación rápida que concediese al gobierno de Vladímir Putin algunas de sus
condiciones en Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia. Asuntos como el de la
neutralidad de Kiev habrían tenido que ponerse sobre la mesa.
Los casi
tres años de guerra financiada, auspiciada y apoyada por Europa y Estados
Unidos han traído únicamente la destrucción física y moral de Ucrania y
consecuencias devastadoras para el sistema energético europeo. ¿Para qué?
Probablemente, para alcanzar un punto tal de ventaja rusa que obligue a
Occidente a negociar con Rusia en unos términos quizá más favorables para Moscú
de los que existían en 2022. En Ucrania, esta ha sido la “utilidad” del consenso belicista.
Aquella
izquierda tenía razón: una guerra de larga duración no tenía sentido
estratégico; la negociación era posible y, de
hecho, necesaria; y Ucrania terminaría destrozada. Recientemente, desde algunas
posiciones que tocaban los tambores de guerra intensamente se empieza a poner
en duda la eficacia de condenar al pueblo ucraniano a la muerte. Cuando las
condiciones para la negociación vuelvan a ser óptimas, será conveniente no
volver a escuchar a aquellos que en 2022 ondearon banderas de una guerra cuyas
trincheras no iban a ocupar ni ellos, ni sus hijos, ni sus nietos.
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