BIPARTIJUECES
Alberto Ortega /
Europa Press
La tarea de nombrar innovaciones judiciales se complica cuando, en un país que presume de imparcialidad judicial, los magistrados del PP libran una encarnizada batalla pública e impudorosa contra los leguleyos del PSOE
Cuéntase
que hubo un tiempo, en Macondo, en que las gentes fueron olvidando el nombre de
las cosas. Lo solucionaron con etiquetas pegadas a objetos y animales sin darle
mayor importancia. El terror llegó cuando fueron conscientes de que algún día
también olvidarían los valores de la letra escrita.
El terror contemporáneo que a mí me aflige es antónimo al macondiano. No se me olvida el nombre de las cosas, pero crecen tantas cosas nuevas a mi alrededor que ya no sé cómo nombrarlas. Me pasa mucho con esos animalillos oscuros, caprichosos, aparentemente irracionales, de canto altivo, impredecibles y zoológicamente inclasificables llamados jueces.
Nuestros
bravos togados ya nos obligaron a adoptar lawfare como animal
semántico de compañía. Hasta hace pocos meses no se nos permitía usar el
anglicismo, y en los medios y hasta en el parlamento era considerada palabra
maldita. Al que la pronunciaba se le acusaba de herejía patriótica y era
expulsado de las tertulias de Ferreras o mal mirado por la presidenta del
Congreso, que yo no sé qué será peor. Quien susurraba lawfare estaba
insinuando que no vivimos una democracia plena en España, y eso es casi
terrorismo.
Hay que
reconocer, en todo caso, que algo de razón tenían nuestros censores. Perseguir
a rojos, catalanes y ladrones de gallinas es afición inmemorial de nuestros
jueces. Tan saludable oficio inquisidor era practicado mucho antes de la
llegada de ningún neologismo inglés. Cuando nuestros jueces de la pasada década
perseguían arbitrariamente a Podemos (rojos), catalanes (1-O) y manifestantes
(ladrones de gallinas), no estaban haciendo nada que no se hiciera desde
siempre. No había motivo para llamarlo lawfare, como si nuestros
togados adoptaran una costumbre anglomoderna. Se llama tradición y viene de muy
lejos en la historia de nuestra judicatura.
Ya
nuestros poetas del siglo de oro se burlaban y quejaban de sus jueces en el
mismo tono en que lo harían hoy.
El día en que por fin los
sabios nos permitieron pronunciar la palabra lawfare sin que nadie
nos mirara mal y sin que Ferreras ni Armengol nos echaran a la calle, fue
porque la empezaron a utilizar ellos
El día en
que por fin los sabios nos permitieron pronunciar la palabra lawfare sin
que nadie nos mirara mal y sin que Ferreras ni Armengol nos echaran a la calle,
fue porque la empezaron a utilizar ellos. Solo entonces obtuvimos el permiso y
pudimos gritar lawfare por los prados con cierta libertad.
Pero
después del éxtasis casi carnal vino la meditación, y nos preguntamos por qué
unos días antes no había lawfare y ahora el lawfare estaba
en todas las bocas políticas, mediáticas y tabernarias.
Como
gente minoritaria e inteligente que somos, al principio pensamos que se trataba
de una pandemia en plan La invasión de los ladrones de jueces.
Creativo pero infantil: no necesitan una invasión marciana nuestros jueces para
parecer alienígenas.
Una vez
normalizado el término lawfare, no se acabaron nuestras tribulaciones
semánticas y areópagas. Porque, ¿cómo bautizar el hecho de que un presidente
del Gobierno se querelle contra un juez por amor? Siendo Pedro Sánchez, handsomefare le
iría de careta. ¿Monclofare, quizá? Muy soso. Los anglicismos para quien
los trabaja. Aunque esta es una gran historia de amor, que seguro que acabará
dando película, Lovefare suena a comedia estúpida de Muequitas Hugh
Grant (con inevitable compañero de piso gay-gracioso). La vida judicial
española nos deja sin palabras, en su reinventar incesante.
Ayer
mismo, mientras escribía esto, la actualidad me obligaba a idear un nuevo
anglicismo jurídico sin haber finiquitado el anterior. El Tribunal Superior de
Madrid acaba de rechazar la querella de Pedro Sánchez contra el juez Juan
Carlos Peinado, que anda registrando las medias de Begoña Gómez a ver si
descubre alguna comprada ilegalmente a un mantero.
Unos
jueces superiores denigran a un presidente que, por amor (el amor es querella),
se ha querellado contra un togado enfebrecido que investiga porque sí a su
mujer. Como filólogo algo inconcluso, yo, personal y mismamente, a esta
victoria del lawfare sobre el lovefare, amparada
por el Tribunal Superior de Madrid, le pondría el dulce nombre de haterlawfare.
La tarea de nombrar
innovaciones judiciales se complica cuando, en un país que presume de
imparcialidad judicial, los magistrados del PP libran una encarnizada batalla
pública e impudorosa contra los leguleyos del PSOE
La tarea
de nombrar innovaciones judiciales se complica cuando, en un país que presume
de imparcialidad judicial, los magistrados del PP libran una encarnizada
batalla pública e impudorosa contra los leguleyos del PSOE. Son bipartijueces.
Pero aún no tengo nombre británico para el fenómeno en general. Qué mal tienen
que estar haciendo las cosas nuestros jueces para que sus desvaríos los
tengamos que pronunciar en lengua extraña.
Yo
prefiero dejarme de anglicismos con toga y volver a Macondo. Olvidarme del
nombre de todas las cosas. Y que las situaciones y las palabras vuelvan a ser
tan inteligibles y llevaderas como las de Cien años de soledad.
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